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10 enunciados del mensaje del papa Francisco a la 75 Asamblea General de la ONU

Iglesia

10 enunciados del mensaje del papa Francisco a la 75 Asamblea General de la ONU

25 septiembre 2020

1. Es un momento oportuno para “la conversión” repensando “nuestra forma de vida” y “nuestros sistemas económicos y sociales”
2. La urgente necesidad de promover la salud pública y de realizar el derecho de toda persona a la atención médica básica.
3. Hay que garantizar el acceso a la futura vacuna de COVID-19.
4. Hay que garantizar el derecho un trabajo digno sin que la tecnología perjudique a los trabajadores.
5. La cultura del descarte es un atentado contra la humanidad. Cambiar el modelo económico.
6. El cuidado del medio ambiente “exige una aproximación integral para combatir la pobreza y combatir la exclusión”.
7. Hay que garantizar los derechos de los menores y de los niños por nacer.
8. La trata de mujeres es una práctica perversa que denigra a toda la humanidad.
9. Nuestro mundo en conflicto necesita que la ONU se convierta en un taller para la paz. Más multilateralismo.
10. De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores. Nuestro deber es repensar el futuro de nuestra casa común y proyecto común.

Videomensaje del papa Francisco
con ocasión de la 75 Asamblea General de la Naciones Unidas

Señor presidente:

¡La paz esté con Ustedes!

Saludo cordialmente a Usted, Señor presidente, y a todas las Delegaciones que participan en esta significativa septuagésima quinta Asamblea General de las Naciones Unidas. En particular, extiendo mis saludos al secretario general, Sr. António Guterres, a los Jefes de Estado y de Gobierno participantes, y a todos aquellos que están siguiendo el Debate General.

El septuagésimo quinto aniversario de la ONU es una oportunidad para reiterar el deseo de la Santa Sede de que esta Organización sea un verdadero signo e instrumento de unidad entre los Estados y de servicio a la entera familia humana[1].

Actualmente, nuestro mundo se ve afectado por la pandemia del COVID-19, que ha llevado a la pérdida de muchas vidas. Esta crisis está cambiando nuestra forma de vida, cuestionando nuestros sistemas económicos, sanitarios y sociales, y exponiendo nuestra fragilidad como criaturas.

La pandemia nos llama, de hecho, «a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección […]: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es»[2]. Puede representar una oportunidad real para la conversión, la transformación, para repensar nuestra forma de vida y nuestros sistemas económicos y sociales, que están ampliando las distancias entre pobres y ricos, a raíz de una injusta repartición de los recursos. Pero también puede ser una posibilidad para una “retirada defensiva” con características individualistas y elitistas.

Nos enfrentamos, pues, a la elección entre uno de los dos caminos posibles: uno conduce al fortalecimiento del multilateralismo, expresión de una renovada corresponsabilidad mundial, de una solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana, proyecto de Dios sobre el mundo; el otro, da preferencia a las actitudes de autosuficiencia, nacionalismo, proteccionismo, individualismo y aislamiento, dejando afuera los más pobres, los más vulnerables, los habitantes de las periferias existenciales. Y ciertamente será perjudicial para la entera comunidad, causando autolesiones a todos. Y esto no debe prevalecer.

La pandemia ha puesto de relieve la urgente necesidad de promover la salud pública y de realizar el derecho de toda persona a la atención médica básica[3]. Por tanto, renuevo el llamado a los responsables políticos y al sector privado a que tomen las medidas adecuadas para garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para atender a los enfermos. Y si hay que privilegiar a alguien, que ése sea el más pobre, el más vulnerable, aquel que normalmente queda discriminado por no tener poder ni recursos económicos.

La crisis actual también nos ha demostrado que la solidaridad no puede ser una palabra o una promesa vacía. Además, nos muestra la importancia de evitar la tentación de superar nuestros límites naturales. «La libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral»[4]. También deberíamos tener en cuenta todos estos aspectos en los debates sobre el complejo tema de la inteligencia artificial (IA).

Teniendo esto presente, pienso también en los efectos sobre el trabajo, sector desestabilizado por un mercado laboral cada vez más impulsado por la incertidumbre y la “robotización” generalizada. Es particularmente necesario encontrar nuevas formas de trabajo que sean realmente capaces de satisfacer el potencial humano y que afirmen a la vez nuestra dignidad. Para garantizar un trabajo digno hay que cambiar el paradigma económico dominante que sólo busca ampliar las ganancias de las empresas. El ofrecimiento de trabajo a más personas tendría que ser uno de los principales objetivos de cada empresario, uno de los criterios de éxito de la actividad productiva. El progreso tecnológico es útil y necesario siempre que sirva para hacer que el trabajo de las personas sea más digno, más seguro, menos pesado y agobiante.

Y todo esto requiere un cambio de dirección, y para esto ya tenemos los recursos y tenemos los medios culturales, tecnológicos y tenemos la conciencia social. Sin embargo, este cambio necesita un marco ético más fuerte, capaz de superar la «tan difundida e inconscientemente consolidada “cultura del descarte”»[5].

En el origen de esta cultura del descarte existe una gran falta de respeto por la dignidad humana, una promoción ideológica con visiones reduccionistas de la persona, una negación de la universalidad de sus derechos fundamentales, y un deseo de poder y de control absolutos que domina la sociedad moderna de hoy. Digámoslo por su nombre: esto también es un atentado contra la humanidad.

De hecho, es doloroso ver cuántos derechos fundamentales continúan siendo violados con impunidad. La lista de estas violaciones es muy larga y nos hace llegar la terrible imagen de una humanidad violada, herida, privada de dignidad, de libertad y de la posibilidad de desarrollo. En esta imagen, también los creyentes religiosos continúan sufriendo todo tipo de persecuciones, incluyendo el genocidio debido a sus creencias. También, entre los creyentes religiosos, somos víctimas los cristianos: cuántos sufren alrededor del mundo, a veces obligados a huir de sus tierras ancestrales, aislados de su rica historia y de su cultura.

También debemos admitir que las crisis humanitarias se han convertido en el statu quo, donde los derechos a la vida, a la libertad y a la seguridad personales no están garantizados. De hecho, los conflictos en todo el mundo muestran que el uso de armas explosivas, sobretodo en áreas pobladas, tiene un impacto humanitario dramático a largo plazo. En este sentido, las armas convencionales se están volviendo cada vez menos “convencionales” y cada vez más “armas de destrucción masiva”, arruinando ciudades, escuelas, hospitales, sitios religiosos, e infraestructuras y servicios básicos para la población.

Además, muchos se ven obligados a abandonar sus hogares. Con frecuencia, los refugiados, los migrantes y los desplazados internos en los países de origen, tránsito y destino, sufren abandonados, sin oportunidad de mejorar su situación en la vida o en la de su familia. Peor aún, miles son interceptados en el mar y devueltos a la fuerza a campos de detención donde enfrentan torturas y abusos. Muchos son víctimas de la trata, la esclavitud sexual o el trabajo forzado, explotados en labores degradantes, sin un salario justo. ¡Esto que es intolerable, sin embargo, es hoy una realidad que muchos ignoran intencionalmente!

Los tantos esfuerzos internacionales importantes para responder a estas crisis comienzan con una gran promesa, entre ellos los dos Pactos Mundiales sobre Refugiados y para la Migración, pero muchos carecen del apoyo político necesario para tener éxito. Otros fracasan porque los Estados individuales eluden sus responsabilidades y compromisos. Sin embargo, la crisis actual es una oportunidad: es una oportunidad para la ONU, es una oportunidad de generar una sociedad más fraterna y compasiva.

Esto incluye reconsiderar el papel de las instituciones económicas y financieras, como las de Bretton-Woods, que deben responder al rápido aumento de la desigualdad entre los súper ricos y los permanentemente pobres. Un modelo económico que promueva la subsidiariedad, respalde el desarrollo económico a nivel local e invierta en educación e infraestructura que beneficie a las comunidades locales, proporcionará las bases para el mismo éxito económico y a la vez, para renovación de la comunidad y la nación en general. Y aquí renuevo mi llamado para que «considerando las circunstancias […] se afronten — por parte de todos los Países — las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres»[6].

La comunidad internacional tiene que esforzarse para terminar con las injusticias económicas. «Cuando los organismos multilaterales de crédito asesoren a las diferentes naciones, resulta importante tener en cuenta los conceptos elevados de la justicia fiscal, los presupuestos públicos responsables en su endeudamiento y, sobre todo, la promoción efectiva y protagónica de los más pobres en el entramado social»[7]. Tenemos la responsabilidad de proporcionar asistencia para el desarrollo a las naciones empobrecidas y alivio de la deuda para las naciones muy endeudadas[8].

«Una nueva ética supone ser conscientes de la necesidad de que todos se comprometan a trabajar juntos para cerrar las guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado de dinero que le roban a la sociedad, como también para decir a las naciones la importancia de defender la justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales más poderosas»[9]. Este es el tiempo propicio para renovar la arquitectura financiera internacional[10].

Señor presidente:

Recuerdo la ocasión que tuve hace cinco años de dirigirme a la Asamblea General en su septuagésimo aniversario. Mi visita tuvo lugar en un período de un multilateralismo verdaderamente dinámico, un momento prometedor y de gran esperanza, inmediatamente anterior a la adopción de la Agenda 2030. Algunos meses después, también se adoptó el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático.

