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Contra el silenciamiento del drama de los refugiados

24 febrero 2020 | Por

Contra el silenciamiento del drama de los refugiados

Joaquín Sánchez | Consiliario de la HOAC de Cartagena-Murcia

Es muy duro compartir la vida con los refugiados y refugiadas, compartir sus esperanzas y desesperanzas y, sobre todo, compartir su sufrimiento humano y ver cómo hay un intento planificado de que este drama pase desapercibido.

Se oculta y se silencia, acallando las voces de los refugiados y refugiadas que solo piden recuperar sus vidas y tener un nuevo hogar, porque su hogar ya no existe, ha sido destruido por las bombas, porque han enterrado algún hijo y no quieren enterrar a más hijos, porque no quieren que sus hijas sean violadas, porque no tienen comida ni agua, porque no quieren empuñar un arma para matar. Existe una política para silenciar el drama de las personas refugiadas e, incluso, para que lo veamos como una amenaza, fomentando el miedo, el odio y el rencor.

Fuimos este verano, pero vimos la necesidad de volver estas navidades. ¿Volver tan pronto? Sí, porque tenemos muchos amigos y amigas allí que nos esperan, que dicen que somos esperanza para ellos y ellas, porque saben que vamos a volver y a romper el silencio que les rodea y que no los olvidamos. Nos dijeron algunas familias en el campo de refugiados de Ritsona que no les olvidásemos. ¿Cómo olvidar a gente que nos abre sus vidas y su corazón? ¿Cómo olvidar gente que te da abiertamente su cariño y su confianza y comparte lo poco que tiene con nosotros? Ese compromiso de no olvido, no solo lo hicimos a esas familias, sino que lo hicimos extensible al resto de refugiados y refugiadas.

Fuimos cinco personas del 26 de diciembre el 31 de diciembre para reencontrarnos con esa realidad de los Campos de Refugiados de Moria y del Monte de los Olivos en la Isla de Lesbos, en Grecia. Teníamos la información de que la situación había empeorado considerablemente, que habían llegado más personas desde Turquía, pero, cuando llegamos el choque visual fue brutal, porque habían pasado de diez mil personas refugiadas a veinte mil.

El campo de Moria, que está amurallado por ser una antigua base militar, estaba lleno de tiendas de campaña, distantes unas de otras por pocos centímetros, y el Campo de Refugiados del Monte de los Olivos rodeaba totalmente Moria, extendiéndose por las montañas. La vista no abarcaba el conjunto de ese campo de refugiados.

Empezamos a caminar y vimos a las personas refugiadas hacinadas en pequeñísimas tiendas de campañas, sin consistencia y algunas encima de un palé para no estar en contacto directo con la tierra húmeda, donde tienen que estar una media de entre cuatro y seis personas.

Los que están llegando no tienen agua ni luz, teniendo que soportar un frío tremendo, la lluvia, el barro y la humedad, que recala todo, hasta los huesos. Cuando escribo esta crónica nos llegan imágenes de que está nevando. Van a morir muchas personas de frío, aquí en Grecia, en Europa, como murieron el invierno pasado.

Nos enseñaba un refugiado un aparato de aire, su hijo pequeño tenía asma pero no podía utilizarlo porque no tenía luz. Nos lo decía con toda la desesperación de un padre que sabía que, en un ataque asmático, su hijo podía fallecer. En los diferentes viajes que hemos hecho a estos campos de refugiados, hemos ido constatando las condiciones inhumanas e indignas, que nada cambiaba, pero, estas condiciones inhumanas, indignas son aún mayores, terriblemente mayores.

Tienen que hacer unas 6 horas de cola para la comida, una comida que sigue siendo vomitiva, y más escasa, porque el envase donde va la comida es más pequeño, poca agua; la atención médica es escasa, solo hay un médico oficialmente y dos médicos de ONG, sin recursos sanitarios, empezando por los medicamentos.

Siguen tratándolos como animales enjaulados, lo cual provoca con el paso del tiempo comportamientos desequilibrados, enfermedades mentales y violencia. No hay actividades de ningún tipo, ni para adultos ni para niños y niñas, y cada día que pasa solo les queda deambular y esperar un milagro que no llega.

Todo se ha traducido en suicidios, porque sus vidas se han convertido en algo insoportable, y los suicidios o intentos, también se dan entre los niños y niñas. Se producen desapariciones de menores para tráfico de órganos y abusos sexuales, sin que las autoridades hagan nada. Vidas rotas, vidas destruidas, vidas abandonadas y rechazadas. El paso del tiempo lo está deshumanizando, y todo esto en Europa, en esa Europa que presume de sus gobiernos de valores, derechos y principios.

Dentro de este caos y esta inhumanidad, hay pequeños espacios humanizadores, espacios para recuperar un fragmento de sus vidas, de aquello que vivieron. Quiero destacar un espacio educativo formado por tres aulas, donde maestros y maestras enseñan, sobre todo, idiomas para que tengan alguna oportunidad.

El proyecto de The hope project es un espacio para el encuentro desde la cultura, la pintura, el canto y el teatro. Y, quiero destacar las celebraciones de los domingos en la iglesia católica de Mitilene, capital de Lesbos, donde se comparte la fe y la vida y la mesa, poniendo autobuses para recogerlos y llevarlos posteriormente. Es un espacio para dar vida y esperanza y vivir su fe, a pesar de todo.

Quiero terminar esta crónica agradeciendo la acogida de estos refugiados, que nos brindan su confianza, la cercanía, el cariño y la ternura de los niños y niñas que quieren que juguemos con ellos continuamente, porque una vez que te cogen de la mano ya han entrado en tu vida. Comparten sus vidas, su sonrisa, el saludo continuo de «hello, my friends», comparten hasta lo poco que tienen.

Desear, desde lo más profundo, que la inhumanidad y la indiferencia no tengan la última palabra, que sea la acogida y la exigencia del final de los conflictos, de las guerras, quien tenga la fuerza que motive la reacción ciudadana, para que la gente pueda volver a la tierra que los vio nacer.

Sus vidas nos importan y ante el silenciamiento, la denuncia profética y el acompañamiento desde los propios campos de refugiados, para no olvidarlos, porque todos formamos parte de esa gran familia humana que Dios quiso que formáramos.

faldon portada y sumario

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