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Asociación de Parados Parque 28 de Febrero de la Zona Norte de Granada

01 marzo 2012 | Por

Asociación de Parados Parque 28 de Febrero de la Zona Norte de Granada

Diego Castillo, tiene 42 años de edad y va para cuatro que está en paro. Aunque consiguió su primer empleo como aprendiz de pintor, con tan sólo 14 años al llegar a los 30 se pasó a la construcción, sector del que fue expulsado en agosto de 2008. Es presidente de la Asociación de Parados Parque 28 de Febrero del Polígono Cartuja, en la Zona Norte de Granada, en recuerdo de una céntrica plaza del barrio construida en los años 80 por los desempleados de la época.

Los ingresos de su mujer mantienen a su familia, completada con una menor, todavía conectados al débil hilo de la integración. «Nos podemos dar con un canto en los dientes, porque mi mujer sí trabaja y aunque no tiene un sueldazo, para ir pasando el mes nos da. Yo he agotado todas las prestaciones. Sólo tenemos una niña. Hay gente que está peor, que no recibe ingresos y que tienen tres o cuatro hijos… No vamos muy boyantes, pero no nos podemos quejar viendo a muchos como están», admite Diego.

En realidad, el Polígono Cartuja ha pasado de una situación crónica de vulnerabilidad a otra de desesperación, «en este barrio siempre ha habido una alta tasa de paro; hace año y medio nos constituimos como asociación. En pleno boom aquí había un paro del 30%. Ahora nos acercamos al 80%».

Los objetivos que tienen como colectivo no es otro que «la necesidad de presionar a las administraciones para que hagan algo». Después de todo, se trata de «un barrio muy deteriorado, faltan muchos servicios y hay mucho paro. Para una persona sola es muy difícil salir a buscar trabajo, porque es un barrio muy señalado y pensábamos que a través de una asociación teníamos más posibilidades. Se trataba de buscar trabajo, cursos de formación…».

Aunque los ánimos no están para echar cohetes, el colectivo de desempleados, compuesto por 400 miembros, la mayoría del barrio, pero también de otros próximos, como Almanjayar o Caserío de Montijo, intenta hacer frente como puede a la situación que provoca el paro. Como reconoce Diego, «se tiene que llevar, no queda otra». La serena actitud con la que asume la situación no enmascara la indignación que le recorre: «sientes impotencia e injusticia al ver cómo se ayuda a la gente que tiene dineros, a los bancos y a las grandes empresas…, y nadie echa cuentas de la gente de mi barrio que pasa hambre y fatiga. Las situaciones familiares son duras. Cuando no hay, la gente se desespera, hay que pagar hipotecas, los recibos…, y no se llega…».

Con en ese horizonte, no sería nada raro que cundiera la desesperanza… «Es muy difícil trabajar en este panorama, sabiendo que las posibilidades de encontrar un trabajo son nulas y con el nivel de analfabetismo del barrio menos todavía. Te paras a pensar y no ves luz al final de este largo túnel…, que ya va para cuatro años». Pero Diego Castillo considera que hay un buen motivo para plantar cara: «No queda otra que implicarse. Si no hay unión, no vamos a ningún sitio».

Hasta la fecha han llamado a muchas puertas: «Tenemos todo muy explorado, hemos ido a todos los sitios a preguntar, pero todo el mundo te dice que no hay dinero. Además, vas a sitios donde antes había tres o cuatro personas trabajando y solo queda una. Se están cargando todo lo que son ayudas. Nos hemos reunidos con todos, menos con el ayuntamiento, y todo el mundo nos conoce. ¿Dónde metemos a tanto parado? La Junta nos llegó a dar unos cursillos, pero no eran los adecuados…», se lamenta.

Las soluciones que promueven no pueden ser más lógicas: «Pedimos a las administraciones que haya una reserva de empleos para la gente del barrio en las obras que tengan que hacer aquí. Pero luego las empresas de fuera vienen con su gente y no quieren. Es muy difícil». La denuncia pública y las protestas ante las injusticias que padecen han pasado a un segundo plano. No es que pasen es que «llega un momento en que nos dicen, ¿a dónde vamos?». Aún así, Diego destaca que «la gente sí participa, más cuando hay algo a nivel general, del 15-M o como el carnaval reivindicativo hay más implicación. Pero como asociación no podemos estar todo el día tirados en la calle para nada, no podemos marear a la gente. Si se preparan cosas concretas, como el partido con los veteranos del equipo de fútbol del Granada la gente se vuelca…, somos gentes trabajadoras de la construcción e implicada en su barrio».

Entre tanto, no les falta tarea: «la parroquia de la Sagrada Familia, nos ha cedido un terrenillo, estamos haciendo nuestra propia sede con ayuda privada. Cuando tenemos algo de dinero, lo echamos allí. Ese es nuestro principal proyecto, para tener un sitio nuestro, donde reunirnos, donde vernos, donde ayudar a la gente a hacer sus papeles, a orientarles». Tiene claro este granadino, que desde los siete años participa en su parroquia y siempre ha pretendido «arreglar lo que veía mal». «Con más de 40 años, después de años de trabajar, no puedes sentar a la gente a escuchar una charla, porque lo que quieren es trabajar. Intentamos hacer cosas para estar entretenidos como la construcción de la sede, el reparto de alimentos, organizar eventos en los que somos partícipes y protagonistas, queremos poner en marcha cursos para que la gente se saque el graduado de la ESO, talleres de costura…, pero nos faltan 6.000 euros para poder terminar el local donde haríamos todo eso, pero no hay manera de conseguirlo».

Diego ya imagina lo que haría con una sede: «Hay muchas cosas que queremos hacer y que seguro van a ser bien recibidas, como ayudarles a saber dónde pueden acudir, qué pasos tienen que dar, que papeles les hacen falta…, porque el buscar empleo es ahora mismo casi una utopía». También hay otros colectivos que les respaldan, como la propia comunidad parroquial, gente de la HOAC, la Plataforma Zona Norte de Granada, la Asociación Andaluza de Barrios Ignorados…

Mientras la tragedia del paro alcance cada vez a más sectores de la población y los dramas individuales y familiares se multipliquen, Diego y sus compañeros sentirán que «hay que pegarle un vuelco a todo, empezar de cero. Hoy en día con los bancos, los gobiernos, es complicado, no hay manera. Aquí lo está pasando mal la gente de la calle y somos los de abajo los que tenemos que resolverlo. El dinero que antes se movía tiene que estar en algún lado. Se ha gastado una cantidad indecente de dinero en la construcción y ahora toca invertir para mejorar los barrios, para poner energías renovables y un montón de cosas para beneficio de todos, hacer que el dinero se mueva y esto cambie».

Lo que sostiene a Diego, y no es poco, es su esperanza en las personas, muy en sintonía con su experiencia como creyente: «Creo en el ser humano, diferenciándolo de los que no se comportan como tales. De las personas más necesitadas aprendes más, van con el alma abierta, no engañan y están dispuestos a partirse el alma por lo que sea…». Diego es uno de esos que se parten el alma al ver como su corazón se rompe ante tanta injusticia y desamparo.

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