Necesitamos ser conscientes de nuestra realidad, reconocernos en nuestra debilidad y no engañarnos a nosotros mismos. Hemos de luchar cada día contra nuestra tentación de dejarnos llevar por el desamor, por el pecado. No se trata de insanas culpabilizaciones (el amor de Dios no nos acusa ni culpabiliza), sino de ser realistas y honestos con nosotros mismos, no acomodándonos sino abriéndonos al amor de Dios que siempre nos está invitando y posibilitando caminar en el amor a los hermanos. El amor de Dios siempre nos perdona, sana y libera para que respondamos de forma humana y agradecida. Oramos para esto.
30º Domingo TO