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Que el consumo no nos consuma

20 diciembre 2019 | Por

Que el consumo no nos consuma

Maite Valdivieso | Militante de la HOAC

«Se está invisibilizando que por el oro y el petróleo se están arrasando pueblos y personas». Estas palabras nos transmitían en su visita a Bilbao el mes pasado, el obispo de Aguarico en Ecuador Mons. Adalberto Jiménez y el misionero capuchino navarro Txarli Azcona, tras su participación en el Sínodo de la Amazonia en Roma.

Nos contaban que «ha ocurrido algo muy importante. Se han escuchado distintas voces y pensamientos. El Sínodo nos ha marcado una vida sobria y eso nos implica a todos». Apelaron frente al consumo desmedido la necesidad imperiosa de consumir con responsabilidad, porque «o salvamos la Amazonia entre todos o esto revertirá en todo el planeta». No faltaron en su intervención el recuerdo a los misioneros Alejandro Labaka e Inés Arango, asesinados en esas tierras. Tierras de una gran riqueza en recursos naturales: petróleo, minerales, madera. Son tierras expoliadas con una voracidad sin límites y donde las poblaciones, especialmente las poblaciones indígenas, son condenadas a la pobreza, no reconociendo sus derechos y su dignidad. Se trata de una realidad de vida o muerte.

Pero no se trata de que en nuestra sociedad se consuma mucho, sino que nos encontramos en una sociedad consumista, lo que implica un modo de entender, orientar y vivir el consumo, desde la creencia de que es necesario un consumo siempre creciente, absolutizando así el beneficio. Participar de ese consumo ilimitado además se vive como signo de éxito social, camino de felicidad, dotando incluso de identidad. Se trata de un modo de pensar que hace razonable situarse ante la vida como si todo fuera objeto de consumo, manifestándose en una insatisfacción permanente, de la que la publicidad sabe sacar un buen partido. Consumir sin parar, siempre lo último, lo novedoso, sin parase a ver las consecuencias para las personas o el planeta.

Una sociedad que entona como propia la canción de Luis Eduardo Aute: «Rezan las leyes básicas/ de una curiosa ética/ que el hombre es una máquina/consumidora intrépida… Producto, consumo, este es el triste tema de esta canción». Vivimos en una sociedad de la hiperproducción y del hiperconsumo, donde el mercado y el marketing van trastocando la conciencia del necesitar, llevando a una espiral sin límite.

Como señala el papa Francisco al inicio de Evangelii gaudium: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien».

Hace casi cien años, Walter Benjamín decía que «en el capitalismo hay que ver una religión», al presentarse como una «experiencia de la totalidad». Pero una religión solo de culto, donde todos los días «son de precepto», sin dogmas, ni moral. Ese culto se lleva a cabo mediante el consumo. Toda religión tiene un dios. Aquí el dinero se convierte en dios. Dinero que da seguridad, es todopoderoso y omnipresente, garantiza el futuro. Tal vez podría tener sentido retomar las palabras de salmista: «Te amo, Señor, tú eres mi roca, mi fortaleza». Un dios al que hacemos procesiones y que visitamos en sus templos-centros comerciales. El consumo se convierte en una vivencia, en una ocupación del tiempo libre, elegimos entre las múltiples mercancías con sus respectivas marcas con las que nos identificamos. Tiendas, restaurantes, negocios, lugares de ocio se mezclan. Se consume como distracción, como si no se consumiese.

Siguiendo en nuestra reflexión a J.I. González Faus, el capitalismo no ofrece una cosmovisión que intente responder a las cuestiones fundamentales del ser humano, solo exige un culto incondicional, aceptando incluso como inevitable los sacrificios humanos. El dinero es profundamente idolátrico. Llamamos dios a lo que es obra humana. En lugar de religión tal vez sea más propio hablar de idolatría. Podemos recordar la escena del Éxodo (Ex 32), la adoración del becerro de oro. Pone el oro a la altura de dios, a la vez que considera el oro como obra humana con forma de animal. El dinero rompe la igualdad que es el objetivo mayor de Dios entre los hombres como expresión de la fraternidad. El dinero acaba haciendo esclavo al ser humano y le priva de la verdadera libertad.

Lutero insistía que la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes de la economía monetaria. Los cristianos deberían manifestar al Dios verdadero con su conducta en cuestiones económicas. Por eso añade: «Siempre he dicho que los cristianos somos gente rara en la tierra». Pero esa rareza permite comprender que la frase de Jesús «No podéis servir a Dios y al dinero» tiene una traducción laica bien clara: no podéis servir al hombre y al dinero.

Santiago Álvarez en La gran encrucijada, habla del papel de las religiones en la construcción de visiones que religuen lo humano con la naturaleza, promuevan la fraternidad entre una humanidad escindida, defiendan los recursos que son comunes y desmitifiquen los ídolos de opresión y muerte.

El papa Francisco nos llama en Laudato si’ a la conversión ecológica, desde el convencimiento de que el Evangelio de Jesús tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir, alimentando la pasión por el cuidado del mundo, por cada persona, desde la convicción de que «menos es más». Como insistía Cáritas en una de sus campañas «Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir».

Cambiar el estilo de vida (LS 206) ejerciendo una sana presión sobre los poderes político, económico y social. No olvidar que comprar es siempre un acto moral y no solo económico. Necesitamos romper con una cultura consumista, plantearnos un consumo responsable. Probar a preguntarnos: qué comprar, por qué, cuándo, quién lo ha hecho, en qué condiciones, con qué, cómo, para qué…

«Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (LS 228). Alentando una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad (LS 231).

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