Sin embargo, debemos admitir honestamente que, si bien se han logrado algunos progresos, la poca capacidad de la comunidad internacional para cumplir sus promesas de hace cinco años me lleva a reiterar que «hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos»[11].

Pienso también en la peligrosa situación en la Amazonía y sus poblaciones indígenas. Ello nos recuerda que la crisis ambiental está indisolublemente ligada a una crisis social y que el cuidado del medio ambiente exige una aproximación integral para combatir la pobreza y combatir la exclusión[12].

Ciertamente es un paso positivo que la sensibilidad ecológica integral y el deseo de acción hayan crecido. «No debemos cargar a las próximas generaciones con los problemas causados por las anteriores. […] Debemos preguntarnos seriamente si existe —entre nosotros— la voluntad política […] para mitigar los efectos negativos del cambio climático, así como para ayudar a las poblaciones más pobres y vulnerables que son las más afectadas»[13].

La Santa Sede seguirá desempeñando su papel. Como una señal concreta de cuidar nuestra casa común, recientemente ratifiqué la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal[14].

Señor presidente:

No podemos dejar de notar las devastadoras consecuencias de la crisis del Covid-19 en los niños, comprendiendo los menores migrantes y refugiados no acompañados. La violencia contra los niños, incluido el horrible flagelo del abuso infantil y de la pornografía, también ha aumentado dramáticamente.

Además, millones de niños no pueden regresar a la escuela. En muchas partes del mundo esta situación amenaza un aumento del trabajo infantil, la explotación, el maltratado y la desnutrición. Desafortunadamente, los países y las instituciones internacionales también están promoviendo el aborto como uno de los denominados “servicios esenciales” en la respuesta humanitaria. Es triste ver cuán simple y conveniente se ha vuelto, para algunos, negar la existencia de vida como solución a problemas que pueden y deben ser resueltos tanto para la madre como para el niño no nacido.

Imploro, pues, a las autoridades civiles que presten especial atención a los niños a quienes se les niegan sus derechos y dignidad fundamentales, en particular, su derecho a la vida y a la educación. No puedo evitar recordar el apelo de la joven valiente Malala Yousafzai, quien hace cinco años en la Asamblea General nos recordó que “un niño, un maestro, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo”.

Los primeros educadores del niño son su mamá y su papá, la familia que la Declaración Universal de los Derechos Humanos describe como «el elemento natural y fundamental de la sociedad».[15] Con demasiada frecuencia, la familia es víctima de colonialismos ideológicos que la hacen vulnerable y terminan por provocar en muchos de sus miembros, especialmente en los más indefensos —niños y ancianos—un sentido de desarraigo y orfandad. La desintegración de la familia se hace eco en la fragmentación social que impide el compromiso para enfrentar enemigos comunes. Es hora de reevaluar y volver a comprometernos con nuestros objetivos.

Y uno de esos objetivos es la promoción de la mujer. Este año se cumple el vigésimo quinto aniversario de la Conferencia de Beijing sobre la Mujer. En todos los niveles de la sociedad las mujeres están jugando un papel importante, con su contribución única, tomando las riendas con gran coraje en servicio del bien común. Sin embargo, muchas mujeres quedan rezagadas: víctimas de la esclavitud, la trata, la violencia, la explotación y los tratos degradantes. A ellas y a aquellas que viven separadas de sus familias, les expreso mi fraternal cercanía a la vez que reitero una mayor decisión y compromiso en la lucha contra estas prácticas perversas que denigran no sólo a las mujeres sino a toda la humanidad que, con su silencio y no actuación efectiva, se hace cómplice.

Señor Presidente:

Debemos preguntarnos si las principales amenazas a la paz y a la seguridad como, la pobreza, las epidemias y el terrorismo, entre otras, pueden ser enfrentadas efectivamente cuando la carrera armamentista, incluyendo las armas nucleares, continúa desperdiciando recursos preciosos que sería mejor utilizar en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para proteger el medio ambiente natural.

Es necesario romper el clima de desconfianza existente. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo que resulta todavía más grave a la luz de nuevas formas de tecnología militar,[16], como son los sistemas letales de armas autónomas (LAWS), que están alterando irreversiblemente la naturaleza de la guerra, separándola aún más de la acción humana.

Hay que desmantelar las lógicas perversas que atribuyen a la posesión de armas la seguridad personal y social. Tales lógicas sólo sirven para incrementar las ganancias de la industria bélica, alimentando un clima de desconfianza y de temor entre las personas y los pueblos.

Y en particular, “la disuasión nuclear” fomenta un espíritu de miedo basado en la amenaza de la aniquilación mutua, que termina envenenando las relaciones entre los pueblos y obstruyendo el diálogo[17]. Por eso, es tan importante apoyar los principales instrumentos legales internacionales de desarme nuclear, no proliferación y prohibición. La Santa Sede espera que la próxima Conferencia de Revisión del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) resulte en acciones concretas conformes con nuestra intención conjunta «de lograr lo antes posible la cesación de la carrera de armamentos nucleares y de emprender medidas eficaces encaminadas al desarme nuclear»[18].

Además, nuestro mundo en conflicto necesita que la ONU se convierta en un taller para la paz cada vez más eficaz, lo cual requiere que los miembros del Consejo de Seguridad, especialmente los Permanentes, actúen con mayor unidad y determinación. En este sentido, la reciente adopción del alto al fuego global durante la presente crisis, es una medida muy noble, que exige la buena voluntad de todos para su implementación continuada. Y también reitero la importancia de disminuir las sanciones internacionales que dificultan que los Estados brinden el apoyo adecuado a sus poblaciones.

Señor presidente:

De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores. Por ello, en esta coyuntura crítica, nuestro deber es repensar el futuro de nuestra casa común y proyecto común. Es una tarea compleja, que requiere honestidad y coherencia en el diálogo, a fin de mejorar el multilateralismo y la cooperación entre los Estados. Esta crisis subraya aún más los límites de nuestra autosuficiencia y común fragilidad y nos plantea explicitarnos claramente cómo queremos salir: mejores o peores. Porque repito, de una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores.

La pandemia nos ha mostrado que no podemos vivir sin el otro, o peor aún, uno contra el otro. Las Naciones Unidas fueron creadas para unir a las naciones, para acercarlas, como un puente entre los pueblos;usémoslo para transformar el desafío que enfrentamos en una oportunidad para construir juntos, una vez más, el futuro que queremos.

¡Y que Dios nos bendiga a todos!

Gracias Señor Presidente.


[1] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015; Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la ONU, 18 de abril de 2008.

[2] Meditación durante el momento extraordinario de oración en tiempo de epidemia, 27 de marzo de 2020.

[3] Cfr Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 25.1.

[4] Carta Encíclica Laudato si’, 112.

[5] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015.

[6] Mensaje Urbi et Orbi12 de abril de 2020.

[7] Discurso a los Participantes en el Seminario “Nuevas formas de solidaridad”, 5 de febrero de 2020.

[8] Cfr ibíd.

[9] Ibíd.

[10] Cfr ibíd.

[11] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015.

[12] Cfr Carta Encíclica Laudato si’, 139.

[13] Mensaje a los participantes en el XXV período de sesiones de la Conferencia de los Estados Parte en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, 1 de diciembre de 2019.

[14] Cfr Mensaje a la XXXI Reunión de las Partes del Protocolo de Montreal, 7 de noviembre de 2019.

[15] Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 16.3.

[16] Cfr Discurso sobre las Armas Nucleares, Parque del epicentro de la bomba atómica, Nagasaki, 24 de noviembre de 2019.

[17] Cfr ibíd.

[18] Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares, Preámbulo.

Opinión | Como Jesucristo, obligados a huir

Colaboraciones

Opinión | Como Jesucristo, obligados a huir

24 septiembre 2020

«Como Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos»

Manolo Díaz Sánchez, presidente de la HOAC de Córdoba.

Este es el lema elegido por el papa Francisco para la celebración de la próxima Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, la 106ª, que tendrá lugar el 27 de septiembre. Este año su mensaje va dirigido especialmente a los desplazados internos.

Desde la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), hermanada con la realidad que viven estas personas y en comunión con la Iglesia de la que somos parte desde nuestro ser Acción Católica centrada en la realidad del mundo obrero y del trabajo, queremos también hacernos eco de este mensaje destacando algunos aspectos que nos parecen muy actuales y muy necesarios en el contexto en el que nos encontramos.

La realidad de millones de hombres, mujeres y niños olvidados, obligados a migrar dentro de sus propios países es compleja y difícil de abordar (los propios Estados no siempre recogen datos sobre el desplazamiento interno). Son parte de los “olvidados” de nuestro mundo lo que hace que aumente su vulnerabilidad y la falta de reconocimiento de sus derechos. Casi 80 millones de personas obligadas a vivir lejos de sus hogares durante muchos años, o incluso décadas, y sin acceso a la educación, a la sanidad, al empleo, es decir, a todo aquello que les permita crear medios de vida sostenibles y esperanza para su futuro.

En su mensaje el Papa nos alienta a conocer para comprender. Por ello se hace muy necesario conocer el origen de esta realidad. Conflictos armados, situaciones de violencia generalizada, violaciones de derechos humanos, desastres que se producen de manera repentina, apropiación de grandes extensiones de territorios, la crisis climática. Son causas y a su vez consecuencia ya que se retroalimentan, pero en la base de todo ello el modelo socioeconómico y productivo que sustenta unas relaciones humanas basadas en el descarte y en el mercantilismo (usar y tirar) de las personas.

