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Mirar al vacío habitado

27 septiembre 2016 | Por

Mirar al vacío habitado

Presen Pérez | La tierra de los nadies, un poemario de Javier López, ganador del premio Ángel Urrutia Iturbe 2002, que nos introduce en ese mundo de los que no cuentan. “Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada… / Que no son, aunque sean.” que nos diría Eduardo Galeano.

La descripción es tan real y tan plástica que es fácil comprender sus versos y situarnos. Nos trasmite lo que siente, utilizando la economía del lenguaje a través de estrofas, en su mayoría de cuatro versos sin rima pero sujetos a medida, con versos de catorce sílabas (alejandrinos).

Su poética nos la comunica en una estrofa: “Poesía es sentimiento con ritmo y con metáfora / una extraña tersura de color en el viento / que se adentra en mi calle redimiendo papeles / y se encela en las copas desnudas de los árboles”.

Nos muestra el día a día de este entorno que a veces no es el nuestro, en el que somos totalmente desconocidos. Solo cuando te encarnas en él y eres capaz de respirar el dolor y la pobreza, el desencanto de los jóvenes que no encuentran salida, “sin hacerse piel ahora en lo que viven”, el desamparo, entonces serás uno más, será tu gente con la que compartirás también sus pequeñas alegrías, “hay veces en que el hombre descubre en el desierto / su camino y le nacen espinas de la frente, / su voz se transforma en muchas voces y sus pies / recuperan los pasos perdidos de la gente”.

También nos habla de que el pecado más imperdonable es humillar al pobre y la virtud que menos abunda, “amar a esa gente con todas sus miserias”.

Y el parque donde centra su mirada, es desde donde le toma el pulso a cada momento, que habla de las necesidades, de los sentimientos y de las renuncias. Cuando la piel, un vuelo de palomas, va marcando los tiempos con sus horas de negro alquitrán. Describe lo sencillo, la sencillez que les preserva de tanta parafernalia.

Los recuerdos colgados a diario son las sonrisas y las alegrías que nos arranca la nostalgia para “conciliar el día” como dirá en uno de sus versos. El poeta se duele cuando ve en su gente que las miradas han perdido la ilusión, “atrapados en las luces de las tragaperras” y “mendigos de un paisaje de verdes alamedas”.

Y nos habla de perros de raza que tienen la cara de sus amos, que se inclinan ante el poder y son domesticables, y de pequeños perros a los que nadie mira, de los que se alejan como apestados, pero son los que sacan la fuerza de su debilidad, de su rabia y cuando ya no tienen nada que perder, les nace la rebeldía.

El poeta escribe desde la necesidad del ser para dejar emerger todo un torrente de sensaciones, donde la lucidez y la locura van de la mano. Sus versos son como él dice  “un dolor solitario”.

“La memoria desguazada” las cosas que ya no están, pero que son parte importante en la vida.

Qué tendrán los lugares en los que apenas nos fijamos, cuando no hay nada que apreciar a simple vista, pero el viento destaca la esencia de lo pequeño, donde poder reconocer su espacio con otros y nos invita a viajar al sur, a nuestro sur para encontrar nuestro propio norte, donde encauzar esa acción comprometida con los que más lo necesitan, pues “la vida te sorprende cuando menos lo esperas”.

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