El desarrollo no solo es una aspiración justa y legítima, sino un derecho de las personas y de los pueblos. Es por eso que si miramos la realidad desde la perspectiva de los empobrecidos podemos apreciar la urgencia de transformar el modelo de sociedad, porque existe un contraste brutal entre la riqueza, las enormes posibilidades técnicas y científicas y el empobrecimiento de miles de millones de personas.
Los países y pueblos del planeta no viven aislados los unos de los otros. Entre todos forman lo que llamamos comunidad internacional, y la Iglesia la considera una dimensión esencial de la realidad social y política, pues la vocación del ser humano a constituir una sola familia humana implica una manera de concebir las relaciones entre las personas y entre los pueblos de todo el mundo.
Cuando observamos nuestro planeta de manera global, nos damos cuenta de que el problema del empobrecimiento es el primer y fundamental problema de nuestro mundo. Por eso, la responsabilidad de trabajar por el desarrollo a nivel internacional es cada vez más grave y urgente. Este es el problema político más importante de nuestro mundo.
La DSI considera que las relaciones internacionales deberían estar presididas por cuatro criterios fundamentales: La verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad. Todos los pueblos tienen igual dignidad y se deben los unos a los otros el reconocimiento mutuo de sus derechos y responsabilidades. Pero sucede que lo único consecuente con lo anterior son las prácticas de solidaridad para lograr el desarrollo de todos y una convivencia pacífica. Por tanto, ninguna nación tiene derecho a ejercer ningún tipo de dominio sobre ninguna otra, ni económico ni de otro tipo.
La actual situación de nuestro mundo pide a gritos justicia. La mayoría de personas de nuestro tiempo viven precariamente el día a día. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”, porque esa economía mata. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte”.
Esta realidad pone de manifiesto que no existe una verdadera comunidad internacional, por lo que se le debe dar una nueva orientación. Las relaciones internacionales están marcadas por la injusticia, la violencia y la primacía de los intereses particulares sobre el bien común. No es que no existan elementos positivos de cooperación y solidaridad, pero estamos muy lejos de formar una sola familia humana.
La Iglesia considera que la ONU y sus agencias han aportado y están aportando mucho. Pero la DSI entiende que es necesario ir más allá y tender a la creación de una real autoridad mundial que sea un instrumento más eficaz para abordar los desafíos de nuestro mundo. La comunidad internacional necesita de una autoridad democrática de alcance global y de una sociedad civil que coopere activamente.
Con todo lo anterior, debemos caer en la cuenta de que para afrontar este desafío son necesarias dos cosas: una concepción correcta de lo que es e implica el desarrollo y, consecuentemente, una adecuada comprensión de los obstáculos que se oponen al mismo.
Frase DSI
El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre.
Pablo VI, Populorum progressio n.14
Actuar
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