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Un lugar común para la justicia social: el trabajo decente

07 octubre 2020 | Por

Un lugar común para la justicia social: el trabajo decente

La Jornada Mundial por el Trabajo Decente, que se celebra alrededor del 7 de octubre, vuelve a convocar a instituciones, organizaciones del mundo del trabajo y a entidades de inspiración católica en la exigencia de trabajo decente. 

Esta jornada fue constituida en el congreso fundacional de la Confederación Sindical Internacional (CSI), que agrupa a sindicatos nacionales y federaciones mundiales representando a más de doscientos millones de trabajadores y trabajadoras. Siendo secretario general Guy Ryder, actual director general de la OIT, en aquel congreso histórico, se aprobó poner en marcha una jornada de acción mundial para «fortalecer la lucha internacional por los derechos de los trabajadores y contra la pobreza». Desde el año 2006, el 7 de octubre -o alrededor de este día- se realiza en todo el mundo decenas de convocatorias en torno a un lugar común y a un mismo grito: Trabajo decente para todos y en todo lugar.

Aunque el recorrido histórico sobre el concepto de trabajo decente viene de antes. De hecho, nace en el seno de la OIT -agencia tripartita de la ONU-, en el año 1998 para sintetizar las aspiraciones de las personas trabajadoras durante su vida laboral. Es decir, la oportunidad de tener un empleo, con un ingreso justo, seguro, con protección social y perspectivas de desarrollo personal e integración social, que garantice poder expresar opiniones, la organización y la participación en las decisiones que afectan a la vida de cada uno, y la igualdad de oportunidades y trato para todos. La Iglesia universal, de la mano de san Juan Pablo II -que ya había escrito la encíclica Laborem exercens (1981), sobre el trabajo humano-, lanzó un llamamiento, en el año 2000, para apoyar “una coalición mundial a favor del trabajo decente” y la necesidad de “globalizar la solidaridad”, sumándose a esta exigencia de justicia social. Sobre el concepto de trabajo decente también se expreso el papa Benedicto XVI, en 2009: “un trabajo que (…) sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que (…) haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; que permita satisfacer las necesidades de las familias; (…) que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; (…) que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (Cfr. Caritas in veritate, 63).

Iglesia por el Trabajo Decente

En esta perspectiva, miembros de organizaciones de inspiración católica, entre las que se encontraba el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, se reunieron en Roma (2013) con la Santa Sede y la OIT, con el objetivo de impulsar  el “trabajo decente para todas las personas” entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible. De aquel hilo, el compromiso se trasladar a España (mayo de 2015) cuando representantes de las organizaciones de ámbito eclesial: Justicia y Paz, Cáritas, CONFER, JEC, JOC y HOAC, acuerdan poner en marcha la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) para sumar sinergias y promover la defensa del trabajo decente, visibilizar y denunciar la situación de indecencia que hoy se sufre en el mundo del trabajo. La sed de trabajo decente hace crecer las adhesiones a la iniciativa y los relatos que construye, además de abrir modestos espacios en los medios de comunicación, genera dinámicas reivindicativas y celebrativas, con el protagonismo de pueblo de Dios en salida.

Criterio de justicia social, y de desarrollo humano integral y sostenible

La exigencia por el trabajo (libre, creativo, participativo y solidario) respetuoso con la dignidad de la persona, necesario para la inclusión social de los pobres, y esencial para el cuidado de la casa común, es también una insistencia del papa Francisco. Desde el inicio de su pontificado, expresado en sus principales textos: Evangelii gaudium (EG), Laudato si’ (LS) y, más recientemente, en Fratelli tutti (FT, 127, 162, 168…).  Pero además, en su labor pastoral al acompañar y comprometerse con los trabajadores más humildes y excluidos, organizados en movimientos populares, para reclamar tierra, techo y, sobre todo, trabajo, primer juego de 3T convertido en el criterio de justicia social, en este cambio de época que ya vivimos; y al convocar, escuchar, dialogar y tender puentes con el movimiento sindical mundial y ofrecer un segundo juego de 3T, trabajo/tradición, tiempo y tecnología, como criterio de desarrollo humano integral (inclusivo y solidario), o en sus visitas pastorales a las diócesis italianas, con continuos encuentros con el mundo del trabajo. En la fábrica de Ilva, lugar de trabajo y de trabajadores, por tanto del pueblo de Dios, exclamó: “el mundo del trabajo es una prioridad humana. Y, por lo tanto, es una prioridad cristiana, una prioridad nuestra, y también una prioridad del Papa”. (Cfr. No os dejéis robar la dignidad).

La jornada mundial por el trabajo decente en la pandemia

En la convocatoria de este año 2020, en medio de una pandemia global que obliga a un tipo de actos más creativos, los llamamientos de esta jornada se sitúan en demandar “un nuevo contrato social para asegurar que la economía mundial pueda recuperarse y crear la resiliencia necesaria para afrontar los desafíos convergentes de la pandemia, el cambio climático y la desigualdad”, según indica el manifiesto de la Confederación Sindical Internacional, alertando de los efectos “catastróficos” de la pandemia sobre la salud, el empleo, los ingresos y la igualdad de género, en un mundo “fracturado” por un modelo de “globalización fallido” que ha generado una profunda “desigualdad e inseguridad para la gente trabajadora”.

Por su parte, el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, subraya que “el modelo económico necesita una reforma” que pasa por reinventar “un modelo de vida más humano y más justo” y emplaza a responder personalmente y “en nuestros barrios, en nuestras empresas, a nivel sindical y político”. En este sentido, su manifiesto apunta algunas orientaciones a favor de una nueva gestión de los tiempos de trabajo, del cuidado de las personas y de la vida, la lucha contra el acoso laboral, la libre sindicación y el diálogo social, leyes laborales “para el bien común” o  promover “un consumo responsable, ético y solidario”.

Para la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD), resulta fundamental “un nuevo sistema productivo que ponga a la persona en el centro, llama a movilizarse contra el aumento de la precariedad provocada por el impacto social de la pandemia y en defensa del trabajo decente y accesible. ITD ha convocado actos en las diócesis del país para reclamar “el reconocimiento social y laboral de los empleos esenciales para la vida, con unas condiciones laborales dignas” y la extensión de la protección social. “Garantizar que el ingreso mínimo vital sea una realidad para las personas que lo necesitan, dotando a las instituciones de los recursos necesarios para su gestión y asegurar la percepción del subsidio extraordinario a las trabajadoras de hogar y que se reconozca su derecho a la prestación por desempleo al igual que para el resto de personas trabajadoras”, y nadie se quede atrás.

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En redes sociales: #JMTD2o y #NosMovemosPorElTrabajoDecente

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