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Adela Cortina: «No se puede admitir que la sociedad rechace a los peor situados»

23 junio 2017 | Por

Adela Cortina: «No se puede admitir que la sociedad rechace a los peor situados»

José Luis Palacios | Ha publicado un ensayo nuevo. Oportuno y clave para identificar una de las patologías sociales más extendidas y más peligrosas. El rechazo al pobre, que ella misma ha bautizado como aporofobia. Ante un grupo de periodistas, expone con brillantez, locuacidad y amabilidad una de sus máximas preocupaciones y algunas de las soluciones para librarnos de la barbarie.

La editorial nos ha convocado en un céntrico hotel donde Adela Cortina pasa la mañana atendiendo a los medios. Al fin y al cabo es una intelectual de referencia, cuya obra, abundantemente citada, siembre abre nuevas vías de pensamiento. Nos toca, junto a otros medios, en el último turno de la mañana, lo que no parece afectar a su pasión pedagógica y a su vocación divulgativa. Cada periodista procura introducir su pregunta en el diálogo.

La primera cuestión se centra en la germinación del propio término aporofobia, que explica porqué nos comportamos con exquisitez y hasta condescendencia ante el extranjero con dinero y desprecio ante el forastero sin recursos. ¿Será una derivación del clásico «clasismo»?

El término aporofobia surge de fobia, temor, miedo, rechazo frente a algo o alguien, y aporos, el pobre, el sin salida, el que no puede devolver nada a cambio, de donde viene aporía, un callejón sin salida, aporética, algo que no tiene salida. El pobre es el que no tiene salida, nada que devolver a cambio. Eso significa aporofobia, es una palabra que no estaba en el tapete y a mí me parecía importante que estuviera. Es más profundo que el clasismo, que supone una mirada de desprecio de la persona que se cree superior hacia la que considera inferior. Se da en cualquier sociedad y a lo largo de toda la historia. El odio de clase surge en el siglo XXI. Estamos hablando del rechazo y prevención frente al que está peor situado. Cuando hablamos del pobre, estamos hablando de una persona desclasada. Lo que me interesa es mostrar, no solamente las diferencias económicas, sino el desprecio y el rechazo hacia el que está en la situación de mayor vulnerabilidad.

El desprecio al vulnerable se ha grabado en nuestro cerebro como respuesta evolutiva contra lo que debilita, retrasa y entorpece la lucha por la supervivencia. Pero, ¿se puede superar?

La aporofobia está presente en todo el mundo, yo hablo del cerebro, así que no hablo solo de las sociedades occidentales. Es una tendencia, a mi juicio, que se va gestando a lo largo de la evolución para dejar de lado a los que molestan. Es verdad que existen otras tendencias, a cuidar, a cooperar… Las tendencias podemos cultivarlas o dejarlas como están. Ahí está la elección humana. Si no, no hubiera escrito el libro. Se pueden cultivar y tenemos que elegir. A lo largo de la historia la humanidad, parece que no, hemos progresado bastante. Se ha atenuado institucionalmente la aporofobia. Legalmente no está reconocida y está mal vista. Se dice que las mujeres somos iguales que los varones. En otro tiempo esto no ha estado tan claro.

Aparece la cuestión sobre el papel de las religiones que dicen defender al pobre y obligan a acciones caritativas en la extensión de la desconfianza ante quien no es rentable…

Las primeras que se ocupan de los pobres son las religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Hasta el punto de que en el Antiguo Testamento, Yahvé continuamente está diciendo que hay que cuidar del huérfano, de la viuda, misericordia quiero y no sacrificios… El cristianismo se centra en esta cuestión. Es verdad que son gentes determinadas las que se preocupan. Luego llega un momento en que se dice que esta preocupación no debe ser solo personal o grupal, sino que es un deber de los Estados, de las comunidades políticas, y es un derecho del pobre que se le ayude a salir de la pobreza. Cualquier comunidad política tiene que ocuparse de que las gentes que están ahí, las personas tienen que tener posibilidades de vivir.

El derecho a que se le ayude a salir de la pobreza es algo que hemos aprendido históricamente. El punto de inflexión se da y lo digo siempre que puedo, con Luis Vives, que como se sabe es valenciano. La ciudad de Brujas le encarga un estudio sobre la pobreza. Dice que el Ayuntamiento se tiene que ocupar de ayudar a los pobres. No se trata de que se encarguen solo las organizaciones de caridad, siempre hay personas voluntarias, pero es una obligación del Estado. Las raíces cristianas tienen mucha presencia aquí, han ayudado mucho. Siempre nos parece que deberíamos estar mejor. Luis Vives dice precisamente que no está bien que los cristianos, que justo nada más que el amor se nos ha predicado, admitamos que haya tantos pobres. El progreso ha consistido en obligar al Estado a entrar en la cuestión.

