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Autoridad Política Mundial

09 octubre 2015 | Por

Autoridad Política Mundial

El terrible drama de los refugiados que huyen como pueden de la violencia de la miseria, la persecución, la guerra… es, como ha dicho el papa Francisco, un «crimen contra la familia humana». No debería haber excusas ni tantos problemas para acogerlos dignamente, pero la triste realidad es que la Unión Europea estamos faltando gravemente al deber de hospitalidad, al deber humano de acoger y cuidar a quienes están en grave riesgo de perder su vida. Es terrible el espectáculo de los regateos y esa especie de subasta de cupos en que están unos gobiernos europeos que actúan muy tarde y muy mal. Hay generosidad y la debida solidaridad y humanidad en comportamientos de personas, grupos y algunas instituciones, pero, en su conjunto, la reacción de las sociedades europeas está lejos de la que debiera. Necesitamos ya, sin más dilaciones, respuestas reales y efectivas a esta situación.

Pero necesitamos también ir más allá y darnos cuenta realmente del profundo déficit de una verdadera construcción europea gobernada políticamente de forma democrática y mirando de verdad al bien común. Y poner remedio a esa falta de política al servicio del bien común. Tomar real conciencia de que «la interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común» («Laudato si’», 164).

En ese sentido es imprescindible avanzar hacia una gobernanza más democrática de nuestro mundo que oriente los esfuerzos de todos hacia el bien común. Algo que la Doctrina Social de la Iglesia viene planteando insistentemente: caminar hacia una «Autoridad Política Mundial», democrática y centrada en el cuidado de la casa común y de la familia humana que la habitamos. Es imprescindible avanzar decididamente en esa dirección. No es sencillo, pero es una radical necesidad de la familia humana. Lo necesitamos para afrontar como es debido situaciones como el gobierno de la economía, el trabajo decente para todos, la seguridad alimentaria, el desarme, la crisis ecológica, los flujos migratorios y de refugiados… Experiencias parciales, como la de la Unión Europea, necesitan urgentemente girar hacia una unión política que mire al bien común.

La necesidad de una «Autoridad Política Mundial» ya la planteó el papa Juan XXIII en 1963 («Pacen in terris», nn. 136-141), la reiteró con fuerza Benedicto XVI en 2009 («Caritas in veritate», n. 67) y Francisco ha vuelto a insistir en ella este mismo año («Laudato si’», n. 175). Así lo planteaba Juan XXIII: «El orden moral, de la misma manera que exige una autoridad pública para promover el bien común en la sociedad civil, así también requiere que dicha autoridad pueda lograrlo efectivamente (…) Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes problemas solo puede afrontarlos una autoridad pública cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance universal, resulta en consecuencia que por imperativo del mismo orden moral, es preciso constituir una autoridad pública general» («Pacem in terris», 136 y 137).

Para caminar en esa dirección, el papa Francisco ha insistido en «Laudato si’» en actitudes morales que necesitamos cultivar con seriedad y urgencia: «La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo» (n. 178). «Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco» (n. 229).

 

La “Autoridad Política Mundial” en la DSI

En el Editorial de “Noticias Obreras” correspondiente al n. 1.576 (octubre 2015) se plantea la necesidad de una Autoridad Política Mundial, según viene proponiendo insistentemente la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Ofrecemos aquí, ampliando lo que se dice en el Editorial, algunos fragmentos de tres encíclicas en las que se plantea expresamente la necesidad de esa Autoridad Política Mundial: “Pacem in terris” (Juan XXIII, 1963), “Caritas in veritate” (Benedicto XVI, 2009) y “Laudato si’” (Francisco, 2015).

En síntesis, la DSI considera que es necesario trabajar por construir una verdadera comunidad internacional, orientada por la búsqueda del bien común de toda la humanidad. En ese contexto es necesario tender a la creación de una real Autoridad Política Mundial que sea un instrumento más eficaz para abordar los desafíos de nuestro mundo. La hace cada vez más necesaria la creciente globalización de nuestro mundo, la dimensión planetaria de los problemas que la humanidad tiene que afrontar, especialmente en lo que se refiere a la justicia social y el cuidado de la naturaleza, y al problema del empobrecimiento de una gran parte de la humanidad. Del mismo modo que en cada comunidad política es necesaria la existencia de una autoridad política democrática y de una activa y vertebrada sociedad civil que oriente todos los esfuerzos hacia el bien común, la comunidad internacional necesita de una autoridad democrática de alcance global y de una sociedad civil que coopere activamente para contribuir eficazmente a la consecución del bien común de toda la familia humana.

Juan XXIII, «Pacem in terris»

• “El orden moral, de la misma manera que exige una autoridad pública para promover el bien común en la sociedad civil, así también requiere que dicha autoridad pueda lograrlo efectivamente” (n. 136).

• “Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes problemas solamente puede afrontarlos una autoridad pública cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance mundial, resulta, en consecuencia, que, por imposición del mismo orden moral, es preciso constituir una autoridad pública general” (n. 137).

• “Esta autoridad general, cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer medios idóneos para conducir al bien común universal, ha de establecerse con el consentimiento de todas las naciones y no imponerse por la fuerza (…) Porque si las grandes potencias impusieran por la fuerza esta autoridad mundial, con razón sería de temer que sirviese al provecho de unas cuantas o estuviese al lado de una nación determinada, y por ello el valor y la eficacia de su actividad quedarían comprometidas” (n. 138).

• “La autoridad pública mundial ha de tender principalmente a que los derechos de la persona humana se reconozcan, se tengan en el debido honor, se conserven incólumes y se aumenten en realidad” (n. 139).

• “Además, así como en cada Estado es preciso que las relaciones que median entre la autoridad pública y los ciudadanos, las familias y los grupos intermedios, se regulen y gobiernen por el principio de la acción subsidiaria, es justo que las relaciones entre la autoridad pública mundial y las autoridades públicas de cada nación se regulen y rijan por el mismo principio. Esto significa que la misión propia de esta autoridad mundial es examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social, político o cultural, ya que estos problemas (…) presentan dificultades superiores a las que pueden resolver satisfactoriamente los gobiernos de cada nación” (n. 140).

• “La autoridad mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un ambiente dentro del cual no solo los poderes públicos de cada nación, sino también los individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus deberes y defender sus derechos” (n. 141).

Benedicto XVI, «Caritas in veritate»

• “Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, (…) para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos (…) El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional requieren el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral” (n. 67).

Francisco, «Laudato si’»

• “La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable (…) El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiene a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas (…) Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, (…) “urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (n. 175).

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