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Una llamada a nuestra Iglesia

27 mayo 2019 | Por

Una llamada a nuestra Iglesia

Maite Valdivieso | «Vivir del tajo y ser pobre, lo que es ahora, es un milagro mayor que el de los panes y los peces…», dice un poema de Ángela Figuera, la poeta bilbaína, a modo de carta a Jesús de Nazaret, en nombre de Segundo López, carpintero.

Desde esa confianza de saberse comprendido, de compartir la misma vida «de obrero a obrero», pide ayuda «ven a ayudarnos, que no digan ni Cristo lo remedia». Me lo han recordado los ecos del 28 de abril, la Jornada Mundial por la Seguridad y la Salud laboral o la celebración del 1º de Mayo.

Es verdad, nos separan muchos años desde que se escribieron estos versos (1958), e incluso algunas expresiones nos pueden sonar antiguas. Sin embargo, recogen bien las aspiraciones de tantos hombres y mujeres del mundo del trabajo de hoy, donde la precariedad, la inequidad, la siniestralidad, la falta de perspectivas de futuro, parece que han venido para quedarse. Tengo más dudas si esa confianza de Segundo López en Jesús como valedor de su causa, como alguien capaz de comprenderle, escucharle, al que pedir ayuda, justicia, es experiencia en sus vidas.

Y ahí es cuando pienso en nuestro ser Iglesia, en Pastoral Obrera, en los militantes cristianos que tratan de asumir como estilo de vida el hacer presente el proyecto de humanización y de comunión, que refleja el Evangelio y que la Doctrina Social de la Iglesia recoge de manera insistente. Y leo como buena noticia la iniciativa «Iglesia por el Trabajo decente». Esa confluencia con toda esa dinámica que desde diferentes movimientos y organizaciones, entre ellas la Organización Internacional del Trabajo o los Objetivos de Desarrollo Sostenible van tratando de poner en la agenda social y política, la defensa del trabajo digno, con derechos. Porque, como dice Gaudium et spes, para los discípulos de Cristo «nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón».

El papa Francisco en su encuentro con los movimientos populares nos insistía con fuerza en tres Tes: «Tierra, techo y trabajo, eso por lo que ustedes luchan, son derechos sagrados. No queremos un sistema de desarrollo económico que fomente gente desempleada, ni sin techo, ni desterrada». Y en el encuentro con el mundo del trabajo en Génova decía: «Hoy el trabajo está en riesgo. En un mundo donde el trabajo no se considera con la dignidad que tiene y que da (…) El mundo del trabajo es una prioridad humana y, por tanto, es una prioridad cristiana (…) Donde hay un trabajador, ahí está el interés y la mirada de amor del Señor y de la Iglesia».

No podemos permitirnos renunciar a esa mirada. Mirar «al hilo del amor», que pone a los últimos, a las víctimas de este sistema de producción-consumo en el centro, mirar con su dolor, haciendo nuestros sus gozos y esperanzas, sus angustias y tristezas. Y esto significa estar en el sitio y en el lugar oportunos. Llamémosle carpintear, primerear o sencillamente encarnación, «volando bajo, porque abajo está la verdad» (F. Cabral).

Tenemos el compromiso de recoger el testigo de tantos hermanos y hermanas que acompañan, «de obrero a obrero», apostando por un cambio de mentalidad frente a la esta cultura que globaliza la indiferencia y que normaliza la mercantilización del trabajo y con ello a la persona que lo realiza. Significa generar alternativas, transformar las estructuras y las leyes que fortalecen condiciones laborales injustas o invisibilizan los trabajos de cuidados.

Necesitamos romper con la lógica del dominio de la máxima rentabilidad económica a cualquier precio y construir desde la lógica del cuidado de la vida, que nace del reconocimiento de la dignidad del ser humano. Esta es la lógica en la que avanzar, para hacer posible la vida. En palabras de Laudato si’: «El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos» (nº 127).

Porque el trabajo humano es medio imprescindible de realización personal de la propia vocación y reconocimiento de la sagrada dignidad de la persona, varón y mujer. El trabajo pertenece a la misma esencia del ser humano, es su manera de estar en el mundo recreándolo para gloria de Dios, de los otros y para sí, nace con la persona y pertenece a su propia condición humana.

En el encuentro con los sindicatos en noviembre de 2017, el papa Francisco recordaba que «sindicato» es una palabra bella que proviene del griego dikein (hacer justicia), y syn (juntos). Llamaba «a hacer justicia juntos, y a la necesidad de agentes que trabajen sin cesar para generar procesos de diálogo en todos los niveles: a nivel de la empresa, del sindicato, del movimiento; a nivel barrial, de ciudad, regional, nacional y global. En este diálogo sobre el desarrollo, todas las voces y visiones son necesarias, pero en especial aquellas voces menos escuchadas, las de las periferias».

Un reto que tenemos que asumir como Iglesia, unidos a tantos hombres y mujeres del mundo obrero y del trabajo que, como Segundo López, demandan un trabajo a la medida del ser humano, como Dios quiere. Que encuentren en nosotros acogida, reconocimiento, amistad, viendo reflejadas sus esperanzas más profundas. Que nos empeñemos en sumar juntos en la construcción de una sociedad más justa, viviendo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces porque hacemos experiencia de comunión, de reconocimiento de la dignidad de cada persona. Porque «nuestro sueño vuela más alto. No hablamos solo de asegurar a todos la comida, o un “decoroso sustento”, sino de que tengan “prosperidad sin exceptuar bien alguno”. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida» (EG 192). Nuestro sueño tiene que ver con el «Sueño de Dios», donde cada persona se reconozca como hijo, como hija querida, llamada a vivir su proyecto de felicidad. «¡No nos dejemos robar la esperanza!».

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