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Santiago Álvarez Cantalapiedra: «El capitalismo amenaza las bases naturales que sostienen la vida»

21 octubre 2019 | Por

Santiago Álvarez Cantalapiedra: «El capitalismo amenaza las bases naturales que sostienen la vida»

José Luis Palacios | El director de FUHEM Ecosocial no solo es experto en economía sino que realiza una gran labor divulgativa sobre la sostenibilidad y las necesidades humanas. Ediciones HOAC acaba de publicar La gran encrucijada. Crisis ecosocial y cambio de paradigma, mucho más que un ensayo sobre ecología, una obra imprescindible para evitar la catástrofe.

La gran encrucijada evoca el punto del camino en que hay que elegir una dirección sin posibilidad de vuelta atrás… ¿Tiene la especie humana la información, el conocimiento y la sabiduría necesarias para elegir correctamente?

Si hay que elegir, conviene hacerlo después de un discernimiento. Es ilusorio pensar que basta con disponer de información. La gran encrucijada en la que nos encontramos es consecuencia de la actual crisis ecosocial, que es una crisis multidimensional (es ecológica, económica y política y afecta a los planos biofísico, productivo y reproductivo) y multiescalar (se manifiesta desde local hasta lo global). Como ha señalado el papa Francisco en la Laudato si’, no existen dos crisis separadas, una social y otra ecológica, sino una única e inseparable crisis ecosocial. Una crisis de esta envergadura exige abandonar viejos paradigmas y adoptar otros nuevos. Las categorías, conceptos, valores y maneras de razonar hoy vigentes nos impiden darnos cuenta de lo que pasa. Y si no nos damos suficiente cuenta de ello, no es por falta de información, sino más bien por todo lo contrario. Vivimos en un mundo «infoxicado», con una sobresaturación de datos e informaciones que impide conocer lo que está ocurriendo. Información, conocimiento y sabiduría son tres modos muy distintos de saber. Nos sobra lo primero, andamos justitos de lo segundo y, en la sociedad actual, se desprecia abiertamente la sabiduría. Pero la sabiduría es lo más necesario para responder a la pregunta de cuánto es bastante para vivir de forma justa y sostenible sobre este planeta.

En su libro plantea que la humanidad ha avanzado en los últimos 200 años en importantes aspectos pero, ¿cuáles son las contradicciones propias del capitalismo que convierte su éxito en la gran amenaza?

Es un progreso aparente, pues mina las bases naturales y sociales sobre las que se sostiene. Esa es la gran contradicción del capitalismo, la de desenvolverse bajo una estrecha racionalidad crematística que da lugar a una profunda irracionalidad social que amenaza con socavar las bases naturales que sostienen la vida.

¿Cuáles son las principales evidencias de que hemos alcanzado las dos grandes fracturas que amenazan nuestra civilización?

El capitalismo ha provocado una doble fractura: metabólica y social. El funcionamiento de una sociedad depende de los flujos continuos de recursos intercambiados con la naturaleza. A esto lo denominamos metabolismo socioeconómico. La civilización industrial capitalista indujo el tránsito desde un régimen metabólico basado en los recursos bióticos (renovables) que nos brinda la naturaleza viva a otro que depende de los recursos fósiles y minerales que extraemos de la corteza terrestre (no renovables). Dicha civilización se ha expandido por todo el mundo a lo largo del siglo XX, sobre todo, a partir de su segunda mitad, cuando se aceleran los ritmos de extracción de recursos y de emisión de residuos, dotando a las sociedades humanas de una destructividad sobre el mundo natural nunca vista. Esa inyección de recursos acelera la población mundial, el proceso urbanizador, los niveles de transporte, la producción y el comercio internacionales, el consumo global de agua, de fertilizantes, las capturas pesqueras, etc. Prácticamente nada queda al margen de este impulso voraz: incluso la arena, una materia prima hasta hace poco abundante y barata, en la actualidad se torna escasa debido al elevado ritmo urbanizador y a la gran cantidad de infraestructuras que se expanden por todo el planeta. La mitad de los combustibles fósiles los hemos consumido en las cuatro últimas décadas de expansión acelerada del capitalismo mundial, durante ese periodo que habitualmente conocemos como globalización. El efecto de este crecimiento acelerado es que se agravan también exponencialmente los procesos de degradación de los ecosistemas (la pérdida de biodiversidad, la desaparición de los de bosques tropicales, la acidificación oceánica, la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, la expansión de plásticos y nuevas sustancias hasta los rincones más remotos del planeta, etc.).

Por otro lado, la fractura social es consecuencia de ahogar los vínculos comunitarios en las gélidas aguas del cálculo mercantil. La irrupción de una sociedad regulada por las fuerzas del mercado y el capital provocó una profunda dislocación social, afectando al sistema de cuidados necesarios para la reproducción de la existencia humana.

