El amor que Jesús nos propone vivir es un amor –como el de Dios– sin fronteras ni condiciones. Tenemos que amar así porque es así como Dios ama. Y tenemos que construir sobre ese amor nuestra vida, nuestras relaciones personales y familiares, nuestras relaciones sociales y laborales, nuestras relaciones políticas, nuestra vivencia eclesial, porque no tenemos razón alguna para lo contrario si queremos seguir a Jesús. Para esto nos es necesario orar.