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“…Y habitó entre nosotros” (Jn 1; 14) un niño vulnerable como el mundo obrero

16 diciembre 2024 | Por

“…Y habitó entre nosotros” (Jn 1; 14) un niño vulnerable como el mundo obrero

Pregón de Navidad realizado por Maru Megina, presidenta general de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), en Hermandades del Trabajo, centro de Madrid, el 15 de diciembre de 2024

Queridos amigos y amigas.

Nos reunimos hoy aquí para celebrar y alegrarnos con una gran noticia: el nacimiento de Jesús de Nazaret. Esto significa que hoy nos nace la Esperanza con mayúsculas. Este es también el tema que convoca el próximo Jubileo en el que el papa Francisco nos llama precisamente a esto en el próximo año 2025: A organizar la esperanza.

En un momento en que la tierra gime con el sufrimiento de las guerras, la crisis ecológica, la desigualdad y la deshumanización hablar de esperanza es lo más revolucionario que podemos hacer. El mejor anuncio de la buena noticia es este: que la esperanza es posible. Por eso se nos llama a visibilizarla, a hacerla creíble, porque ahora Jesús de Nazaret nos invita a cada uno y cada una de nosotras, a implicarnos en un proyecto de humanización para todas las personas y confía en nuestras manos para llevarlo a cabo. Porque Jesús de Nazaret no solo es nuestra esperanza sino la esperanza del Dios Padre que en Jesús nos implica en un proyecto de humanidad nueva. Con ello estamos participando en los sueños de Dios.

¿Cómo podemos dar aquí y ahora, razón de nuestra esperanza?

Hace poco, una compañera nos mostraba una imagen muy significativa reflejo de sociedad actual. En el banco de un parque dormitaba una persona que, por su aspecto, nos hacía reconocer a un vagabundo, pero muy cerca de él había una gaviota que se encontraba herida. En la fotografía el animal estaba rodeado de varias personas que intentaban recogerla y curarla, sin embargo, nadie se ocupaba de la persona que dormitaba en el banco.

Esta imagen que seguramente relacionamos con otras situaciones vividas nos tiene que hacer pensar ¿Qué importancia tienen para nosotros las personas? ¿Qué tipo de sociedad estamos creando? ¿Hasta qué punto estamos normalizando actitudes que nunca pueden ser consideradas normales, porque éstas nos hacen perder nuestra esencia, nuestra humanidad? ¿Cómo podemos celebrar desde ahí que Jesús viene al mundo para acompañar nuestro caminar?

El Papa en la bula del jubileo nos invita a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos. Dice que es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. Que los signos de los tiempos deben ser transformados en signos de esperanza.

¿Qué está pasando en nuestro mundo?

Si miramos el mundo del siglo XXI, tras la posmodernidad de la globalización económica, dicen algunos, que hemos entrado en el tiempo de la insostenibilidad. Se acabaron la modernidad, la historia, las ideologías y las revoluciones, ahora se terminan los recursos, el agua, el petróleo, el aire limpio y se extinguen los ecosistemas y la biodiversidad. Según estos pensadores, la pregunta que tenemos que hacernos no es hacia dónde hemos de ir si no hasta cuándo estaremos en la tierra y esta pregunta abarca la vida humana desde lo individual hasta lo planetario. Ellos dicen que estamos ya en el tiempo sin futuro. El de la destrucción irreversible de nuestras condiciones de vida.

Es cierto que en nuestro mundo hemos pasado recientemente por muchas crisis, desde la burbuja inmobiliaria del 2008, la pandemia de la covid, hasta la crisis de la paz en la que nos encontramos donde los conflictos bélicos y la crisis climática global siguen en constante aumento. Pero estos sentimientos apocalípticos actuales sólo producen alarmismo, catastrofismo y ante él, las personas no encontramos respuesta y nos sentimos paralizadas.

En nuestro país vemos que los grandes problemas provocados en gran medida por estas crisis, siguen siendo la deshumanización, el empobrecimiento y la creciente desigualdad. Esto lleva consigo una enorme fractura en la sociedad, y una creciente desvinculación entre las personas que debilita nuestro sistema democrático. La exclusión persiste, aunque la hemos normalizado y hemos culpabilizado de ello a las propias víctimas. Esto es extremadamente grave. Nos lo recordaba hace unos días Cáritas en la presentación del IX informe FOESSA y nos decía, por ejemplo, que el empleo, aunque sigue creciendo no garantiza ya la integración social.