Tenemos que poner en el centro de todo a la persona y eso, pasa por establecer otro modelo de relaciones humanas, otra política, otra economía, tenemos que….”crecer juntos, sin dejar a nadie fuera”, se necesita “involucrar para promover” como afirma el Papa en su mensaje. Solo con la colaboración de y motivando “espacios donde todos puedan sentirse convocados”, continua el Santo Padre, será posible encarar este drama.

En la HOAC creemos que a través del trabajo se pueden dar las premisas idóneas para concretar toda esa invitación que se nos hace: El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración (Laudato si’, 127). Desde esta afirmación del Papa, podemos entender la trascendencia que tiene el trabajo a la hora de organizar otras relaciones, otra economía, otra política, otra sociedad en definitiva, que no deje a nadie en los márgenes de la vida.

La HOAC tomamos como nuestra las palabras del mensaje del Papa que habla de hacerse prójimo para servir, comprometidos como estamos en acompañar la vida de las personas y colaborar con ellas en un cambio de mentalidad y en el cambio de las instituciones para que estén mucho más al servicio de las necesidades de las personas, en particular de las empobrecidas y ayudar a construir experiencias alternativas en la forma de ser y trabajar que expresen y construyan la nueva mentalidad que necesitamos.

Francisco: Solidaridad y subsidiariedad para favorecer el cuidado de cada uno y de la sociedad

Iglesia

Francisco: Solidaridad y subsidiariedad para favorecer el cuidado de cada uno y de la sociedad

23 septiembre 2020

En esta ocasión, el tema central de la catequesis sobre curar al mundo del papa Francisco en la audiencia general de hoy ha sido la subsidiariedad y virtud de la esperanza.

La crisis actual no es solo crisis sanitaria sino también crisis social, política y económica. Para salir de ella todos estamos llamados, individual y colectivamente, a asumir nuestra propia responsabilidad. Pero constatamos, sin embargo, que hay personas y grupos sociales que no pueden participar en esta reconstrucción del bien común, porque son marginados, excluidos, ignorados, y muchos de ellos sin libertad para expresar su fe y sus valores.

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerda cómo todas las partes del cuerpo, sin excepción, son necesarias. A la luz de esta imagen de san Pablo, vemos también cómo la subsidiariedad es indispensable, porque promueve una participación social, a todo nivel, que ayuda a prevenir y corregir los aspectos negativos de la globalización y de la acción de los gobiernos.

Por eso, el camino para salir de esta crisis es la solidaridad, que necesita ir acompañada de la subsidiariedad, que es el principio que favorece que cada uno ejercite el papel que le corresponde en la tarea de cuidar y preparar el futuro de la sociedad, en el proceso de regeneración de los pueblos a los que pertenece. Nadie puede quedarse fuera. La injusticia provocada por intereses económicos o geopolíticos tiene que terminar, y dar paso a una participación equitativa y respetuosa.

Curar el mundo: 8. Subsidiariedad y virtud de la esperanza

Queridos hermanos y hermanas, ¡parece que el tiempo no es muy bueno, pero os digo buenos días igualmente!

Para salir mejores de una crisis como la actual, que es una crisis sanitaria y al mismo tiempo una crisis social, política y económica, cada uno de nosotros está llamado a asumir su parte de responsabilidad, es decir compartir la responsabilidad. Tenemos que responder no solo como individuos, sino también a partir de nuestro grupo de pertenencia, del rol que tenemos en la sociedad, de nuestros principios y, si somos creyentes, de la fe en Dios. Pero a menudo muchas personas no pueden participar en la reconstrucción del bien común porque son marginadas, son excluidas o ignoradas; ciertos grupos sociales no logran contribuir porque están ahogados económica o políticamente. En algunas sociedades, muchas personas no son libres de expresar la propia fe y los propios valores, las propias ideas: si las expresan van a la cárcel. En otros lugares, especialmente en el mundo occidental, muchos auto-reprimen las propias convicciones éticas o religiosas. Pero así no se puede salir de la crisis, o en cualquier caso no se puede salir mejores. Saldremos peores.

Para que todos podamos participar en el cuidado y la regeneración de nuestros pueblos, es justo que cada uno tenga los recursos adecuados para hacerlo (cfr. CDSI, 186). Después de la gran depresión económica de 1929, el papa Pío XI explicó lo importante que era para una verdadera reconstrucción el principio de subsidiariedad (cfr. Enc. Quadragesimo anno, 79-80). Tal principio tiene un doble dinamismo: de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Quizá no entendamos qué significa esto, pero es un principio social que nos hace más unidos.

Por un lado, y sobre todo en tiempos de cambio, cuando los individuos, las familias, las pequeñas asociaciones o las comunidades locales no son capaces de alcanzar los objetivos primarios, entonces es justo que intervengan los niveles más altos del cuerpo social, como el Estado, para proveer los recursos necesarios e ir adelante. Por ejemplo, debido al confinamiento por el coronavirus, muchas personas, familias y actividades económicas se han encontrado y todavía se encuentran en grave dificultad, por eso las instituciones públicas tratan de ayudar con apropiadas intervenciones sociales, económicas, sanitarias: esta es su función, lo que deben hacer.

Pero por otro lado, los vértices de la sociedad deben respetar y promover los niveles intermedios o menores. De hecho, la contribución de los individuos, de las familias, de las asociaciones, de las empresas, de todos los cuerpos intermedios y también de las Iglesias es decisiva. Estos, con los propios recursos culturales, religiosos, económicos o de participación cívica, revitalizan y refuerzan el cuerpo social (cfr. CDSI, 185). Es decir, hay una colaboración de arriba hacia abajo, del Estado central al pueblo y de abajo hacia arriba: de las asociaciones populares hacia arriba. Y esto es precisamente el ejercicio del principio de subsidiariedad.

Cada uno debe tener la posibilidad de asumir la propia responsabilidad en los procesos de sanación de la sociedad de la que forma parte. Cuando se activa algún proyecto que se refiere directa o indirectamente a determinados grupos sociales, estos no pueden ser dejados fuera de la participación. Por ejemplo: “¿Qué haces tú? —Yo voy a trabajar por los pobres. —Qué bonito, y ¿qué haces? —Yo enseño a los pobres, yo digo a los pobres lo que deben hacer”. —No, esto no funciona, el primer paso es dejar que los pobres te digan cómo viven, qué necesitan: ¡Hay que dejar hablar a todos! Es así que funciona el principio de subsidiariedad. No podemos dejar fuera de la participación a esta gente; su sabiduría, la sabiduría de los grupos más humildes no puede dejarse de lado (cfr. Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia [QA], 32; Enc. Laudato si’, 63). Lamentablemente, esta injusticia se verifica a menudo allí donde se concentran grandes intereses económicos o geopolíticos, como por ejemplo ciertas actividades extractivas en algunas zonas del planeta (cfr. QA9.14). Las voces de los pueblos indígenas, sus culturas y visiones del mundo no se toman en consideración. Hoy, esta falta de respeto del principio de subsidiariedad se ha difundido como un virus. Pensemos en las grandes medidas de ayudas financieras realizadas por los Estados. Se escucha más a las grandes compañías financieras que a la gente o aquellos que mueven la economía real. Se escucha más a las compañías multinacionales que a los movimientos sociales. Queriendo decir esto con el lenguaje de la gente común: se escucha más a los poderosos que a los débiles y este no es el camino, no es el camino humano, no es el camino que nos ha enseñado Jesús, no es realizar el principio de subsidiariedad. Así no permitimos a las personas que sean «protagonistas del propio rescate». En el subconsciente colectivo de algunos políticos o de algunos sindicalistas está este lema: todo por el pueblo, nada con el pueblo. De arriba hacia abajo pero sin escuchar la sabiduría del pueblo, sin implementar esta sabiduría en el resolver los problemas, en este caso para salir de la crisis. O pensemos también en la forma de curar el virus: se escucha más a las grandes compañías farmacéuticas que a los trabajadores sanitarios, comprometidos en primera línea en los hospitales o en los campos de refugiados. Este no es un buen camino. Todos tienen que ser escuchados, los que están arriba y los que están abajo, todos.

Para salir mejores de una crisis, el principio de subsidiariedad debe ser implementado, respetando la autonomía y la capacidad de iniciativa de todos, especialmente de los últimos. Todas las partes de un cuerpo son necesarias y, como dice San Pablo, esas partes que podrían parecer más débiles y menos importantes, en realidad son las más necesarias (cfr. 1 Cor 12, 22). A la luz de esta imagen, podemos decir que el principio de subsidiariedad permite a cada uno asumir el propio rol para el cuidado y el destino de la sociedad. Aplicarlo, aplicar el principio de subsidiariedad da esperanza, da esperanza en un futuro más sano y justo; y este futuro lo construimos juntos, aspirando a las cosas más grandes, ampliando nuestros horizontes. O juntos o no funciona. O trabajamos juntos para salir de la crisis, a todos los niveles de la sociedad, o no saldremos nunca. Salir de la crisis no significa dar una pincelada de barniz a las situaciones actuales para que parezcan un poco más justas. Salir de la crisis significa cambiar, y el verdadero cambio lo hacen todos, todas las personas que forman el pueblo. Todos los profesionales, todos. Y todos juntos, todos en comunidad. Si no lo hacen todos el resultado será negativo.

