Corría el año 1987 cuando empecé a plantearme mi entrada en el Seminario de Sevilla, y tenía que abordar qué podía pasar con mi trabajo, necesario para el sostén de mi familia –mi madre y mis hermanos– y había elaborado toda una batería de argumentos para convencer a don Carlos Amigo, arzobispo, por entonces, de […]
Continua leyendo