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Entrevista con José Eizaguirre, autor de «Una vida sobria, honrada y religiosa»

04 abril 2011 | Por

Entrevista con José Eizaguirre, autor de «Una vida sobria, honrada y religiosa»

Este religioso marianista que vivió en la India y ahora trabaja como administrador y consejero económico de la orden a la que pertenece ha transformado su preocupación por el impacto de nuestros hábitos en el medio ambiente, en los demás y en nosotros mismos en una propuesta para adoptar un estilo de vida alternativo, pero profundamente cristiano.

–Tu propuesta se dirige a aquellos que optan por una «vida consagrada», aunque en realidad no sólo piensa en los religiosos. ¿A quién le puede resultar interesante tu propuesta?

–La propuesta parte de una visión de algo que percibimos como necesario hoy en nuestro mundo: necesitamos descubrir y poner en práctica un estilo de vida que no sea dañino ni para nosotros mismos ni para otros pueblos ni para el medio ambiente. Porque lo cierto es que nuestro ritmo y estilo de vida desarrollado occidental, materialista y consumista, nos está haciendo daño: a nuestra salud corporal y espiritual, a otros seres humanos y a la Creación.

Mi propuesta habla de una «vida consagrada» en minúsculas, de una vida que se consagra a explorar, poner en práctica y difundir un posible estilo de vida desarrollado que sea solidario y sostenible, a la vez que saludable y espiritual. Y esto puede interesarle tanto a quienes viven ya una Vida Consagrada (en mayúsculas) como a quienes buscan una forma de vida especialmente comprometida en la Iglesia, atenta a estos valores, y no acaban de encontrar un ámbito adecuado. Se trata de una propuesta que, habiéndose originado en el seno de la Vida Consagrada, se abre a un nuevo sistema de coordenadas: la pasión por el Creador, la pasión por las Criaturas y la pasión por la Creación. Y todo esto, vivido en comunidad fraterna de creyentes seguidores de Jesús.

–Afirma que no estamos en una «época de cambios» sino en un «cambio de época». ¿Qué implicaciones para la iglesia, para los movimientos y para las comunidades de creyentes tiene una situación como la actual, llena de incertidumbres?

–Ante un «cambio de época» tan radical y a la vez tan rápido, una reacción normal es la de volver a las fórmulas conocidas que nos dieron seguridad en el pasado. Ésta es una respuesta prudente y comprensible. Pero pienso que tan malo es quedarnos anclados a nuestras seguridades mientras los tiempos fluyen ante nosotros como dejarnos llevar acríticamente por la corriente. Esto significa, para la Iglesia institucional y para los creyentes de a pie, asumir riesgos, sabiendo que las respuestas que nos dimos en el pasado tal vez (más aún: probablemente) no sirvan ya hoy. Eso supone desprendimiento confiado de lo que hasta ahora han sido respuestas válidas. Significa también creatividad, capacidad de exploración, búsqueda. Me refiero a una búsqueda práctica y dinámica, no la de los papeles.

–Si tuvieras que adaptar el planteamiento de tu libro a quienes se dedican a la evangelización del mundo obrero, arrasado por el paro y la deshumanización de las condiciones de trabajo, ¿qué claves recomendarías?

José Eizaguirre libro.jpg–Yo creo que no hacen falta muchas adaptaciones. Personalmente, me siento en comunión con quienes hoy trabajáis por la humanización del mundo obrero y la sostenibilidad del sistema productivo. Me identifico con esa sensibilidad hacia las víctimas de un sistema productivista y consumista tan contraproducente: las víctimas de nuestra sociedad –paro, inseguridad laboral, recorte de derechos– y las de otras sociedades –hambre, violencia, desplazamientos forzosos–. Tan necesario es trabajar por paliar las consecuencias de la injusticia como hacerlo para evitar sus causas. ¡Cuánta gente «estamos a lo mismo» desde campos distintos!

¿Qué claves recomendaría? Precisamente eso: el ser conscientes de cuántas personas y organizaciones están contribuyendo a «otro mundo posible», valorarnos mutuamente y colaborar al máximo en lo que podamos. Cuando hablamos de «otros estilos de vida» incluimos un montón de campos en los que ya hay mucha gente buena y muchas buenas experiencias. Sigamos trabajando en red, compartiendo luchas y logros, ayudándonos unos a otros. Todos tenemos algo que ofrecer.

–Apuesta por nuevos estilos de vida comunitarios que sean exageradamente significativos pero también proféticos. ¿Es posible una propuesta tan radical frente a la más asequible de cambiar algunos hábitos o realizar pequeños gestos?, ¿qué posibilidades para cambiar las estructuras y anunciar el Reino de Dios y su Justicia contiene esta postura?

–Yo no contrapondría la «propuesta radical» frente a la «más asequible». Creo que es bueno que algunas personas adopten posturas más radicales, viviendo con desmesura determinados valores, si así son un signo que tensiona a otros hacia la vivencia de esos valores, aun cuando estos no puedan más que «cambiar algunos hábitos o realizar pequeños gestos». Precisamente, la propuesta del libro va en esta dirección: una comunidad (¡y ojalá surgiera más de una!) de creyentes consagrados a esta tarea, la de ser signo, levadura y «avanzadilla», que pueda servir a otros a moverse en esa dirección.