En una catequesis precedente hemos visto cómo la solidaridad es el camino para salir de la crisis: nos une y nos permite encontrar propuestas sólidas para un mundo más sano. Pero este camino de solidaridad necesita la subsidiariedad. Alguno podrá decirme: “¡Pero padre hoy está hablando con palabras difíciles! Pero por esto trato de explicar qué significa. Solidarios, porque vamos en el camino de la subsidiariedad. De hecho, no hay verdadera solidaridad sin participación social, sin la contribución de los cuerpos intermedios: de las familias, de las asociaciones, de las cooperativas, de las pequeñas empresas, de las expresiones de  la sociedad civil. Todos deben contribuir, todos. Tal participación ayuda a prevenir y corregir ciertos aspectos negativos de la globalización y de la acción de los Estados, como sucede también en el cuidado de la gente afectada por la pandemia. Estas contribuciones “desde abajo” deben ser incentivadas. Pero qué bonito es ver el trabajo de los voluntarios en la crisis. Los voluntarios que vienen de todas las partes sociales, voluntarios que vienen de las familias acomodadas y que vienen de las familias más pobres. Pero todos, todos juntos para salir. Esta es solidaridad y esto es el principio de subsidiariedad.

Durante el confinamiento nació de forma espontánea el gesto del aplauso para los médicos y los enfermeros y las enfermeras como signo de aliento y de esperanza. Muchos han arriesgado la vida y muchos han dado la vida. Extendemos este aplauso a cada miembro del cuerpo social, a todos, a cada uno, por su valiosa contribución, por pequeña que sea. “¿Pero qué podrá hacer ese de allí? —Escúchale, dale espacio para trabajar, consúltale”. Aplaudimos a los “descartados”, los que esta cultura califica de “descartados”, esta cultura del descarte, es decir aplaudimos a los ancianos, a los niños, las personas con discapacidad, aplaudimos a los trabajadores, todos aquellos que se ponen  al servicio. Todos colaboran para salir de la crisis. ¡Pero no nos detengamos solo en el aplauso! La esperanza es audaz, así que animémonos a soñar en grande. Hermanos y hermanas, ¡aprendamos a soñar en grande! No tengamos miedo de soñar en grande, buscando los ideales de justicia y de amor social que nacen de la esperanza. No intentemos reconstruir el pasado, el pasado es pasado, nos esperan cosas nuevas. El Señor ha prometido: “Yo haré nuevas todas las cosas”. Animémonos a soñar en grande buscando estos ideales, no tratemos de reconstruir el pasado, especialmente el que era injusto y ya estaba enfermo. Construyamos un futuro donde la dimensión local y la global se enriquecen mutuamente —cada uno puede dar su parte, cada uno debe dar su parte, su cultura, su filosofía, su forma de pensar—, donde la belleza y la riqueza de los grupos menores, también de los grupos descartados, pueda florecer porque también allí hay belleza, y donde quien tiene más se comprometa a servir y dar más a quien tiene menos.

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Índice de las catequesis #CuraralMundo

1. Introducción

2. Fe y dignidad humana

3. La opción preferencial por los pobres y la virtud de la caridad

4. El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza

5. La solidaridad y la virtud de la fe

6. Amor y bien común

7. Cuidado de la casa común y actitud contemplativa

Se extiende la campaña ‘Enlázate por la Justicia’

Internacional

Se extiende la campaña ‘Enlázate por la Justicia’

18 septiembre 2020

Las seis entidades que forman Enlázate por la Justicia continúan su campaña centrándose en varias preocupaciones esenciales del Vaticano, como el cuidado de la creación, la educación y la economía.

Esta nueva etapa de la Campaña “Si cuidas en planeta, combates la pobreza” que, desde 2015, está llevando a cabo el grupo de organizaciones católicas aunadas bajo el nombre común de Enlázate por la Justicia, coincide con la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación y el comienzo, el mismo día, del Tiempo de la Creación, que se extenderá hasta el próximo el 4 de octubre.

La Campaña “Si cuidas el planeta, combates la pobreza” nació aprovechando el interés estratégico de las seis organizaciones que participaban entonces en Enlázate por la Justicia (Caritas, CEDIS, CONFER, Justicia y Paz, Manos Unidas y REDES), sobre la temática del cuidado de la creación, con el impulso que supuso la encíclica papal Laudato Si’.

Ahora, sin abandonar su sentido inicial, y tras varias etapas en el desarrollo de la Campaña,  dichas entidades han acordado prorrogar unos meses más su trabajo conjunto para seguir sensibilizando sobre los valores y principios de Laudato Si’, para que la importancia del mensaje contenido en la Encíclica siga permeando en la sociedad, en la Iglesia y en sus propias organizaciones,  integrando en esta nueva etapa la interrelación directa entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la pandemia de la Covid-19 que sufre el mundo desde comienzos de año.

Francisco: Quien sabe contemplar, se pondrá más fácilmente manos a la obra para cambiar lo que produce degradación y daño

Iglesia

Francisco: Quien sabe contemplar, se pondrá más fácilmente manos a la obra para cambiar lo que produce degradación y daño

16 septiembre 2020

El tema central de la catequesis sobre curar al mundo del papa Francisco en la audiencia general de hoy ha sido el cuidado de la casa común y actitud contemplativa.

Para salir de la pandemia es necesario que sigamos la regla de oro de nuestro ser “hombres y mujeres”, que es “cuidar” y cuidarnos mutuamente entre nosotros, apoyar a los “cuidadores” de los más débiles, de los enfermos y de los ancianos -a menudo no reciban ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen [en sus propias palabras]-, y cuidar asimismo nuestra casa común, recordando que la tierra y todas las creaturas pertenecen al Señor que las creó y que nos las encomendó para que las conservemos y las protejamos.

Nosotros también somos parte de la creación, no somos sus dominadores absolutos, con la pretensión de querer ocupar el lugar de Dios, pensando que tenemos derecho a depredarla, explotarla y destruirla. En cambio, la misión que Él nos ha confiado es que seamos los custodios de esta casa común que nos acoge, y aprendamos a respetarla y a evitar que la sigan maltratando y arruinando.

Todo ha salido de las manos del Creador, que ha dejado su huella en cada creatura. El mejor antídoto para cuidar y proteger nuestra casa común de esos abusos es la contemplación. El mismo Señor nos invita a admirar maravillados y en silencio su obra, para poder reconocer en cada creatura el reflejo de su sabiduría y su bondad. Ser contemplativos nos lleva a ser responsables, con estilos de vida sostenibles que respeten y protejan la naturaleza, de la que también nosotros formamos parte.

Curar al mundo: 7. Cuidado de la casa común y actitud contemplativa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Para salir de una pandemia, es necesario cuidarse y cuidarnos mutuamente. También debemos apoyar a  quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los ancianos. Existe la costumbre de dejar de lado a los ancianos, de abandonarlos: está muy mal.  Estas personas —bien definidas por el término español “cuidadores”—, los que cuidan de los enfermos, desempeñan un papel esencial en la sociedad actual, aunque a menudo no reciban ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen. El cuidado es una regla de oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza (cf. Enc. Laudato si’ [LS], 70). Cuidar de quien está enfermo, de quien lo necesita, de quien ha sido dejado de lado: es una riqueza humana y también cristiana,

Este cuidado abraza también a nuestra casa común: la tierra y  cada una de sus criaturas. Todas las formas de vida están interconectadas (cf. ibíd., 137-138), y nuestra salud depende de la de los ecosistemas que Dios ha creado y que nos ha encargado cuidar (cf. Gn 2, 15). Abusar de ellos, en cambio, es un grave pecado que daña, que perjudica y hace enfermar (cf. LS, 866). El mejor antídoto contra este abuso de nuestra casa común es la contemplación (cf. ibíd., 85214). ¿Pero cómo? ¿No hay una vacuna al respecto, para el cuidado de la casa común, para no dejarla de lado? ¿Cuál es el antídoto para la enfermedad de no cuidar  la casa común? Es la contemplación. «Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso» (ibíd.,215). Incluso en objeto de “usar y tirar”. Sin embargo, nuestro hogar común, la creación, no es un mero “recurso”. Las criaturas tienen un valor en sí y “reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 339). Pero ese valor y ese rayo de luz divina hay que descubrirlo y, para hacerlo, necesitamos silencio, necesitamos escuchar, necesitamos contemplar. También la contemplación cura el alma.

Sin contemplación es fácil caer en un antropocentrismo desviado  y soberbio, el “yo” en el centro de todo, que sobredimensiona nuestro papel de seres humanos y nos posiciona como dominadores absolutos de todas las criaturas. Una interpretación distorsionada de los textos bíblicos sobre la creación ha contribuido a esta visión equivocada, que lleva a explotar la tierra hasta el punto de asfixiarla. Explotar la creación: ese es el pecado. Creemos que estamos en el centro, pretendiendo que ocupamos el lugar de Dios; y así arruinamos la armonía del diseño de Dios. Nos convertimos en depredadores, olvidando nuestra vocación de custodios de la vida. Naturalmente, podemos y debemos trabajar la tierra para vivir y desarrollarnos. Pero el trabajo no es sinónimo de explotación, y siempre va acompañado de cuidados: arar y proteger, trabajar y cuidar… Esta es nuestra misión (cf. Gn 2,15). No podemos esperar seguir creciendo a nivel material, sin cuidar la casa común que nos acoge. Nuestros hermanos y hermanas más pobres y nuestra madre tierra gimen por el daño y la injusticia que hemos causado y reclaman otro rumbo. Reclaman de nosotros una conversión, un cambio de ruta: cuidar también de la tierra, de la creación.

