
La Eucaristía sigue prolongando la Encarnación haciéndose tan concreta para nuestros sentidos, y alimentando nuestra encarnación concreta en la misma encarnación de Dios. La Eucaristía alimenta nuestra fraternidad, nuestra entrega, nuestra esperanza, y alimenta nuestro vivir en Cristo. Nuestra Eucaristía –fraterna y subversiva– alimenta la cercanía del Reino, sostiene nuestro “anuncio de la muerte del Señor, la proclamación de su Resurrección hasta que vuelva”. Sostiene nuestra denuncia por las muertes cotidianas causadas por la injusticia, y nuestro compromiso con los gestos sembradores de vida y resurrección.
El cuerpo y la sangre de Cristo
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