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Opinión | El progreso humano y el trabajo decente

07 octubre 2019 | Por

Opinión | El progreso humano y el trabajo decente

Luis Martínez Galán. HOAC de Córdoba.

Un año más, en torno al siete de octubre, se celebra la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Al escuchar y leer las declaraciones de los sindicatos y de la OIT uno, en su ingenuidad, no puede evitar preguntarse por qué en pleno siglo XXI, en la era de la revolución científica y tecnológica, el ser humano es capaz de aparcar un coche sin manos, de hablar por videoconferencia con su familiar en la otra punta del mundo o ser operado por un cirujano a miles de kilómetros, y sin embargo no parece haber mejora en lo relativo al empleo, más bien involución. Quién hubiera dicho que, en ese mundo de progreso sin límite, tendríamos que estar reivindicando trabajo decente para todos.  

Se suponía que la tecnología nos iba a liberar de los trabajos más duros y penosos, que la robotización generaría ingresos para permitirnos trabajar menos y mejorar nuestra calidad de vida y que también nos proporcionaría tiempo, el que necesitamos para desarrollar nuestra humanidad, para los cuidados de familia y amigos,  para el desarrollo de nuestra vida social y asociativa, etc.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué no se han cumplido esas expectativas? ¿Qué tiene el trabajo que no tienen otras realidades? 

Hace ya veinte años que la OIT acuñó el concepto de trabajo decente, que incluía cuatro aspectos fundamentales: el empleo (amplia oferta, jornada, salario, condiciones…), la protección social (seguridad social, desempleo, pensiones…), los derechos (trabajo forzoso, infantil, discriminación, desigualdad, libertad de sindicación…) y el diálogo social (negociación colectiva, participación de los trabajadores, democracia económica…).

Pensemos, aquí y ahora, ¿mi empleo reúne todas las condiciones? Que mi trabajo no sea decente no es casual y tiene una serie de implicaciones: me esclaviza y no permite mi desarrollo personal, familiar y social. Por eso, el trabajo indecente (sumergido, parcial/temporal, precario, abusivo…) hace, también, indecente a la sociedad que lo permite y ampara.

Y ahí tenemos la respuesta a todas las preguntas. El trabajo es fuente de riqueza. Si es decente la riqueza se reparte, pero si no lo es genera desigualdad: recursos extra para la empresa y empobrecimiento para el trabajador.

Por eso, como cristianos de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), entendemos que el trabajo indecente es el rostro visible de una economía al servicio del capital, donde la persona es un mero instrumento que sirve y es utilizada en función de los intereses que marca el mercado. Coincidimos plenamente con las palabras del papa Francisco al decir que: “cuando la sociedad está organizada de tal modo, que no todos tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo, esa sociedad no va bien: ¡no es justa! Va contra el mismo Dios, que ha querido que nuestra dignidad comience desde aquí. La dignidad no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!”.

El trabajo decente sintetiza las aspiraciones de las personas en su vida laboral. Todos hemos de impulsar el trabajo decente, pero los cristianos de forma especial. Es urgente que la Iglesia española adopte un posicionamiento claro que favorezca el discernimiento cristiano en favor del trabajo decente. Y, de manera particular, persuada a los empresarios cristianos sobre la obligación moral (“va contra el mismo Dios”) de que sus empresas sean modelos de trabajo decente.

 

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