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Cursos de Verano | Homilía en la Eucaristía

18 julio 2019 | Por

Cursos de Verano | Homilía en la Eucaristía

¿Por qué estamos hoy aquí?

Seguro que decimos que porque somos de la HOAC, porque teníamos unos días de vacaciones, porque nos interesaba el tema de los cursos de verano, porque nos gusta Salamanca, porque disfrutamos del encuentro con los hermanos y hermanas, porque disfrutamos de la reflexión, del diálogo, de la oración…, o porque dónde vamos a ir que estemos mejor y nos den tanto por tan poco…

Quizá porque estos días nos permiten hacer un corte con la dinámica habitual, que a veces, nos puede cansar. Y experimentamos también estos días como una posibilidad de descanso. En el Evangelio, el Señor nos invita también a descansar.

Pero, en el fondo, si releemos el texto del Éxodo1 que hemos proclamado, estamos aquí, como en todos los lugares y momentos de nuestra vida, porque somos enviados por Dios. Nuestra vida es envío, es misión. No estamos enzarzados en ella solo por gusto, o por decisión personal, sino porque hemos recibido una llamada, un mandato: el Señor, Dios de nuestros padres nos envía. Y, con toda libertad, hemos querido responder a esa llamada haciendo que transforme nuestra vida en una misión. Somos, como Moisés, misión de Dios, y descubrimos que nuestra vida adquiere sentido cuando la vivimos así, como una misión, reconociendo que somos misión en este mundo.

Una misión salvadora, liberadora. Una misión que es respuesta de Dios al sufrimiento del pueblo. Dios oye el lamento del pueblo, ve su sufrimiento, y nos envía, en medio de ellos, para hacernos portadores de su salvación, de su liberación –no de la nuestra–, de su esperanza, de su vida.

El papa Francisco en su homilía del pasado 8 de julio, en Lampedusa, dijo:

En este sexto aniversario de mi visita a Lampedusa, pienso en los “últimos” que todos los días claman al Señor, pidiendo ser liberados de los males que los afligen. Son los últimos engañados y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas de un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser llamada temporal. Son solo algunos de los últimos que Jesús nos pide que amemos y ayudemos a levantarse. Desafortunadamente, las periferias existenciales de nuestras ciudades están densamente pobladas por personas descartadas, marginadas, oprimidas, discriminadas, abusadas, explotadas, abandonadas, pobres y que sufren. Con el espíritu de las Bienaventuranzas, estamos llamados a consolarlas en sus aflicciones y a ofrecerles misericordia; a saciar su hambre y sed de justicia; a que sientan la paternidad amorosa de Dios; a mostrarles el camino al Reino de los Cielos. ¡Son personas, no se trata solo de cuestiones sociales o migratorias! “No se trata solo de migrantes”, en el doble sentido de que los migrantes son antes que nada seres humanos, y que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada.

Como entonces, Dios ve y oye, y se le conmueven las entrañas con el sufrimiento del pueblo. Y, como entonces, nos envía. Para acompañar, para curar, para aliviar, para emprender junto con los hombres y mujeres del mundo obrero, y con toda la Iglesia, ese camino de liberación que nos lleva de la esclavitud a la alianza; de la opresión a la humanización, de la esclavitud a la fraternidad y a la comunión. Una alianza que genera nuevas relaciones con Dios, con toda la humanidad, con la creación; una alianza de vida, para hacer posible la vida con otra manera de pensar, de sentir, de trabajar, y de vivir.

Y nos pone a caminar con ellos. Hemos venido porque Dios nos sigue enviando.

La alianza que Dios hace

Con el salmo responsorial2 hemos dado gracias a Dios por ello. Porque sigue recordando su alianza, porque nos envía, para que hagamos sus signos y porque, para ello, nos cambia el corazón.

Este año nuestros cursos de verano van de eso, precisamente: de cambiar el corazón, de cambiar la mentalidad, la manera de pensar pero, sobre todo, la manera de sentir, para ponernos en su misma clave: para pensar como él. Para descubrir que, en su manera de amar este mundo, de amar a cada ser vivo, nos muestra el camino de la misericordia que podemos recorrer también nosotros para construir el reino de Dios y la nueva humanidad.