Es importante, pues, recuperar la dimensión contemplativa, es decir mirar  la tierra y  la creación como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios. Cuando contemplamos, descubrimos en los demás y en la naturaleza algo mucho más grande que su utilidad. He aquí la clave del problema: contemplar es ir más allá de la utilidad de una cosa. Contemplar la belleza no significa explotarla: contemplar es gratuidad. Descubrimos el valor intrínseco de las cosas que les ha dado Dios. Como muchos maestros espirituales han enseñado, el cielo, la tierra, el mar, cada criatura posee esta capacidad icónica, esta capacidad mística para llevarnos de vuelta al Creador y a la comunión con la creación. Por ejemplo, San Ignacio de Loyola, al final de sus Ejercicios Espirituales, nos invita a la “Contemplación para alcanzar amor”, es decir, a considerar cómo Dios mira a sus criaturas y a regocijarse con ellas; a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y gracia, a amarlas y cuidarlas.

La contemplación, que nos lleva a una actitud de cuidado, no es mirar a la naturaleza desde el exterior, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero nosotros estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Se hace más bien desde dentro, reconociéndonos como parte de la creación, haciéndonos protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo serviría para explotaría. El que contempla de esta manera siente asombro no sólo por lo que ve, sino también porque se siente parte integral de esta belleza; y también se siente llamado a guardarla, a protegerla. Y hay algo que no debemos olvidar: quien no sabe contemplar la naturaleza y la creación, no sabe contemplar a las personas con toda su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza, termina explotando a las personas y tratándolas como esclavos. Esta es una ley universal: si no sabes contemplar la naturaleza, te será muy difícil contemplar a las personas, la belleza de las personas, a tu hermano, a tu hermana.

El que sabe contemplar,  se pondrá más fácilmente manos a la obra para cambiar lo que produce degradación y daño a la salud. Se comprometerá a educar y a promover nuevos hábitos de producción y consumo, a contribuir a un nuevo modelo de crecimiento económico que garantice el respeto de la casa común y el respeto de las personas. El contemplativo en acción tiende a convertirse en custodio del medio ambiente: ¡qué hermoso es esto! Cada uno de nosotros debe ser custodio del ambiente, de la pureza del ambiente, tratando de conjugar los saberes ancestrales de las culturas milenarias con los nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro estilo de vida sea sostenible.

En fin, contemplar y cuidar: ambas actitudes muestran el camino para corregir y reequilibrar nuestra relación como seres humanos con la creación. Muchas veces, nuestra relación con la creación parece ser una relación entre enemigos: destruir la creación para mi ventaja; explotar la creación para mi ventaja. No olvidemos que se paga caro; no olvidemos el dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos a veces; la naturaleza no perdona nunca”. Hoy leía en el periódico acerca de los dos grandes glaciares de la Antártida, cerca del Mar de Amundsen: están a punto de caer. Será terrible, porque el nivel del mar subirá y esto acarreará muchas, muchas dificultades y muchos males. ¿Y  por qué? Por el sobrecalentamiento, por no cuidar del medio ambiente, por no cuidar de la casa común. En cambio, si tenemos esta relación —me permito usar la palabra— “fraternal”, en sentido figurado, con la creación, nos convertimos en custodios de la casa común, en custodios de la vida y en custodios de la esperanza, custodiaremos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que las generaciones futuras puedan disfrutarlo. Y alguno podría decir: “Pero, yo me las arreglo así”. Pero el problema no es cómo te las arreglas hoy —esto lo decía un teólogo alemán, protestante, muy bueno: Bonhoeffer— el problema no es cómo te las arreglas hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la futura generación? Pensemos en los hijos, en los nietos: ¿qué les dejaremos si explotamos la creación? Custodiemos este camino para que podamos convertirnos en “custodios” de la casa común, custodios de la vida y de la esperanza.

Custodiemos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que las futuras generaciones puedan disfrutarlo. Pienso de manera especial en los pueblos indígenas, con los que todos tenemos una deuda de gratitud, incluso de penitencia, para reparar el daño que les hemos causado. Pero también pienso en aquellos movimientos, asociaciones y grupos populares, que se esfuerzan por proteger su territorio con sus valores naturales y culturales. Sin embargo, no siempre son apreciados e incluso, a veces, se les obstaculiza porque no producen dinero, cuando, en realidad, contribuyen a una revolución pacífica que podríamos llamar la “revolución del cuidado”. Contemplar para cuidar, contemplar para custodiar, custodiarnos nosotros, a la creación, a nuestros hijos, a nuestros nietos, y custodiar el futuro. Contemplar para curar y para custodiar y para dejar una herencia a la futura generación.

Ahora bien, no hay que delegar en algunos lo que es la tarea de todo ser humano. Cada uno de nosotros puede y debe convertirse en un “custodio de la casa común”, capaz de alabar a Dios por sus criaturas, de contemplarlas y protegerlas.

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Índice de las catequesis #CuraralMundo

1. Introducción

2. Fe y dignidad humana

3. La opción preferencial por los pobres y la virtud de la caridad

4. El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza

5. La solidaridad y la virtud de la fe

6. Amor y bien común

Papa Francisco: Es tiempo de incrementar nuestro amor social contribuyendo todos al bien común

Iglesia

Papa Francisco: Es tiempo de incrementar nuestro amor social contribuyendo todos al bien común

09 septiembre 2020

El tema central de la catequesis sobre curar al mundo del papa Francisco en la audiencia general de hoy ha sido amor y bien común.

La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia nos afecta a todos. Para superar este momento difícil deberíamos buscar entre todos el bien común. Pero vemos que algunos, lamentablemente, lo que buscan es aprovecharse para obtener ventajas económicas o políticas. Otros intentan dividir y fomentar conflictos, y también hay personas que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de los demás.

La respuesta cristiana a esta situación es el amor y la búsqueda del bien común. El amor verdadero cura, sana, nos hace libres, nos hace fecundos, es expansivo e inclusivo. Amar como Dios nos ama no es fácil, pero es un arte que podemos aprender y mejorar. Porque no se trata de amar solo a quien me ama, a mi familia, a mis amigos; sino a todos, incluso a los que no me conocen, a los extranjeros, o a quienes me han hecho sufrir. El amor verdadero también se extiende a las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, así como a la relación con la naturaleza.

El coronavirus nos muestra que el bien para cada uno es un bien para todos, que la salud de cada persona es también un bien público. Por eso, una sociedad sana es la que se hace cargo de la salud de todos. Y a este virus —que no conoce fronteras ni hace distinciones sociales— es necesario que le respondamos con un amor generoso, sin límites, que no hace acepción de personas, que nos mueve a ser creativos y solidarios, y que hace surgir iniciativas concretas para el bien común.

A continuación, el texto completo:

Curar el mundo: 6. Amor y bien común

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia golpea a todos; podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores. Lamentablemente, asistimos al surgimiento de intereses partidistas. Por ejemplo, hay quien quisiera apropiarse de posibles soluciones, como en el caso de las vacunas y después venderlas a los otros. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: para buscar ventajas económicas o políticas, generando o aumentando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino (cfr. Lc 10, 30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.

La respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis socioeconómicas se basa en el amor, ante todo el amor de Dios que siempre nos precede (cfr. 1 Jn 4, 19). Él nos ama primero, Él siempre nos precede en el amor y en las soluciones. Él nos ama incondicionalmente, y cuando acogemos este amor divino, entonces podemos responder de forma parecida. Amo no solo a quien me ama: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los que no me aman, amo también a los que no me conocen, amo también a lo que son extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o que considero enemigos (cfr. Mt 5, 44). Esta es la sabiduría cristiana, esta es la actitud de Jesús. Y el punto más alto de la santidad, digamos así, es amar a los enemigos, y no es fácil. Cierto, amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil —¡diría que es un arte!—. Pero es un arte que se puede aprender y mejorar. El amor verdadero, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Este amor cura, sana y hace bien. Muchas veces hace más bien una caricia que muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantos argumentos para defenderse. Es el amor inclusivo que sana.

Por tanto, el amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, o a los amigos, o a la familia, va más allá. Incluye las relaciones cívicas y políticas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], 1907-1912), incluso la relación con la naturaleza (Enc. Laudato si’ [LS], 231). Como somos seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis  (ibid., 231). Sabemos que el amor fructifica a las familias y las amistades; pero está bien recordar que fructifica también las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, permitiéndonos construir una “civilización del amor”, como le gustaba decir a san Pablo VI y, siguiendo la huella, san Juan Pablo II. Sin esta inspiración, prevalece la cultura del egoísmo, de la indiferencia, del descarte, es decir descartar lo que yo no quiero, lo que no puedo amar o aquellos que a mí me parece que son inútiles en la sociedad. Hoy a la entrada una pareja me ha dicho: “Rece por nosotros porque tenemos un hijo discapacitado”. Yo he preguntado: “¿Cuántos años tiene? —Tantos —¿Y qué hace? —Nosotros le acompañamos, le ayudamos”. Toda una vida de los padres para ese hijo discapacitado. Esto es amor. Y los enemigos, los adversarios políticos, según nuestra opinión, parecen ser discapacitados políticos o sociales, pero parecen. Solo Dios sabe si lo son o no. Pero nosotros debemos amarles, debemos dialogar, debemos construir esta civilización del amor, esta civilización política, social, de la unidad de toda la humanidad. Todo esto es lo opuesto a las guerras, divisiones, envidias, también de las guerras en familia. El amor inclusivo es social, es familiar, es político: ¡el amor lo impregna todo!