Pero, ¿no hay una incitación, una manipulación que lleva a las personas pobres a odiar, en vez de a identificarse, con quien está en su misma situación?

Ese es el caso de aporofobia máximo. Siempre ha habido escasez, pero en un momento de crisis, como en la que arrastramos desde 2008, hay personas muy listas que se inventan un discurso para decir que vienen otros a quitarnos lo que tenemos, vienen del otro lado del Estrecho… Eso en principio, al que está muy bien situado no le va a afectar, pero al que está en la frontera se preocupa: me van a quitar el trabajo, la seguridad social… Siempre hay otra persona que está peor y al que se le quiere cerrar la puerta. Eso explica en parte que mexicanos que están ya en EEUU como asimilados digan que no vengan esos otros que nos van a quitar lo que tenemos, cuando no puede ser más falso. Eso es la posverdad. Los que vienen de fuera hacen el trabajo que no quiere nadie. Cuando uno ve que otro prospera y él no, carga contra el otro. Parece que es lo que le ha pasado a la clase media americana. Gentes como Trump, Le Pen… han sabido utilizarlo para movilizar las emociones de personas que están mal situadas y que temen perder todavía más, en vez de pensar racionalmente.

También hay decisiones que exacerban los recelos, la competencia, la desconfianza, en vez de combatir la pobreza…

Nuestras comunidades políticas, sean Estado, comunidad autónoma…, tienen deberes. Todas ellas han aceptado la declaración de Derechos Humanos de 1948. No pueden admitir que en su sociedad se rechace y menosprecie a los peor situados. Tienen que hacerlo. Y tienen varias formas.

Nuestro estado es un Estado Social de Derecho y este tipo de estados se caracterizan por sus políticas sociales, justamente, para proteger a los más vulnerables… El sentido de las políticas sociales es tratar de resolver la suprema vulnerabilidad para que nadie quede abandonado. Hay todo un ámbito de políticas sociales en el que los Estados tienen mucha responsabilidad. Por supuesto, debe trabajar conjuntamente con las organizaciones de voluntarios porque siempre es mejor sumar que restar. Y en España hay cantidad de gentes que están haciendo una gran labor. Las políticas básicas del Estado social han de orientarse a tratar de responder a los derechos básicos de todas las personas.

Y luego está la educación, la escuela, la asignatura pendiente, no me refiero a las reformas, sino a educar contra la aporofobia, a favor de la capacidad de cuidar y cooperar. A través de una asignatura de ética, pero sobre todo en la propia sociedad. Porque si en la sociedad, lo que se hace habitualmente es relegar a los que están peor en cada ocasión y premiar al que triunfa, es muy difícil.

Antes se podía ser pobre siendo honrado, sin que sonara a demérito, y ahora parece que ser vulnerable es indigno…

No hablo solo de la pobreza económica. Hay gente que da la sensación de estar muy bien situada que no lo está tanto. En cualquier caso, ser vulnerable no es indigno en absoluto. El pobre está en una situación de la que normalmente quiere salir. Es el otro, el aporófobo, el que es indigno. Decía Gluksman que «la clave del antisemitismo es el antisemita, no el judío», El verdugo no solo machaca a la víctima, sino que intenta que se sienta indigna y que le dé la razón. El triunfo del verdugo es que su víctima se sienta indigna.

En este punto, la pregunta que flota en el aire es cómo se puede mejorar la conciencia moral de nuestras sociedades. ¿Podrá el papa Francisco inspirar el rearme ético frente a los liderazgos que dividen y excitan las peores pasiones?

Es verdad que aprendemos por imitación, está estudiado, se habla de las neuronas espejo y cada uno de nosotros recordamos a una persona con la que nos hemos encontrado en la vida y ante la que hemos pensado que esa vida merece la pena vivirla y nos hemos dicho que es algo bueno y que hay que hacerlo. La fuerza del ejemplo nos ha inducido a vivir de una determinada manera y a hacer muchas cosas. Efectivamente, que haya personas visibles, a otras muchas no se las ve, que optan por integrar y valorar a todos, gente que vive de la justicia y la compasión, en el buen sentido de la palabra, es una semilla de esperanza clarísima. En ese caso, el papa Francisco, y muchas otras personas en esa línea, es una imagen de esperanza y un respiro de futuro. ¿Tenemos posibilidad de mejorar? Mientras haya gente así y prolifere, y el Estado cumpla con su deber, hay posibilidad. Las personas que viven pensando en integrar, dándose cuenta de que todo el mundo tiene dignidad y viven la compasión día a día, son, por supuesto, una razón de esperanza.

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