Cargad con mi yugo

Y eso pasa por nuestra conversión, pasa por estar dispuestos a cargar con su yugo3, pasa por configurar nuestra vida con la suya, para aprender de su mansedumbre y humildad.

Cambiar de mentalidad, hoy, pasa, necesariamente por convertir nuestro corazón.

Bienaventurados los mansos, nos dirá Jesús, porque ellos heredarán la tierra.

La mansedumbre es una valentía sin violencia, una fuerza sin dureza, un amor sin cólera. Es una descripción del Jesús de los Evangelios, ¿no? Hoy podríamos traducir por bienaventurados los humildes, los que saben indignarse y convertir esa indignación en amor. La mansedumbre sostiene la imposibilidad de pactar con la mentira, con la injusticia, con el cinismo.

Es lo contrario de la pasividad, un verdadero dinamismo que nos lleva a canalizar nuestras fuerzas demasiado impulsivas, nuestras impaciencias. Es la que nos pone del lado de los pobres para tratar de ser mansamente su hermano, solidario con ellos.

El manso es el que no pone en primer plano sus derechos humanos, sino los de los demás, aún a costa de los suyos. Se hace sujeto de deberes.

La mansedumbre es capaz de transformar el poder en servicio; nos hace capaces de “dar la vida, para que otros tengan vida”.

Los verdaderos mansos son los que aceptan no poseer a Dios, los que renuncian a la tentación de hacerse como dioses. Son los que no tratan de enmendar la plana a la providencia. La recompensa de la mansedumbre es una realidad inclusiva en la que nadie queda eliminado, sino que es respetada la identidad de cada uno. La apuesta es por el encuentro, sin dejar de ser lo que somos.

Rovirosa encuentra en esa bienaventuranza el sentido de la humildad que estamos llamados a vivir en la HOAC:

Jesús, cuando se nos presenta como Maestro nos dice que aprendamos de Él la humildad y la mansedumbre de corazón, y no nos dice que aprendamos la pobreza. La humildad es una pieza fundamental del cristianismo, a la que todo lo demás tiene que referirse. Así se dice que en el infierno hay condenados que han practicado todas las demás virtudes, pero no hay ningún humilde.4

Por eso estamos aquí, para aprender de Jesús su humildad y mansedumbre, para crecer en ese estilo de vida siguiéndole, para que así podamos seguir dejándonos enviar por el Señor, para acompañar a nuestras hermanas y hermanos a construir esa nueva cultura de la fraternura humana. Para renovar nuestra alianza de amor con Dios. Para seguir dejándonos enviar por el Señor, que sigue oyendo el lamento de su pueblo.

Para, junto al pan y al vino, ofrecer nuestra vida, y pedir, una vez más a Dios que la acepte, y la transforme. Y agradecer a Dios que, en su Misericordia sigue contando con nosotros. 

1 Ex 3,13-20: Soy el que soy. «Yo soy» me envía vosotros.

 En aquellos días, Moisés, después de oír la voz del Señor desde la zarza ardiendo, le replicó:
—Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el, Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?

Dios dijo a Moisés:
—«Soy el que soy». Esto dirás a los israelitas: «Yo-soy» me envía a vosotros.

Dios añadió:
—Esto dirás a los israelitas: el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación.

Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor Dios de vuestros padres se me ha aparecido, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y me ha dicho: os estoy observando a vosotros y cómo os tratan en Egipto. He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros al país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel.

Ellos te harán caso; y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de Egipto y le dirás: El Señor Dios de los hebreos nos ha encontrado, y nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios.

Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar ni a la fuerza, pero yo extenderé la mano, heriré a Egipto con prodigios que haré en medio de él, y entonces os dejará marchar.

2 Sal 104, 1.5.8-9.24-25.26-27: El Señor se acuerda de su alianza eternamente. 

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac.

Dios hizo a su pueblo muy fecundo,
más poderoso que sus enemigos.
A éstos les cambió el corazón
para que odiasen a su pueblo,
y usaran malas artes con sus siervos.

Pero envió a Moisés su siervo,
y a Aarón su escogido:
que hicieron contra ellos sus signos,
prodigios en la tierra de Cam.

3 Mt 11, 28-30: Soy manso y humilde de corazón.

En aquel tiempo, exclamó Jesús:
—«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

4 Guillermo Rovirosa. Obras Completas, Tomo I, pág. 149.

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