En la sección de «La Mundialización» de este número de Noticias Obreras nos referimos a la labor de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para combatir la forma de esclavitud que es el trabajo forzoso. Una realidad que, según los datos de la OIT, padecen al menos 21 millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo. Esa situación de estricta esclavitud, en la que trabajadores y trabajadoras son literalmente forzados a trabajar en condiciones totalmente degradantes, es un crimen contra la humanidad al que es necesario y urgente poner fin.
Más allá de esta estricta esclavitud, hay en el mundo muchos millones más de trabajadores y trabajadoras que son tratados como si fueran esclavos. Quienes los emplean parece que se consideran dueños de la vida de esas personas y las explotan brutalmente con un solo fin: su lucro. Es la codicia que mata. A veces se trata de prácticas antiguas, pero otras son relativamente recientes y se han extendido de la mano de las nefastas políticas neoliberales de desregulación sistemática de las normas laborales y de deslocalización de las actividades productivas hacia las zonas de mayor rentabilidad, por la desprotección de los trabajadores y por su nivel salarial miserable (también por las facilidades fiscales y por la desprotección medioambiental)… Las cadenas mundiales de suministro de muchas grandes empresas son un claro ejemplo de ello. Los crecientes beneficios de estas empresas se basan en gran medida, junto a la evasión fiscal que también practican sistemáticamente, en tratar a los trabajadores como si fueran esclavos. Esas prácticas laborales son un grave mal social, otro crimen contra la humanidad con el que hay que acabar.
Al margen de esas cadenas mundiales de suministros, la degradación general de las condiciones del empleo también ha extendido ese trabajar como esclavos. En España, sin ir más lejos, dentro del deterioro general de la calidad de los empleos por el desempleo masivo y la extensión de la precarización del empleo, existen situaciones de extrema degradación. Algunas empresas tienen prácticas laborales completamente denigrantes que, además, están fuera de la ya muy recortada legislación protectora de los trabajadores. En algunos sectores y empresas se incumplen sistemáticamente las normas legales sobre duración de la jornada laboral y horas extraordinarias, se incumplen los periodos mínimos de descanso entre dos jornadas de trabajo, los trabajadores y trabajadoras cada día desconocen cuándo acabará su jornada laboral, se les maltrata constantemente, se pone en serio riesgo su salud y, a veces, su vida… La única manera de aguantar esa forma de trabajar es a base de medicación, hasta que el trabajador o la trabajadora revienta. Todos sabemos, los gobiernos también, que esta es la situación y que cada vez estos casos se dan con mayor frecuencia. Es un crimen contra la dignidad humana.
En esa situación influyen, sin duda, la normalidad con que algunos trabajadores y trabajadoras la asumen: «es lo que hay», suelen decir; también la falta de conciencia y acción colectiva de muchos trabajadores, que parece que lo aguantan todo; la misma debilidad de la acción sindical… Influye, sobre todo, el miedo a perder el empleo y la necesidad de muchas familias trabajadoras en emplearse en lo que sea y como sea.
Otro factor decisivo, sobre el que queremos llamar particularmente la atención, es el grave incumplimiento por parte de los gobiernos de su responsabilidad de proteger efectivamente los derechos de las personas en el trabajo y de asegurar el efectivo cumplimiento de la ley. Resulta escandalosa la permisividad que se tiene con prácticas que son degradantes para las personas, además de ilegales. En España es urgente potenciar la actuación de la Inspección de Trabajo y hacer efectiva la administración de justicia en materia laboral, para perseguir con contundencia esas prácticas. Hace falta voluntad política para acabar con esas situaciones y perseguir severamente a quienes tratan a trabajadores y trabajadoras como si fueran esclavos. Una cuestión inadmisible por razones de humanidad y por nuestra propia fe cristiana.
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