¿Por qué el capitalismo digital tampoco es la respuesta?

Este tipo de capitalismo no supera la fractura metabólica, sino que la profundiza. Lejos de desmaterializar la economía, necesita para su funcionamiento de enormes cantidades de energía y minerales que añaden nuevas presiones a los ecosistemas. En el plano social sus efectos no son menos desastrosos. El capitalismo en la era digital se ha convertido básicamente en un capitalismo de vigilancia. Al extraer datos de los usuarios ha logrado perfeccionar las capacidades que ya tenía el capitalismo en su fase consumista de moldear las subjetividades de las personas. Y no se conforma solo con eso, también empuja –a través de las llamadas «economías de plataforma»– a que la gente gobierne su vida como si de una empresa o una marca se tratara en eterna competición con sus semejantes. El resultado: mayor control sobre la vida de la gente, unas relaciones laborales más desreguladas y una concentración del poder oligopólico en unas pocas grandes empresas tecnológicas.

¿Por qué defiende que las religiones pueden ser parte de la solución en la superación de la crisis ecosocial?, ¿cómo y en qué condiciones pueden impulsar el cambio de paradigma que necesitamos?

Las religiones son una fuente de sabiduría para la encrucijada en que estamos. A muchas se las puede considerar «ecosofías», es decir, sabidurías sobre nuestra condición de seres interdependientes y ecodependientes. No en vano, el término religión está emparentado etimológicamente con religar o vincular, por lo que la experiencia religiosa consistiría en la consciencia y vivencia de la vinculación y la dependencia.

En concreto, ¿qué valores, actitudes y compromisos propios del cristianismo pueden ser una inspiración para la conversión personal y el cambio institucional?

El cristianismo critica el utilitarismo y reivindica el valor intrínseco de cada ser viviente y el carácter sagrado de la biosfera en su conjunto. Además, proporciona fuerza espiritual y moral, motivación e inspiración y, cuando es fiel a la misión y persona de Jesús, dimensión utópica y altas dosis de conciencia crítica que se suelen materializar en admirables formas de compromiso por la justicia alimentadas por la esperanza.

La magnitud de la tarea y la gravedad de la situación parece que alientan la parálisis de gran parte de la humanidad, de muchas instituciones, incluidas las que representan la soberanía de la ciudadanía… ¿Faltan alternativas, falla la comunicación y sensibilización, tan poderosas son las resistencias?

Los más pobres, cuyas formas de vida tienen bajos niveles de emisiones, son los más vulnerables ante las consecuencias de las catástrofes climáticas. Los ricos comprarán su salida. Se mudarán a los lugares más seguros y se harán con las tierras más altas a medida que resulten inhabitables otras zonas; asegurarán sus propiedades contra los riesgos asociados a eventos extremos. Aquí late una injusticia. Lo que más echo en falta es que no se perciba esta situación como lo que es, una inmensa injusticia.

Entonces, ¿la humanidad tiene salvación? ¿Cómo alimentar la esperanza y cuáles son las líneas maestras del nuevo paradigma que necesitamos?

Veo una mayor sensibilidad y acercamiento entre las diferentes tradiciones emancipadoras en relación con la cuestión ecosocial y a una parte de la juventud que no se resigna ante la amenaza de verse privada de su futuro. Inspirado en Greta Thunberg surge el movimiento Fridays For Future, y de su mano las iniciativas de madres o profesores por el clima. Están surgiendo plataformas de lucha por la justicia climática articuladas internacionalmente, como el movimiento por la desobediencia civil pacífica Extinction Rebellion. Son signos de esperanza.

Cuando más grave es la situación mayor valor adquiere la esperanza. Pero hay que aclarar que la esperanza no es sinónimo de optimismo; más bien, el optimismo es la banalización de la esperanza. Soy pesimista sobre la situación actual, pero estoy esperanzado porque albergo una esperanza que no es ingenua ni pasiva. Debemos cultivarla sin esas vendas de optimismo que impiden ver la situación en la que nos encontramos. Abogo por un «pesimismo esperanzado» o por una «esperanza sin optimismo» que nos conduzca a la asunción de responsabilidades desde el convencimiento de que la historia no está escrita de antemano y que, si nos organizamos y tomamos conciencia de ello, seremos sujetos que lanzan la historia hacia otra dirección.

Su ensayo es mucho más que un tratado de ecología política, ya que aborda también aspectos históricos, culturales, morales y hasta filosóficos… ¿Qué potencias, qué capacidades, qué fuerzas hacen falta movilizar para construir un nuevo paradigma?

Todas las que conduzcan a la construcción de una cultura de la autocontención capaz de atemperar la hybris (desmesura) humana y contribuir a la paz entre nosotros y con la naturaleza.

 

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