El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es un bien común y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona (cfr. CIC, 1905-1906). Si una persona busca solamente el propio bien es un egoísta. Sin embargo la persona es más persona, precisamente cuando el propio bien lo abre a todos, lo comparte. La salud, además de individual, es también un bien público. Una sociedad sana es la que cuida de la salud de todos.

Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones. Este amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor. El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe qué es. De hecho, cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y solidaridad, es ahí que emergen iniciativas concretas por el bien común (Cfr. S. Juan Pablo  II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 38). Y esto vale tanto a nivel de las pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional.  Lo que se hace en familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es la misma semilla que crece y da fruto. Si tú en familia, en el barrio empiezas con la envidia, con la lucha, al final habrá la “guerra”. Sin embargo si tú empiezas con el amor, a compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y perdón para todos.

Al contrario, si las soluciones a la pandemia llevan la huella del egoísmo, ya sea de personas, empresas o naciones, quizá podamos salir del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y acentuado. Por tanto, ¡estad atentos con construir sobre la arena (cfr. Mt 7, 21-27)! Para construir una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica, debemos hacerlo encima de la roca del bien común (ibid., 1). El bien común es una roca. Y esto es tarea de todos nosotros, no solo de algún especialista. Santo Tomás de Aquino decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que recae sobre cada ciudadano. Cada ciudadano es responsable del bien común. Y para los cristianos es también una misión. Como enseña san Ignacio del Loyola, orientar nuestros esfuerzos cotidianos hacia el bien común es  una forma de recibir y difundir la gloria de Dios.

Lamentablemente, la política a menudo no goza de buena fama, y sabemos el porqué. Esto no quiere decir que los políticos sean todos malos, no, no quiero decir esto. Solamente digo que lamentablemente la política a menudo no goza de buena fama. Pero no hay que resignarse a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los hechos que es posible, es más, necesaria una buena política (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2019), la que pone en el centro a la persona humana y el bien común. Si vosotros leéis la historia de la humanidad encontraréis muchos políticos santos que han ido por este camino. Es posible en la medida en la que cada ciudadano y, de forma particular, quien asume compromisos y encargos sociales y políticos, arraigue su actuación en los principios éticos y lo anima con el amor social y político. Los cristianos, de forma particular los fieles laicos, están llamados a dar buen testimonio de esto y pueden hacerlo gracias a la virtud de la caridad, cultivando la intrínseca dimensión social.

Es por tanto tiempo de incrementar nuestro amor social —quiero subrayar esto: nuestro amor social—, contribuyendo todos, a partir de nuestra pequeñez. El bien común requiere la participación de todos. Si cada uno pone de su parte, y si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente  (cfr. LS, 236). Así en nuestros gestos, también en los más humildes, se hará visible algo de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, porque Dios es Trinidad, Dios es amor. Esta es la definición más bonita de Dios en la Biblia. Nos la da el apóstol Juan, que amaba mucho a Jesús: Dios es amor. Con su ayuda, podemos sanar al mundo trabajando todos juntos por el bien común, no solo por el propio bien, sino por el bien común, de todos.

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1. Introducción

2. Fe y dignidad humana

3. La opción preferencial por los pobres y la virtud de la caridad

4. El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza

5. La solidaridad y la virtud de la fe

“Hermanos todos”, la nueva encíclica del papa Francisco

Iglesia

“Hermanos todos”, la nueva encíclica del papa Francisco

07 septiembre 2020

Fratelli tutti (Hermanos todos) sobre la fraternidad y la amistad social será presentada el próximo 3 de octubre en Asís. 

Comienza la nueva etapa del magisterio del Papa. Fratelli tutti (Hermanos todos) se inspira en el título de los escritos de san Francisco: “Miremos, todos los hermanos, al buen pastor que sostuvo la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas”, según informa Alessandro De Carolis, desde Ciudad del Vaticano.

La fraternidad es una cuestión esencial en el magisterio de Francisco desde la misma noche en el balcón en su primera aparición ante el mundo, el 13 de marzo de 2013, al inicio de su pontificado con un saludo: “hermanos y hermanas (…) comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. (…)”

En un contexto de pandemia global que ha hecho emerger más si cabe, la fragilidad humana, el grito de la tierra y de los pobres, el papa Francisco está desarrollando una intensa actividad en los distintos momentos que ha intervenido con momentos extraordinarios, mensajes, cartas, audiencias, catequesis, etc, aportando luz y esperanza en este cambio de época. Todo indica que este nuevo texto tendrá continuidad con su labor pastoral en plena pandemia, junto con las cuestiones antropológicas y socioambientales que el Papa ha desarrollado en su pontificado, convencido de que nadie se salva solo y que reclaman una conversión de pensamiento y de acción responsable por la familia humana y por el planeta. “Es hora de relanzar una nueva visión de un humanismo fraterno y solidario de las personas y de los pueblos”. “La conciencia y los afectos de la criatura humana no son de ninguna manera impermeables ni insensibles a la fe y a las obras de esta fraternidad universal”, porque “una cosa es resignarse a concebir la vida como una lucha contra antagonismos interminables, y otra cosa muy distinta es reconocer la familia humana como signo de la vitalidad de Dios Padre y promesa de un destino común para la redención de todo el amor que, ya desde ahora, la mantiene viva”. (Cfr. Humana Communitas)

Francisco firmará el texto, sobre la tumba del santo, en la ciudad de Asís (Italia) el 3 de octubre, alrededor de las 15 horas (local) y después de celebrar misa “sin ninguna participación de los fieles”, por la situación sanitaria derivada de la pandemia.

Tercera encíclica

Fratelli tutti (2020) es la tercera encíclica del papa Francisco. Después de Laudato si‘, sobre el cuidado de la casa común (2015) y Lumen fidei, sobre la fe (2013). Las encíclicas son el documento más importante que escribe un pontífice. Se dirigen al pueblo de Dios (obispos y fieles) quienes deben conocer y comprometerse con el asunto que tratan. El Papa la dirige también a todas las personas “de buena voluntad”, tendiendo puentes para un diálogo abierto y sincero, al entender que el tema que aborda concierne a toda la humanidad.

Papa Francisco: Por un mundo más justo, pacífico y sostenible #TiempodelaCreación

Iglesia

Papa Francisco: Por un mundo más justo, pacífico y sostenible #TiempodelaCreación

01 septiembre 2020

Publicamos a el Mensaje del papa Francisco con motivo de la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación que se celebra hoy.

Es un evento de apertura del #TiempodelaCreación celebración ecuménica anual de oración y acción por nuestra casa común. En 2019, el papa Francisco emitió su primer mensaje sobre este tiempo, y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, ha promovido esta iniciativa desde entonces.

«Declararéis santo el año cincuenta y promulgaréis por el país liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo» (Lv 25, 10)

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, en particular desde la publicación de la Carta encíclica Laudato si’ (LS, 24 mayo 2015), el primer día de septiembre la familia cristiana celebra la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, con la que comienza el Tiempo de la Creación, que finaliza el 4 de octubre, en memoria de san Francisco de Asís. En este período, los cristianos renuevan en todo el mundo su fe en Dios creador y se unen de manera especial en la oración y tarea a favor de la defensa de la casa común.

Me alegra que el tema elegido por la familia ecuménica para la celebración del Tiempo de la Creación 2020 sea “Jubileo de la Tierra”, precisamente en el año en el que se cumple el cincuentenario del Día de la Tierra.

En la Sagrada Escritura, el Jubileo es un tiempo sagrado para recordar, regresar, descansar, reparar y alegrarse.

1. Un tiempo para recordar

Estamos invitados a recordar sobre todo que el destino último de la creación es entrar en el “sábado eterno” de Dios. Es un viaje que se desarrolla en el tiempo, abrazando el ritmo de los siete días de la semana, el ciclo de los siete años y el gran Año Jubilar que llega al final de siete años sabáticos.

El Jubileo es también un tiempo de gracia para hacer memoria de la vocación original de la creación con vistas a ser y prosperar como comunidad de amor. Existimos sólo a través de las relaciones: con Dios creador, con los hermanos y hermanas como miembros de una familia común, y con todas las criaturas que habitan nuestra misma casa. «Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra» (LS, 92).

Por lo tanto, el Jubileo es un momento para el recuerdo, para conservar la memoria de nuestra existencia interrelacional. Debemos recordar constantemente que «todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (LS, 70).

2. Un tiempo para regresar

El Jubileo es un momento para volver atrás y arrepentirse. Hemos roto los lazos que nos unían al Creador, a los demás seres humanos y al resto de la creación. Necesitamos sanar estas relaciones dañadas, que son esenciales para sostenernos a nosotros mismos y a todo el entramado de la vida.

