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José García Fernández, párroco de San Bartolomé (Onda, Castellón) «Lo primero es dignificar a la persona»

03 junio 2014 | Por

José García Fernández, párroco de San Bartolomé (Onda, Castellón) «Lo primero es dignificar a la persona»

Elena Moreno y Manolo Ordóñez | En su parroquia no paran. Hay una empresa de empleadas de hogar, un banco de tiempo, funciona una ONG, gestionan un huerto, un comedor social, además de una Cáritas parroquial que no quiere humillar a quienes necesitan ayuda. José García tiene claro que hay que estar del lado de los que sufren y vive el sacerdocio como un servicio.

–¿Cuántos años llevas en esta parroquia?

–De párroco, desde 1996. Además soy de Onda y de esta misma parroquia. Vivo la espiritualidad de Carlos de Foucauld, que habla de una parte del Evangelio que es una de las desconocidas hoy día que es la encarnación. Jesús pasó la mayor parte de su vida como obrero, con una vida anónima, sencilla, humilde, en un pueblo pobre, trabajando de sus manos… Esa es la mejor manera de anunciar el Evangelio, con la vida, no con palabras.

–¿Qué características propias tiene la zona de la parroquia?

–Son varios barrios diseminados. La parroquia está ubicada en zona de nadie, rodeada de escombreras, sin urbanizar. Cuando llegué había una propuesta de construir una nueva parroquia, no venía nadie y estaba todo muerto. Me dediqué a hablar con la gente…, y descubrí que esta parroquia había nacido con la emigración de los años 50 por parte de personas que venían de otras partes de España (Jaén, Albacete…). El edificio lo habían construido los vecinos con sus propias manos. Nos dimos cuenta de que la opción no era cerrar, sino estar cerca de ellos y poco a poco la parroquia ha ido creciendo. La gente considera que esta es su casa. Es una comunidad pequeña, donde se vive de una forma muy familiar y se acoge a la gente que viene.

–¿Está en la periferia de la localidad?

–La parroquia está situada en la zona más marginal de la población, es una parroquia pobre. No tenemos dinero para transformar cosas, ni poder económico, ni prestigio social, es una zona que nadie elegiría para vivir. También viven muchas personas de otras nacionalidades (colombianos, ecuatorianos, marroquíes, rumanos…) y esa riqueza cultural también caracteriza a la parroquia. Hace años se daba la discriminación entre los autóctonos (valencianoparlantes) y los llegados de fuera (castellanoparlantes) que ha ido disminuyendo con las parejas mixtas. Ahora la discriminación es más hacia los que vienen de otros países. Tenemos además en la población un partido político de extrema derecha que fomenta este tipo de valores.

–¿Cuáles son las necesidades más demandadas?

–Empleo en primer lugar. La segunda demanda es la vivienda. La comida es lo último. Nosotros hemos hecho una apuesta por el empleo en contra de la línea habitual de reparto de alimentos. Tenemos a una trabajadora que nos ayuda en esa línea (búsqueda de empleo, mediación, formación…). Vimos que la formación era una línea de trabajo. Organizamos un curso de ayuda a domicilio con personas de perfil bajo (baja autoestima, baja formación, mujeres en algunos casos separadas y con hijos a cargo…). Llegados a este punto nos planteamos crear una pequeña empresa de ayuda a domicilio hace unos cuatro años. Hemos empezado también con los huertos sociales. El Ayuntamiento los puso en marcha y a disposición de todas las asociaciones y particulares. Como asociaciones solo entramos nosotros, Quisqueya (una ONG vinculada a la parroquia) y Cáritas.

–En la parroquia habéis puesto en marcha un Banco de Tiempo, el Trueque y hasta una moneda social… ¿Tienen relación con la acción de Cáritas?

–Hemos puesto como criterio para recibir las ayudas estar dispuesto a participar en estas iniciativas. «La parroquia te va a ayudar a ti, pero tú tienes que ayudar a otros». Hasta ahora nadie se ha negado. De algún modo se dignifica la ayuda, no les das una limosna, sino que les estás dando algo que es un derecho (tener la posibilidad de un techo, una vida mínimamente digna) y por otra parte están aportando algo que tienen a otras personas que están en situación parecida a la suya, y esto hace que esa ayuda se haga como una cadena de solidaridad. No nos podemos limitar a ayudarles con alimento, ropa o dinero. Para nosotros eso es lo último. Lo primero es dignificar a esa persona, acompañarla, y para poder hacerlo hay que conocer a la persona, estar cerca, ir a su casa y compartir una historia en común con ella… Si solo estamos en el despacho, vienes, me pides una bolsa de comida y te vas, no nos comprometemos, no transforma. Pretendemos hacer algo diferente, que va más por los caminos del Evangelio.

