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Fondo de Solidaridad «Paz y Esperanza» de Granada

06 noviembre 2012 | Por

Fondo de Solidaridad «Paz y Esperanza» de Granada

Un grupo de ciudadanos se plantearon poner sus ahorros al servicio de la generación de empleo y la ayuda de emergencia de los más necesitados, hace ahora 28 años en Granada. Así nació un verdadero «banco bueno» –que presta sin intereses e incluso a fondo perdido– con tal de que personas que lo pasan mal puedan llevar una vida digna.

En la actualidad, el «Fondo de Solidaridad Paz y Esperanza» cuenta con 260 socios que aportan –sin esperar retorno– una cuota periódica y 80 «depositantes» de sus ahorros –algunos también socios, otros no– que ceden su dinero para financiar los 98 proyectos para la creación de empleo que actualmente apoyan por toda Andalucía. Su sede social se ha convertido, además, en un punto de información de la Banca Ética FIARE.

En el segundo trimestre de 2012, por ejemplo, concedieron ayudas por valor de 32.900 euros, que han servido, entre otras cosas, para que un ganadero de Colmenar (Málaga) pueda adquirir unos contenedores especiales para elaborar queso artesano y ecológico o que una asociación también de Málaga, que atiende a inmigrantes, pueda mantener su actividad mientras llegan las subvenciones públicas concedidas pero no cobradas.

Elías Alcalde, ahora delegado de las Obras Misionales Pontificias en la diócesis de Granada, fue uno de sus fundadores, siendo párroco en Moraleda de Zafayona, en la comarca de Loja-Alhama. Precisamente, por su origen geográfico, la asociación fue conocida coloquialmente como «Fondo de Loja». Su pensamiento entonces fue que las prestaciones públicas a los desempleados, recién estrenadas, «avergonzaban a gente honrada que quería trabajar, rendir y producir para el bien común de todos y ganar el pan de su casa con la frente muy alta»; y opinaba que «la conciencia cristiana reclamaba un actuar diferente estimulando la solidaridad comunitaria, como expresión del amor fraterno que ha de traspasar las relaciones personales y comprometerse también en las sociales y estructurales».

Se puso al habla con gente que había conocido en las movilizaciones contra la OTAN, con maestros de la zona, con personas de su parroquia y de otros sectores eclesiales, como unas religiosas trinitarias de un barrio pobre de Loja. La idea era simple: «proponer a los que tenían trabajo estable compartir una parte, aunque fuera mínima, de su salario para ayudar a trabajar a los que querían pero no podían valerse por sí mismos para iniciar algo individualmente o en pequeñas cooperativas». Desde el principio el fondo se declaró aconfesional y en él han participado, y participan, gentes de diferentes creencias, sensibilidades e ideologías.

Muchos pocos hacen mucho

Carmen Baena, integrante del fondo y vecina de Salar en la época de su creación, dio un paso al frente cuando le expusieron la idea. «Se nos pidió que compartiéramos un poco de nuestra economía, porque pensábamos que muchas pequeñas aportaciones podían ayudar a las personas desempleadas a crear su propio puesto de trabajo o bien a salir de una situación de crisis y de apuros económicos», recuerda; y confiesa que, «muchos de nosotros no habíamos oído hablar de los microcréditos ni de la banca alternativa, simplemente queríamos compartir nuestra economía de forma solidaria y, sobre todo, anónima».

En su reducido impacto insiste también Mari Paz García, militante de la HOAC de Granada hasta hace bien poco y durante seis años miembro de la Junta Directiva del fondo: «Es algo pequeño, pero muy serio, que beneficia a gente que lo necesita aunque lamentablemente no llegamos a todos». Para ella, lo más importante es que «las decisiones se toman entre todos, la Junta Directiva está siempre abierta y cualquiera pueda ir a enterarse de lo que deciden. También se informa de todo lo que se hace en la asociación, desde el principio, con todo detalle».

Las peticiones han de ir siempre avaladas por un socio. Así resulta más sencillo generar la necesaria relación de confianza y también establecer un vínculo que propicie el seguimiento de la situación familiar o el proyecto empresarial. Aunque en los orígenes la confidencialidad y el anonimato eran muy importantes, desde enero de 2012 los datos de los beneficiarios son públicos por dos motivos: «para dar a los socios y depositantes una información más precisa que permita conocer mejor el destino de las ayudas reintegrables»; y «permitir a aquellos que quieran apoyar estos proyectos que puedan hacerlo (comprando allí o recomendándolos a sus familiares o amigos)».

Carmen Baena explica que «si inviertes tu dinero aquí, sabes para qué se utiliza. No te llevas intereses, pero siempre sabes en qué está invertido». A las «razones de solidaridad» acude también Ignacio Peláez, consiliario de la HOAC, para justificar la razón por la que desde el principio mantiene una pequeña cuota en lo que él califica como «una iniciativa débil y humilde». Sin embargo, como dice Carmen Baena, «hemos dado pequeños empujones en momentos de apuro a personas y familias, para que mantuvieran o crearan su puesto de trabajo».

Dinero que construye alternativas

En su larga historia, han concedido financiación y apoyo de emergencia a más de 1.200 beneficiarios y han logrado poner en circulación más de 300 millones de las antiguas pesetas (1,803 millones euros). Aunque pueda parecer una modesta aportación, se puede decir que han conseguido mantener, gota a gota, un riego de solidaridad de lo más fértil, que demuestra que redistribuir la riqueza y ponerla al servicio de los más necesitados es posible, cuando se cambia la lógica del interés por la del don.

Hasta 1997, las ayudas apenas eran devueltas; no existía obligación expresa de hacerlo, aunque la sugerencia de devolver el dinero si las condiciones lo permitían estaba sobre la mesa en todos los casos, como mecanismo para ejercer y extender la autoayuda entre iguales. Desde entonces, y a la vez que se puso en marcha la figura del «depositante» (presta sus ahorros sin pedir intereses ni siquiera para asegurar la revalorización de lo cedido temporalmente), el compromiso de devolución es obligatorio, salvo que las circunstancias lo hagan del todo imposible.

En 2004, el Fondo de Solidaridad se estableció en Granada capital, aunque pasaron dos años hasta que pudieron comprar un local «sencillo y digno» de apenas 40 metros cuadrados. En la actualidad, el fondo participa en la Banca FIARE (no solo en su capital social sino también como uno de los posibles destinos de los intereses generados por los clientes que abren en esta entidad sus libretas de ahorro); en la Red de Asociaciones de Economía Alternativa y Solidaria (REAS); y en la Red de Utensilios Financieros Alternativos y Solidarios (RUFAS). Isabel Camacho, contratada a media jornada desde la llegada del proyecto a la ciudad de la Alhambra y que ejerce de secretaria técnica, explica que «la gran mayoría de los beneficiarios no engañan y tienen intención de devolver el dinero. Eso sí, una gran mayoría de los proyectos tienen incidencias –no cumplen con los plazos y cuantías acordadas–, aunque solo una pequeña parte no se devuelven nunca».

Camacho explica que al principio de esta crisis «llegaron muchas peticiones de emergencia, pero ahora están repuntando otra vez los proyectos de empleo, sobre todo los asociados con lo natural y lo ecológico». En el contexto actual, «esta gravisima situación que estamos viviendo, son numerosas las solicitudes que estamos recibiendo», se puede leer en el último informe trimestral elaborado por la Junta Directiva, que no parece desanimada por el reto del presente: «también son muchas las personas conscientes y solidarias que se están acercando a informarse, a hacerse socias y a poner depósitos en nuestro Fondo».
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