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Buen ambiente laboral

28 abril 2015 | Por

Buen ambiente laboral

Araceli Caballero | Disfrutar de un buen ambiente en el trabajo siempre es valorable y valorado, y en estos tiempos hirsutos conviene que no baje el listón tampoco en este sentido, ni en las aspiraciones ni en el compromiso, que comienzas acercando los horizontes y acabas dándote de bruces contra el muro. No solo se trata de que reine el buen rollo (que también), sino en el sentido más literal y físico.

Antes, los trabajos considerados peligrosos eran los que entrañaban riesgos evidentes para la integridad física, pero el abanico se fue abriendo con los que implican contacto con productos químicos peligrosos o sustancias tóxicas, o los relacionados con la energía nuclear. Por ejemplo, el trabajo en el campo, que parece tan saludable, se ha convertido en peligroso a causa de plaguicidas y fertilizantes, empleados en la agricultura no ecológica. Sin olvidar a quienes se ven obligados a soportar unos niveles de ruido que afectan a su capacidad auditiva y a su bienestar general…

Incluso en profesiones en principio tan poco aventureras como las de oficina se ha revelado que hay agazapadas no pocas trampas. Precisamente por ser tan tranquilo, tan sedentario, tan repetitivo. Permanecer horas sentado más o menos en la misma postura pone en funcionamiento siempre a los mismos músculos. De antiguo se sabe que las secretarias están amenazadas de problemas de espalda. La pantalla del ordenador es como un ojo corrosivo que hipnotiza y nos hace parpadear menos de la cuenta, produciendo sequedad ocular, entre otras molestias. Además, las condiciones medioambientales suelen ser deficientes: lugares cerrados, mal ventilados, con una gran carga de electricidad estática y, «gracias» al aire acondicionado, con una temperatura ambiente que se convierte en el paraíso de gérmenes y bacterias.

Estos y otros elementos hacen que pueda hablarse de «edificios enfermos», aunque lo correcto sería hablar de «edificios enfermantes». La legislación es insuficiente y los objetivos a la hora de construir, amueblar y decorar un local de trabajo no suelen ser el bienestar de las personas, sino la productividad. Barnices y pinturas tóxicas, materiales de construcción poco adecuados, sistemas de iluminación y ventilación sádicos, moquetas sintéticas, etc., entran sin pudor en los edificios, sin que nadie les dificulte atacar a los trabajadores.

Y un peligro evidente del que se habla poco: la rutina. Ahora dicen los entendidos lo que ya sabíamos por experiencia: que produce estrés, falta de motivación, e incluso depresiones.

En el terreno individual, algo se puede hacer: ventilar, levantar la vista de la pantalla de vez en cuando, dar un paseito cada dos horas para alivio de la pobre columna vertebral, etc. Pero, con ser importantes los hábitos personales, la madre del cordero vive en otro corral. Es imprescindible reivindicar los derechos laborales también en este terreno. Hay pocas leyes, pero se cumplen aún menos. Con la empresa nos comprometemos a trabajar y producir, no a caer enfermos ni a causar enfermedades a otros.

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