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Dios, todo Dios, aparece como lo más débil e inválido que hay: un recién nacido

19 diciembre 2016 | Por

Dios, todo Dios, aparece como lo más débil e inválido que hay: un recién nacido

Fernando Díaz Abajo  | Lo más débil e inválido que hay… Ese es nuestro Dios. Nace Dios en la historia humana, haciéndose carne de nuestra carne; haciéndose lo más nuestro, el Dios con nosotros. Todo Dios.

Quizá porque en la debilidad es donde mejor se encuentra y puede ser más Dios. Porque en la debilidad y fragilidad del recién nacido que necesita el abrazo y el calor de la madre, que necesita el alimento que le proporciona, que es acogido con todo amor, es en la que también nosotros podemos reconocernos en muestra más clara identidad: los amados, los deseados, los acogidos por Dios que nos hace hijos e hijas suyos. Hijos e hijas del Dios de la vida hecho vida. Dios se hace necesitado, para ser nuestra necesidad. Gracias a su acogida de nuestra propia debilidad e invalidez, también nacemos nosotros a la vida de Dios.

Y así, ahora, somos nosotros quienes podemos acogerle a Él. Nos hacemos débiles para acoger su debilidad; nos hacemos inválidos, siervos inútiles, para acoger la misericordiosa impotencia de su amor. Nos hacemos impotencia misericordiosa capaz de acoger la debilidad e invalidez, la fragilidad de nuestro mundo, y poder acoger a Dios mismo en la debilidad de la carne sufriente del pobre, en la vida del mundo obrero. Dios sigue necesitándonos y contando con nosotros y nosotras.

Una debilidad que nos enriquece porque nos abre humildemente al don de Aquel que llega a nuestra vida. Hacemos sitio a Dios. ¿Hay algo mejor que esto? Hacemos sitio a toda mujer y hombre en quienes estamos llamados a reconocer el rostro de Dios, hecho niño. Hacemos sitio a quienes, cada día, experimentan la vulnerabilidad como condición de su vida; a quienes, cada día, viven una existencia en debilidad; a quienes llegan hasta nuestra vida buscando, desde su debilidad, la vida digna, la vida humana.

Navidad nos invita a caer de rodillas ante la impotencia misericordiosa del Amor, ante la debilidad humana y humanizadora de nuestro Dios. Nos invita a reconocer la omnipotencia del Amor, de la vida entregada y vivida en el amor. Es el culmen de nuestra humanidad y, por eso, es camino de humanización. Dios se nos hace carne palpable y necesitada porque quiere que encontremos en Él el camino de vida digna, humana, justa y feliz para todos. Dios se nos hace Bienaventuranza en Navidad.

Seamos como los pastores aquella noche en las periferias de Belén, que encuentran a Dios humanado y anuncian la Buena Noticia, el gozo, la alegría, la esperanza cumplida que trae para toda la humanidad. Acojamos nosotros a Dios después de encontrarlo, y que nuestra vida sea, como la de aquellos pastores, capaz de comunicar la alegría, la esperanza cumplida, la bienaventuranza para todos, que es que Dios esté aquí, en nuestra historia, en nuestra vida, humanizándola, dignificándola, haciéndola vida dichosa para todos.

Lo mejor que podemos ofrecer al mundo obrero es Jesucristo, que en Navidad se hace todo Dios en su debilidad misericordiosa. El mundo obrero está esperándolo. Necesita esa gran alegría. No la escondamos. Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

 ¡Feliz Navidad!

 

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