El Jubileo es un tiempo para volver a Dios, nuestro creador amoroso. No se puede vivir en armonía con la creación sin estar en paz con el Creador, fuente y origen de todas las cosas. Como señaló el papa Benedicto, «el consumo brutal de la creación comienza donde no está Dios, donde la materia es sólo material para nosotros, donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra» (Encuentro con el Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008).

El Jubileo nos invita a pensar de nuevo en los demás, especialmente en los pobres y en los más vulnerables. Estamos llamados a acoger de nuevo el proyecto original y amoroso de Dios para la creación como una herencia común, un banquete para compartir con todos los hermanos y hermanas en un espíritu de convivencia; no en una competencia desleal, sino en una comunión gozosa, donde nos apoyamos y protegemos mutuamente. El Jubileo es un momento para dar libertad a los oprimidos y a todos aquellos que están encadenados a las diversas formas de esclavitud moderna, incluida la trata de personas y el trabajo infantil.

También debemos volver a escuchar la tierra, que las Escrituras indican como adamah, el lugar del que fue formado el hombre, Adán. Hoy la voz de la creación nos urge, alarmada, a regresar al lugar correcto en el orden natural, a recordar que somos parte, no dueños, de la red interconectada de la vida. La desintegración de la biodiversidad, el vertiginoso incremento de los desastres climáticos, el impacto desigual de la pandemia en curso sobre los más pobres y frágiles son señales de alarma ante la codicia desenfrenada del consumo.

Particularmente durante este Tiempo de la Creación, escuchamos el latido del corazón de todo lo creado. En efecto, esta ha sido dada para manifestar y comunicar la gloria de Dios, para ayudarnos a encontrar en su belleza al Señor de todas las cosas y volver a él (cf. S. Buenaventura, In II Sent., I, 2,2, q.1, concluido; Brevil., II, 5.11). La tierra de la que fuimos extraídos es, por tanto, un lugar de oración y meditación: «Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros» (Exhort. ap. Querida Amazonia, 56). La capacidad de maravillarnos y contemplar es algo que podemos aprender especialmente de los hermanos y hermanas indígenas, que viven en armonía con la tierra y sus múltiples formas de vida.

3. Un tiempo para descansar

En su sabiduría, Dios reservó el sábado para que la tierra y sus habitantes pudieran reposar y reponerse. Hoy, sin embargo, nuestro estilo de vida empuja al planeta más allá de sus límites. La continua demanda de crecimiento y el incesante ciclo de producción y consumo están agotando el medio ambiente. Los bosques se desvanecen, el suelo se erosiona, los campos desaparecen, los desiertos avanzan, los mares se vuelven ácidos y las tormentas se intensifican: ¡la creación gime!

Durante el Jubileo, el Pueblo de Dios fue invitado a descansar de su trabajo habitual, para permitir que la tierra se regenerara y el mundo se reorganizara, gracias al declive del consumo habitual. Hoy necesitamos encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles, que restituyan a la Tierra el descanso que se merece, medios de subsistencia suficientes para todos, sin destruir los ecosistemas que nos mantienen.

La pandemia actual nos ha llevado de alguna manera a redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. La crisis, en cierto sentido, nos ha brindado la oportunidad de desarrollar nuevas formas de vida. Se pudo comprobar cómo la Tierra es capaz de recuperarse si la dejamos descansar: el aire se ha vuelto más limpio, las aguas más transparentes, las especies animales han regresado a muchos lugares de donde habían desaparecido. La pandemia nos ha llevado a una encrucijada. Necesitamos aprovechar este momento decisivo para acabar con actividades y propósitos superfluos y destructivos, y para cultivar valores, vínculos y proyectos generativos. Debemos examinar nuestros hábitos en el uso de energía, en el consumo, el transporte y la alimentación. Es necesario eliminar de nuestras economías los aspectos no esenciales y nocivos y crear formas fructíferas de comercio, producción y transporte de mercancías.

4. Un tiempo para reparar

El Jubileo es un momento para reparar la armonía original de la creación y sanar las relaciones humanas perjudicadas.

Nos invita a restablecer relaciones sociales equitativas, restituyendo la libertad y la propiedad a cada uno y perdonando las deudas de los demás. Por eso, no debemos olvidar la historia de explotación del sur del planeta, que ha provocado una enorme deuda ecológica, principalmente por el saqueo de recursos y el uso excesivo del espacio medioambiental común para la eliminación de residuos. Es el momento de la justicia restaurativa. En este sentido, renuevo mi llamamiento para cancelar la deuda de los países más frágiles ante los graves impactos de la crisis sanitaria, social y económica que afrontan tras el Covid-19. También es necesario asegurar que los incentivos para la recuperación, que se están desarrollando e implementando a nivel global, regional y nacional, sean realmente eficaces, con políticas, legislaciones e inversiones enfocadas al bien común y con la garantía de que se logren los objetivos sociales y ambientales globales.

Es igualmente necesario reparar la tierra. Restaurar el equilibrio climático es sumamente importante, puesto que estamos en medio de una emergencia. Se nos acaba el tiempo, como nos lo recuerdan nuestros niños y jóvenes. Se debe hacer todo lo posible para limitar el crecimiento de la temperatura media global por debajo del umbral de 1,5 grados centígrados, tal como se ratificó en el Acuerdo de París sobre el Clima: ir más allá resultará catastrófico, especialmente para las comunidades más pobres del mundo. En este momento crítico es necesario promover la solidaridad intrageneracional e intergeneracional. En preparación para la importante Cumbre del Clima en Glasgow, Reino Unido (COP 26), insto a cada país a adoptar objetivos nacionales más ambiciosos para reducir las emisiones.

Restaurar la biodiversidad es igualmente crucial en el contexto de una desaparición de especies y una degradación de los ecosistemas sin precedentes. Es necesario apoyar el llamado de las Naciones Unidas para salvaguardar el 30% de la Tierra como hábitat protegido para 2030, a fin de frenar la alarmante tasa de pérdida de biodiversidad. Exhorto a la comunidad internacional a trabajar unida para asegurar que la Cumbre de Biodiversidad (COP 15) en Kunming, China, sea un punto de inflexión hacia el restablecimiento de la Tierra como una casa donde la vida sea abundante, de acuerdo con la voluntad del Creador.

Estamos obligados a reparar según justicia, asegurando que quienes han habitado una tierra durante generaciones puedan recuperar plenamente su uso. Las comunidades indígenas deben ser protegidas de las empresas, en particular de las multinacionales, que, mediante la extracción deletérea de combustibles fósiles, minerales, madera y productos agroindustriales, «hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital» (LS, 51). Esta mala conducta empresarial representa un «nuevo tipo de colonialismo» (S. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, 27 abril 2001, citado en Querida Amazonia, 14), que explota vergonzosamente a las comunidades y países más pobres que buscan con desesperación el desarrollo económico. Es necesario consolidar las legislaciones nacionales e internacionales, para que regulen las actividades de las empresas extractivas y garanticen a los perjudicados el acceso a la justicia.

5. Un tiempo para alegrarse

En la tradición bíblica, el Jubileo representa un evento gozoso, inaugurado por un sonido de trompeta que resuena en toda la tierra. Sabemos que el grito de la Tierra y de los pobres se ha vuelto aún más fuerte en los últimos años. Al mismo tiempo, somos testigos de cómo el Espíritu Santo está inspirando a personas y comunidades de todo el mundo a unirse para reconstruir nuestra casa común y defender a los más vulnerables. Asistimos al surgimiento paulatino de una gran movilización de personas, que desde la base y desde las periferias están trabajando generosamente por la protección de la tierra y de los pobres. Da alegría ver a tantos jóvenes y comunidades, especialmente indígenas, a la vanguardia de la respuesta a la crisis ecológica. Piden un Jubileo de la Tierra y un nuevo comienzo, conscientes de que «las cosas pueden cambiar» (LS, 13).

También es motivo de alegría constatar cómo el Año especial en el aniversario de la Encíclica Laudato si’ está inspirando numerosas iniciativas, a nivel local y mundial, para el cuidado de la casa común y los pobres. Este año debería conducir a planes operativos a largo plazo para lograr una ecología integral en las familias, parroquias, diócesis, órdenes religiosas, escuelas, universidades, atención médica, empresas, granjas y en muchas otras áreas.

Nos alegramos además de que las comunidades de creyentes se estén uniendo para crear un mundo más justo, pacífico y sostenible. Es motivo de especial alegría que el Tiempo de la Creación se esté convirtiendo en una iniciativa verdaderamente ecuménica. ¡Sigamos creciendo en la conciencia de que todos vivimos en una casa común como miembros de la misma familia!

Alegrémonos porque, en su amor, el Creador apoya nuestros humildes esfuerzos por la Tierra. Esta es también la casa de Dios, donde su Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), el lugar donde la efusión del Espíritu Santo se renueva constantemente.

«Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra» (cf. Sal 104, 30).

Roma, San Juan de Letrán, 1 de septiembre de 2020.

La Acción Católica mundial se une al #TiempodelaCreación

Internacional

La Acción Católica mundial se une al #TiempodelaCreación

01 septiembre 2020

El Forum Internacional de Acción Católica (FIAC), en el que está representada la Acción Católica Española (general y especializada), se une al #TiempodelaCreación con una jornada por internet dedicada a “El coraje de cambiar para salir mejores de esta pandemia”. 