Las posibilidades efectivas de cambiar las cosas no son muy diferentes de las que tenía el grupo de los primeros discípulos del Resucitado. Sobre todo, cuando lo que se propone no es incidir en la transformación del mundo mediante las posibilidades que brindan las instituciones, sino contribuir a la reforma de las costumbres mediante la levadura que supone una pequeña comunidad.

–¿Qué hemos de entender por una vida sobria, honrada y religiosa?, ¿cómo se pueden ir introduciendo tales principios en el funcionamiento interno de pequeñas comunidades de vida?, ¿ves posible que organizaciones más amplias, como los movimientos y congregaciones lleguen a funcionar según estos criterios?

–La expresión «una vida sobria, honrada y religiosa» (Tt 2, 12) es la de la traducción litúrgica. La Biblia de Jerusalén traduce por «Una vida en sensatez, en justicia y en piedad». Me resulta llamativo que en griego exista una palabra que pueda traducirse tanto por «sobrio» como por «sensato». Está claro. En este mundo al borde del colapso medioambiental, lo sensato es dejar de consumir materias primas y de contaminar al ritmo que lo estamos haciendo. Por supervivencia planetaria, pero también por justicia con otros pueblos y con las generaciones venideras. Ya conocemos la famosa frase: «debemos vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir».

Del mismo modo, los significados de vida «honrada» y «en justicia» van de la mano. No se trata únicamente de la integridad personal sino de una vida que contribuya a la justicia o, al menos, que no contribuya a la injusticia. ¡Y cuántos hábitos nuestros están contribuyendo a mantener un sistema injusto! Por eso, a la frase anterior a mí me gusta añadir esta otra: «debemos vivir con decencia para que otros puedan vivir decentemente».

Llevar una vida «religiosa» o «en piedad» es algo que no hay que explicar mucho. Para nosotros, creyentes, no tiene sentido plantearnos la vida de otra manera. Supone reconocernos criaturas, dependientes del Creador, a quien buscamos y descubrimos en sus obras. E interdependientes entre nosotros, empezando por el nivel de la fraternidad doméstica en la que compartimos nuestra fe. Y a la vez libres, como Jesús de Nazaret, en quien creemos y en cuya Iglesia crecemos. ¡Y resucitados! Esto incluye la dimensión celebrativa: sea mucho o poco lo que consigamos ¡hagamos fiesta!

¿Cómo se pueden ir introduciendo estos principios en nuestras pequeñas comunidades? Sencillamente empezando. Pasito a pasito, mediante gestos que empiezan siendo puntuales y acaban consolidándose como hábitos de comportamiento. Y formándose. Nadie puede pretender incidir seriamente en este mundo tan complejo sin la formación necesaria.

Como se ve, se trata de una propuesta que quiere insistir en los hábitos de comportamiento de las personas. Otros proyectos se dirigen más directamente a transformar las estructuras y las instituciones. ¡Benditos sean! Todos somos necesarios y complementarios. Conversión personal y cambio estructural son las dos caras de un mismo caminar hacia el Reino.

–Para llevar un estilo de vida en común sobrio, honrado y religioso, ¿qué renuncias habría que hacer?, ¿qué razones últimas habría para aceptar la pérdida de ciertas comodidades, inercias y eficacias logradas después de años de dedicación?

–Está claro que todo esto supone renuncias y pérdidas, pero pensemos en un juego de «suma cero»: lo que nosotros perdemos es para que lo ganen otros (por eso hay que jugar con inteligencia, para que nuestra renuncia beneficie a quien queremos y no a otros aprovechados).

De todas maneras, yo no pondría el acento en las renuncias. ¡Pongamos el acento en lo positivo! Estoy personalmente convencido de que un estilo de vida así planteado es un camino de felicidad y plenitud para nosotros, para quienes entren en contacto con nosotros y de rebote, para otros a quienes probablemente nunca lleguemos a conocer.

Un estilo de vida más sano y «natural», que nos ponga más en contacto con la Naturaleza, con nuestro propio cuerpo y con nuestra interioridad, que nos haga más conscientes y responsables, más libres ante las necesidades ficticias de todo tipo y menos dependientes de las cosas materiales, que nos ayude a ser sensibles a las necesidades de los demás, sobre todo de los más necesitados, que nos facilite una forma de oración que responda más a nuestra búsqueda humana de Dios sin dejar por ello de unirnos a la Iglesia, que nos ponga en contacto con todos los que sueñan con otro mundo posible y recibamos estímulo y ayuda mutua… ¿No son estas suficientes razones?

En último término, hay una razón que nos puede servir: ¡probemos! Eso es: hagamos la prueba, vayamos dando pasos en esta dirección y comprobemos los resultados. Si caminar hacia este horizonte, a pesar de las «renuncias y pérdidas», nos hace más felices, más «humanos» en el sentido pleno del término, entonces no necesitamos más razones.

–Por cierto, ¿qué acogida ha tenido su propuesta?, ¿ha habido gentes interesadas en llevarla a la práctica?, ¿cómo está siendo ese camino?

–Bueno, tengo que decir que la propuesta vertida en el libro está teniendo reacciones diversas. Las más benevolentes no pasan de ser «simpatizantes». Pero sé que los procesos personales llevan su tiempo, su ritmo. Y yo llevo muchos años formulando y madurando este «brote nuevo de una especie aún por identificar». ¡Claro que me gustaría encontrar compañeros de camino! Pero respeto los tiempos de Dios. Si esto es cosa suya…

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