En medio del dolor y la desolación por la terrible catástrofe que se vive en Valencia y otros lugares, no es sencillo decir nada. Pero es importante intentar comprender y aprender como sociedad. En ese sentido, algo que deberíamos entender es que, una vez ocurrida una catástrofe de tales dimensiones, gestionarla resulta sumamente difícil y complejo.
Sin duda, es necesario analizar con detenimiento cómo se ha actuado tras la catástrofe para corregir errores y malas prácticas, que sin lugar a dudas los ha habido, pero sin olvidar la extrema dificultad de manejar situaciones de esta índole. No obstante, es aún más importante analizar cuidadosamente lo que se ha hecho o dejado de hacer antes de la catástrofe para evitar situaciones de este tipo o, al menos, paliar sus efectos. Porque en este aspecto es donde se han cometido los errores más graves.
En Laudato si’ (LS), refiriéndose al cuidado del planeta y de las personas, el papa Francisco menciona en varios momentos la necesidad de que una sociedad «sana y madura» actúe conforme a dos principios íntimamente relacionados: «prevención y precaución» (cf. LS 177). Para cuidar, es fundamental prevenir y actuar con precaución. Ante un riesgo de daño grave o irreversible, se deben tomar medidas preventivas que lo eviten o directamente no hacerlo (cf. LS 186). Esta es una responsabilidad que recae tanto en las autoridades públicas como en el conjunto de la sociedad.
¿Qué hemos hecho para prevenir? Muy poco. La zona devastada se encuentra en un lugar potencialmente peligroso frente a fenómenos meteorológicos extremos. Sin embargo, hemos continuado construyendo nuevas viviendas, polígonos industriales y centros comerciales en esa área.
Es particularmente doloroso saber que desde hace muchos años existen proyectos técnicos para actuar sobre los cauces y prevenir los efectos de fenómenos meteorológicos como el reciente desastre. Fenómenos que, debido a la crisis climática, aumentarán en frecuencia e intensidad. Pero, ¿estamos dispuestos a tomarnos esto en serio? A pesar de su importancia, esos proyectos no se han ejecutado. ¿Fue porque las Administraciones públicas los consideraron demasiado costosos? ¿Por qué como sociedad no prestamos suficiente atención a estas cuestiones? Sin prevención, no se puede cuidar.
Si se hubiera actuado con precaución, no se habría podido evitar la devastación, pero sí se podrían haber salvado muchas vidas. Desde el fin de semana anterior, había avisos meteorológicos que advertían de la situación que podría presentarse. El día del desastre, desde las siete y media de la mañana, se emitieron alertas meteorológicas de nivel rojo, el más alto de peligro. Por eso surgen preguntas ineludibles: ¿por qué, cuando a última hora de la tarde se produjeron las riadas, había tantas personas trabajando en polígonos industriales? ¿Por qué estaban abiertos los centros comerciales, con tantas personas dentro? ¿Por qué había tantas personas viajando en sus vehículos? ¿Por qué no se interrumpieron a tiempo todas las actividades no esenciales y no se instó a la población a permanecer en sus casas, preferiblemente en las zonas altas de las viviendas? ¿Por qué no se llevó a cabo ninguna evacuación? No haber actuado con precaución es probablemente la peor omisión.
La prevención, pero sobre todo la precaución, tienen dos grandes enemigos. Por un lado, el inmediatismo político (cf. LS 178), que impide pensar a medio y largo plazo, al estar marcado por la rentabilidad inmediata de las decisiones. Un inmediatismo empujado también por la mentalidad social. Por otro, una concepción del funcionamiento de la sociedad centrada en el economicismo, donde lo prioritario es maximizar los beneficios, sin detener nunca la producción y el consumo. Este enfoque nos hace socialmente insensatos. Porque, en ocasiones, es necesario detenerlo todo para proteger y cuidar. Y eso nos resulta difícil de comprender y aceptar como sociedad. Por esta razón, tampoco las autoridades públicas lo comprenden bien. Esa manera de funcionar mata.
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