El deseo de poder (¡para hacer el bien!, faltaría más) es el último enemigo del Reino de Dios. Los jefes de las naciones, los magnates, podrán “decir misa”, proclamarán las palabras más bellas (“queremos extender la paz, queremos liberar al pueblo…”), pero para ellos mandar es dominar y aprovecharse de los otros. “No sea así entre vosotros”: En la iglesia de Jesús no vale ni la riqueza del rico ni el poder político, sino pobreza y servicio a los últimos, realizado por pobres y esclavos. Este es el camino del verdadero Dios que Jesús, con su vida normativa, nos ha revelado.