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Hemos recibido el espíritu y la palabra

13 enero 2020 | Por

Hemos recibido el espíritu y la palabra

Àlvar Miralles | ¿Quién no sabe que la cosa en la que estamos embarcados los cristianos empezó en Galilea? Me refiero a Jesús de Nazaret, ese gran desconocido, como no conocido es el Espíritu que lo habita: «espíritu de verdad y justicia, espíritu de libertad y de amor».

Y pienso que, en el desván de la sacristía, ahí donde lanzamos los trastos que no sirven, ahí se está pudriendo su modo espiritual de actuar: No grita, no alza la voz, no aturde con altavoces las calles, porque habla a las conciencias de los que buscan la verdad, a personas libres y soberanas.

Él no rompe la caña cascada, ni apaga el pábilo humeante: ¡esta es su antisabiduría divina, la que nunca da a nadie por perdido, aunque el perdido nos haga sangrar las manos y los ojos! Es el secreto del Espíritu que hemos de conocer todos sus discípulos, desde el obispo hasta el último militante: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…».

¿Hemos olvidado que para nosotros todo comenzó con nuestro bautismo? ¡El amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado! Su Espíritu nos hizo libres… Ah, sí, si no tuviésemos el Espíritu de Jesús, no seríamos cristianos… Porque hijos de Dios son todos y solo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. ¡Y qué Espíritu!

«La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula, y juzga los sentimientos y pensamientos del corazón».

Un día Jesús subió al monte y proclamó las bienaventuranzas. Y el mundo, por un momento, se estremeció… Y desde entonces, ese mismo estremecimiento sacude a cada persona que vuelve a escucharlas dos mil años después: «Bienaventurados los pobres…».

Sabemos que nadie puede exclamar: «¡Jesús es el Señor!», si no es impulsado por el Espíritu. Igualmente: nadie puede entender las bienaventuranzas y vivirlas, si no es por el mismo Espíritu. Decirlas, explicarlas en cátedras teológicas, o cantarlas desde el ambón, sí podemos con nuestras fuerzas. Conocerlas con sabiduría espiritual y vivirlas en el espíritu de Jesús, solo por Él y en Él.

Bienaventurados vosotros, que anheláis la justicia como garganta reseca y sin agua; los que el dolor y el fracaso no os convirtió en cínicos y víctimas, sino que os regaló un corazón de carne pura y solidaria con los demás miserables del mundo. Bienaventurados vosotros, los incansables trabajadores de la paz, los siempre perseguidos por vuestra terca fidelidad a los últimos, como Jesús. Sí, vosotros sois los portadores de su Espíritu, la verdadera sal de la tierra.

¡Oh Espíritu de Jesús, aliento de vida: realiza en nosotros, pobres obreros, el proyecto divino de Jesús. Úngenos, comprométenos, que seamos entusiastas constructores de su Reino. Espíritu de Jesús, palabra libre que manas de su dolor viviente, de su costado abierto, aliento divino exhalado de su cruz: sumérgenos en tu amor, embriáganos de tu vino… tú, sagrada belleza y don de los pobres, ¡sácianos de tu luz! Amén.

faldon portada y sumario

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