El encuentro virtual está previsto para el 4 de septiembre, a las 14 h (9 h en Argentina; 12 en Senegal, 15 h en Rumanía y Tierra Santa, y 20 h en Filipinas) justo el día dedicada a la memoria litúrgica del Beato Giuseppe Toniolo, promotor de la Acción Católica, y después de la celebración del Día Mundial de Oración por la Salvaguarda de la Creación.

Intervendrán, Rafael Corso, presidente de Acción Católica Argentina y coordinador del Secretariado de la FIAC; Jorge Juárez, responsable nacional de “Aspirantes” Acción Católica Argentina y responsable de la coordinación de Niños de FIAC;  Mons. Eduardo García, obispo de San Justo y Asesor Eclesiástico Acción Católica Argentina y FIAC; y Matteo Truffelli, tresidente nacional Acción Católica Italia. Además se compartirán experiencias de Senegal, Venezuela y Tierra Santa.

Afectados en todo el mundo por la COVID-19 y sus consecuencias, se trata de orar, reflexionar y comprometerse para responde positivamente a los grandes desafíos de nuestro tiempo, en nuestra vida cotidiana a todos los niveles, con una visión de fe.

 

Francisco pide “no al saqueo, sí al compartir” en su vídeo de septiembre

Precisamente, la Red Mundial de Oración del Papa acaba de hacer público un vídeo, como no, también enmarcado en el Tiempo de la Creación, donde el papa Francisco expresa su Intención de Oración de este mes de septiembre, llamando particularmente a velar por los recursos del planeta con responsabilidad y a que se compartan de manera justa y respetuosa.

 

El mensaje del Papa Francisco sobre el cuidado de la creación es contundente: “Estamos exprimiendo los bienes del planeta. Exprimiéndolos”. Por eso alienta a todas las personas a que tomen conciencia de la grave “deuda ecológica”, fruto de la explotación de los recursos naturales y de la actividad de algunas multinacionales que “hacen fuera de sus países lo que no se les permite en los suyos”. Para el Santo Padre, esta situación es urgente: “Hoy, no mañana, hoy, tenemos que cuidar la creación con responsabilidad”.

Por último, Francisco exhorta en el vídeo a rezar para que los bienes del planeta no sean saqueados, sino que se compartan de manera justa y respetuosa. Su llamado es claro: “No al saqueo, sí al compartir”.

El Padre Frédéric Fornos S.J., director internacional de la Red Mundial de Oración del Papa a quien están confiadas las intenciones del Santo Padre y que también incluye el MEJ (Movimiento Eucarístico Juvenil) explica que esta intención del Papa se enmarca asimismo en el 5º aniversario de la encíclica del Papa sobre el cuidado de la Casa Común, la Laudato si’: “El año 2020 es el año del quinto aniversario de esta encíclica dedicada al cuidado de la casa común: hoy más que nunca tenemos que escuchar este grito y promover concretamente, con un estilo de vida personal y comunitaria sobria y solidaria, una ecología integral. Recemos por eso, pues es un camino de conversión”.

Algunos informes internacionales señalan que son casi 1.000 millones las personas que se van a dormir con hambre cada noche y no porque no haya suficiente comida para todos, sino por la profunda injusticia en la forma en que se produce y se accede a los alimentos. Entre las causas, destaca el aumento del poder empresarial en la producción de alimentos, la crisis climática y el acceso injusto a los recursos naturales, lo cual repercute en la capacidad de las personas para cultivar y comprar alimentos. Por otro lado –en un informe sobre las industrias extractivas–, la ONU indicó que estas presentan desafíos particulares tanto para los Estados frágiles como para las naciones en desarrollo.

COVID-19 | La preocupación del papa Francisco

Mundo obrero y del trabajo

COVID-19 | La preocupación del papa Francisco

26 agosto 2020

Reproducimos un artículo del director del Secretariado Diocesano de Pastoral del Trabajo de Madrid, Juan Fernández de la Cueva Martínez-Raposo, en el que analiza la repercusión de la actual pandemia en el trabajo y recoge las principales insistencias de Francisco para que la “nueva normalidad” no traiga más injusticia.

1.Panorama del a pandemia COVID-19

El impacto de esta triple crisis (sanitaria, económica y laboral) será muy duro para todos, pero especialmente golpeará a españoles con trabajos más débiles, precarios, cerca o por debajo del umbral de la pobreza, agravándose la desigualdad y el empobrecimiento de millones de personas.

El coronavirus ha provocado que se destruyan más de un millón de empleos en el segundo trimestre, y que la tasa de paro se dispare al 15,3% según los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA). A finales de este año seguramente alcanzaremos cuatro millones de desempleados, los ERTES producirán más despedidos y más jóvenes convertidos en desempleados de larga duración: los jóvenes de la generación de la COVID-19.

Por si fuera poco, los rebrotes de estos últimos meses podrían agravar aún más el desempleo después de verano y la recuperación del paro no repuntará hasta finales del 2021, a no ser que aparezca antes una vacuna.

2. La COVID-19 y la pobreza

Según las últimas estadísticas aportadas por el viceconsejero de Sanidad madrileño el pasado lunes 17 de agosto, los distritos donde el virus está castigando sanitariamente con mayor fuerza son los de Carabanchel, Usera, Puente de Vallecas, Villaverde en la capital, y los municipios de Alcobendas y Móstoles.

El distrito de Usera multiplica por 100 la tasa de incidencia acumulada con 818 por cada 100.000 habitantes con respecto a los núcleos urbanos más favorecidos como son el de Moncloa Aravaca, que tiene una cifra de apenas 58,8, o el de Chamberí con un 60,27.

Todos los distritos de Madrid donde se dan más brotes de la COVID-19 tienen un común denominador: su contexto socioeconómico es de rentas bajas, mayor precariedad, y más incidencia de desempleo. Aunque es verdad que no es el paro lo que define exclusivamente a la pobreza severa, ya que los trabajadores en ejercicio suponen el 30,3 % del total en pobreza severa. Las condiciones de trabajo hoy ya no dan para salir de la pobreza.

3. Esta es una ocasión para construir algo diferente

El Papa Francisco ha dedicado varias catequesis a esta situación. “La pandemia ha dejado al descubierto la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo”, dijo en la audiencia general de este miércoles 19 de agosto. Continuando con las catequesis semanales sobre cómo arreglar estos desajustes inhumanos del mundo, afirmó: “El virus, si bien no hace excepciones entre las personas, ha encontrado, en su camino devastador, grandes desequilibrios económicos y discriminación humana. ¡Y los ha incrementado!”.

El Papa Francisco reconoce la preocupación que todos tenemos por estas consecuencias catastróficas de la pandemia. Pero añade que de una crisis no se sale para repetir lo peor, como es legitimar y hasta aumentar las injustas desigualdades sociales. “Hoy tenemos una ocasión para construir algo diferente”.

“Por ejemplo, podemos hacer crecer una economía de desarrollo integral de los pobres y no de asistencialismo. Con esto no quiero condenar la asistencia, las obras de asistencia son importantes. Pensemos en el voluntariado, que es una de las estructuras más bellas que tiene la Iglesia italiana. Pero tenemos que ir más allá y resolver los problemas que nos impulsan a hacer asistencia. Una economía que no recurra a remedios que en realidad envenenan la sociedad, como los rendimientos disociados de la creación de puestos de trabajo digno” (Evangelii gaudium, 204).

Todos deseamos volver a retomar la “nueva normalidad” y las actividades de antes: circular y viajar libremente, abrazar a las personas queridas, celebrar fiestas con los amigos… Sin embargo, esta “nueva normalidad’ no debería consistir en reproducir o aumentar las injusticias sociales y el degrado del ambiente que lleva consigo el consumismo. Así la COVID-19 convertiría la crisis sanitaria en pandemia social más afianzada.

4. La opción preferencial por los pobres

Para el Pontífice, “la respuesta a la pandemia es doble”:

  • Por un lado, “es indispensable encontrar la cura para un virus pequeño pero terrible, que pone de rodillas a todo el mundo”.
  • Por el otro, “curar un gran virus, el de la injusticia social, de la desigualdad de oportunidades, de la marginación y de la falta de protección de los más débiles”.

Citando la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (195), Francisco afirma que “en esta doble respuesta de sanación, hay una elección que, según el Evangelio, no puede faltar: la opción preferencial por los pobres”. “La opción preferencial por los pobres, esta exigencia ético-social que proviene del amor de Dios, nos da el impulso a pensar y a diseñar una economía donde las personas, y sobre todo los más pobres, estén en el centro” (Laudato si’, 158).

Si la COVID-19 incrementara sus brotes de contagios e intensificara las injustas desigualdades económicas y golpeara a los trabajadores cerca o por debajo del umbral de la pobreza, tenemos que luchar por cambiar este mundo. El Papa Francisco expresó que se puede hacer crecer una economía sin recurrir a un virus moral que ataca de muerte a la dignidad del trabajo.

Algunos piensan, erróneamente, que este amor preferencial por los pobres sea una tarea para pocos, pero en realidad es la misión de toda la Iglesia, decía San Juan Pablo II (Sollicitudo rei socialis, 42). “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad” (Evangelii gaudium, 187).

 

Más información

COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia (Academia Pontificia para la Vida)

Nota sobre la emergencia Covid-19 (Academia Pontificia para la Vida)

La dignidad humana como fundamento de toda la vida social (Audiencia general, 12 de agosto).

El trabajo en tiempos de pandemia (Noticias Obreras, junio de 2020 número 1.629. Tema del Mes).

 

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