A pesar de los esfuerzos de las administraciones, el estado de bienestar no llega a cubrir las necesidades de los más vulnerables. La precariedad en el mundo laboral sigue siendo un gran problema, así como el incumplimiento de derechos laborales y la muerte en el trabajo que sigue en alza. La falta de vivienda asequible sigue sin permitir que las personas se puedan emancipar, que puedan desarrollar un proyecto de vida, un proyecto de futuro personal y familiar. Crecen los empobrecidos especialmente en tres grupos, mujeres, migrantes y jóvenes.

Por otra parte, nuestro sistema económico permite que los ricos se sigan enriqueciendo y no hay grandes cambios políticos que consigan una fiscalidad redistributiva, un reparto más equitativo de los bienes y una mayor protección social. El trabajo no está en el centro de las políticas y la economía y, por tanto, no construye un futuro en que la persona sea el sujeto activo de una sociedad más humana, más plena, inmersa en la tarea del bien común y en el que se perciba a sí misma como cocreadora en el plan de Dios, como colaboradora en la cultura del cuidado del planeta y de la humanidad.

Ante esto ¿Qué nos dice Dios Padre y qué nos dice la Iglesia en esta situación?

Miren que llegan días –oráculo del Señor– en que yo cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
Entonces en aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que practicará el derecho y la justicia en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén se vivirá con tranquilidad, y la llamarán así: «Señor –nuestra– justicia».

Este texto de Jeremías que hemos escuchado recientemente en el adviento nos puede ayudar a descubrirlo. Es el profeta al que le toca vivir la tragedia más grande de la historia de su pueblo. Llegó a enfrentarse con los reyes, sufrió la burla de sus contemporáneos, fue perseguido por otros profetas. Vive destierros y ve la caída de Jerusalén.

Pero el profeta quiere llenar de esperanza a su pueblo y habla de la reconstrucción de Jerusalén como símbolo de la promesa y le da, como otros profetas otro nombre simbólico, en este caso es «el Señor es nuestra justicia». Dios cumple su promesa, no abandona a su pueblo.

El centro de nuestra esperanza cristiana lo ocupa la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, un galileo apasionado por el cumplimiento de la promesa de Dios. Los cristianos creemos que, en Él, Dios viene a cumplir la buena noticia como Evangelio. Irrumpe en la historia como acción liberadora dirigida especialmente a los pobres y desde ellos a todo Israel y al resto de la creación. Así empieza en la historia una nueva civilización basada en la fraternidad.

La esperanza cristiana no es una esperanza ilusa en las posibilidades ilimitadas del hombre ni en un optimismo ingenuo en el progreso de la humanidad. La esperanza del Apocalipsis nos habla de que el Señor llega para interrumpir el curso de los acontecimientos y lo hace para salvar a los que sufren. Jesús nos brinda ahora la esperanza como manera de enfrentar la historia humana. No se trata de creer en que el mundo tenga arreglo –nos dice González Faus–,  sino en que tiene sentido luchar para que lo tenga nuestra esperanza no depende de los datos de la realidad; es la realidad la que depende de nuestra esperanza, como nos dice Javier Vitoria.

Ante este anuncio de la llegada de Jesús. Los cristianos de nuestras sociedades europeas necesitamos entrar en la conversión. Y hacerlo porque nos damos cuenta de que todas las vidas no valen lo mismo en este mundo. Nosotros damos por supuesto nuestro derecho a la vida mientras que la vida de otros, en otras latitudes, no vale nada. Por eso es imprescindible que cambiemos nuestro corazón ante este niño pequeño, vulnerable que llena de significado este tiempo y que lo puede cambiar todo si le dejamos.

Y nosotros ¿qué podemos hacer?

Como movimientos insertos en el mundo del trabajo, nuestra fe nos lleva a vivir el seguimiento de Jesús desde un compromiso personal y comunitario. Nos sentimos enviados por la Iglesia a llevar el Evangelio a los trabajadores y a las trabajadoras porque es suyo y se lo han robado. Tenemos que acercárselo.

Para ello formamos parte de las realidades de este mundo y participamos con otras organizaciones creyentes  o no, que van experimentando otras maneras alternativas de vivir, más humanas y son ejemplo de que es posible pensar y construir una sociedad distinta en la que, junto con otros vamos dando respuestas sociales que organizan la esperanza para todos.