–¿De dónde le viene la inspiración?

–Es muy importante estar con la gente y su realidad, intentas estar cerca en los acontecimientos humanos que viven. De ese contacto con la realidad, de esa cercanía tomas la opción, la decisión de que su vida tiene que mejorar, el Evangelio tiene que ser una buena noticia y tiene que ser una noticia de esperanza y entonces surge la creatividad. He hecho, la opción de vida de estar a su lado, ser un hermano y vivir el sacerdocio como un servicio, no como una promoción. Con muy pocos recursos se puede hacer mucho, pero hay que tener como un deseo, una fuerza, un impulso…, para decir «se puede»; tenemos que hacer lo posible, aunque no seas creyente o seas de otra ideología. A veces mucha gente no lo entiende. Somos bastante rechazados por ayudar, por ejemplo, a población magrebí.

–A veces he venido a la parroquia y he visto a personas de rasgos árabes, de otra religión…, perfectamente integrados…

–Eso es una riqueza. Personas magrebíes están ayudando a otras personas en el ropero, en la traducción…, lo que significa que ese proceso de integración está funcionando y eso es un logro. La gente se siente mejor cuando ayuda a los demás y si se les da la oportunidad muchos entran en esa dinámica.

–¿También tenéis contacto con los agentes sociales y políticos?

–La fe tiene una dimensión política y eso no lo podemos olvidar. En la política se toman decisiones que afectan a todas las personas y de manera especial a los más pobres, por lo que tenemos que estar moviéndonos en ese ámbito. Hacer ese trabajo por la gente excluida te da una autoridad moral que hace que te puedas relacionar con todos los partidos políticos (sean del espectro ideológico que sean) y les hacemos propuestas para mejorar las condiciones de vida de la población. Y tanto es así que ha funcionado: en estos tiempos de vacas flacas no se ha reducido el presupuesto social municipal, sino que se ha incrementado y eso es un logro.

Es importante llevar la Iglesia también al mundo de lo social, de la política, que no se quede solo en el ámbito parroquial. Ya lo decía el Vaticano II, la Iglesia tiene que salir al mundo y aportarle lo que tiene que aportar y transformar las personas, ambientes e instituciones. La sociedad que tenemos no es una realidad natural, sino una construcción humana desde la política. Y evidentemente ahí tenemos mucho que decir los cristianos porque lo queramos o no la política es la herramienta más eficaz que construye aquello que tenemos. Además en un momento de crisis donde los derechos fundamentales se están barriendo. Hay un componente que forma parte de nuestra fe que es el componente profético, tenemos que hacer una labor de denuncia y decir que las cosas así no van por buen camino.

–Me recuerda a Monseñor Romero que dijo una vez: «si estoy con los pobres y les ayudo me dicen que soy un hombre santo, pero cuando denuncio las causas de esa pobreza y los ayudo me dicen que soy un radical».

–Cuando haces esa tarea de denuncia recibes presiones, pero la conciencia es lo primero. No hemos callado, no te puedes callar. Cuando estás en contacto con la pobreza, con la gente que sufre nadie puede decirte ¡cállate!; estás diciendo la verdad, mostrando el dolor de la gente, la realidad…, y eso toca las conciencias.

–¿Dónde está la clave para conseguir que la gente se involucre en las actividades de la parroquia?

–La clave está en la acogida (y eso no significa estar encima de sino al lado de). La gente entra, te cuenta su vida, sus problemas, los escuchas, los respetas, no los juzgas…, le haces sentir que vas a hacer lo imposible por ayudarlos…, eso genera que las personas se comprometan. Es lo que haría Jesús, dinero no tenía, pero sí su cercanía y eso era lo que cambiaba a las personas.

–¿Qué eco percibes de la Iglesia diocesana?

–No es algo que destaque. Lo que hacemos lo vivimos como un don y lo ofrecemos a otras parroquias y a la Iglesia diocesana. En todas las parroquias existen valores, aspectos positivos y eso hay que valorarlo. Lo que hacemos aquí no es ni mejor ni peor, pero sí que es lo que creo que tengo que hacer en esta parroquia con mi estilo de vida y mi opción personal, pero no confrontado con nadie. En ese sentido colaboramos con Cáritas diocesana en varios programas, con la delegación de misiones y con el secretariado de migraciones. Para muchas personas es una inspiración. Alienta la esperanza de mucha gente que vive en unas parroquias que son más clericales o más dogmáticas…, y este tipo de vivencia les ayuda a pensar que la Iglesia es mucho más amplia y existen otras formas de vivir la fe.

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