“No podemos olvidar que la Iglesia existe, como Jesús, para evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, y que evangelizar en el campo social es trabajar por la justicia(Iglesia, servidora de los pobres, 42).

“En este sistema se ha sacado al hombre, a la persona humana, del centro y se ha reemplazado por otra cosa. Porque se rinde culto idolátrico al dinero. Porque se ha globalizado la indiferencia (…) Porque el mundo se ha olvidado de Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque dejó a Dios de lado.

Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos” (I Encuentro Mundial de Movimientos Populares, octubre de 2014).

En la encíclica Fratelli tutti hay una primera lectura la referida al prójimo que nos interpela y nos habla de que tenemos que encargarnos de y cargar con nuestro hermano que está tirado en la cuneta; que tenemos que irrumpir en el dolor de ese hermano haciendo posible que se alivie o que desaparezca. Si somos capaces de entender ese mensaje de la nueva fraternidad de la que nos habla este recién nacido significaría que nuestra fe no es vana ni infecunda para el mundo, sino que ayuda realmente a cambiar la vida de las personas vulnerables. Nuestra iglesia seguramente dejará de ser significativa si no nos hacemos cargo de esta revolución antropológica de la fraternidad.

Por eso junto a la ternura que nos inspira este pequeño niño Dios hay dos actitudes que nos pide incorporar a nuestra vida

1º. No tener miedo. El miedo mata la esperanza y nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, o a meternos en las sacristías considerando que lo que tenemos a nuestro alrededor es una amenaza. Así, nos dejamos llevar por discursos populistas que nos sitúan frente a los demás, frente al que es diferente y nos dejamos influir por los discursos del odio y la xenofobia, el machismo, la intolerancia, el miedo al diálogo y utilizamos la religión para crear división y levantar muros, para poder seguir adelante sin cambiar nada en nosotros, mirando la vida desde nuestras seguridades y cerrando el corazón al otro. No podemos actuar así. No tengamos miedo a cambiar

2º. Fraternizar con el prójimo.  Y a eso nos hemos comprometido en el bautismo. Nos hicimos cristianos y luchamos para construir el sueño de Dios que es hacer posible la fraternidad para humanizar nuestro mundo, para que la bondad y el amor sean realidad. Toda nuestra lucha por un mundo nuevo, por un ser hu mano distinto, no será inútil… Es una lucha que nos pide salir a la calle a encontrarnos con el otro, acercarnos a su situación. Es un encuentro que nos habla de encarnación, de hacernos como el otro, porque no soy más ni menos que el otro. Un encuentro que nos lleva a acompañar la realidad de las vidas precarias, a ayudarles a entender lo que les pasa para que sean protagonistas de sus vidas y para que nosotros también entendamos que el mundo tenemos que construirlo junto a ellos, los lleva a cambiar las instituciones para que estén al servicio de todos, especialmente de los empobrecidos y a recrear experiencias de comunión en nuestros ambientes, familias, lugares de trabajo y de compromiso.

“Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres (…) Escuchar el clamor del pobre (…) Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto” (Evangelii gaudium, 187).

Estamos de enhorabuena en nuestra Iglesia. La sinodalidad ha venido a quedarse como manera de ser iglesia para caminar juntos y juntas, para aportar presencia servicial en nuestro mundo, como nos dice el papa Francisco  para estar «a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante”.

Así que os invito a contemplar este misterio que nos alegra y da sentido a nuestra vida, a disfrutar de este sueño de Dios y a preguntarnos ¿He aceptado la complicidad con Dios? ¿Cómo es mi esperanza? ¿Soy un motivo de esperanza para la gente que me rodea? ¿Y yo con quien estoy organizando la esperanza?

Pues Él se ha hecho carne y está ya en medio de nosotros, delante de nosotros y la fuerza de su Espíritu nos empuja para hacer posible que:

«…su Reino sea un hecho en las fábricas, en los talleres, en las minas, en los campos, en la mar, en las escuelas, en los hospitales, en los despachos y en nuestras casas…»

¡Felices fiestas, disfrutemos con nuestros amigos y nuestras familias y no dejemos de trabajar en la construcción de un mundo mejor para todos! Él ha venido para acompañarnos en esta tarea.

 

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