Tozudamente otra Navidad «para iluminar y guiar nuestros pasos por el camino de la paz». Se habla mucho de resiliencia (re de «insistencia» y siliencia de «saltar»); oficialmente es «la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa».
Dios en Jesús sigue «saltando» insistentemente, un Dios resiliente ante una humanidad que sigue sin saber resolver sus conflictos sin creatividad, incapaces de poner en práctica lo que Luther King o Mahatma Gandhi o el propio Jesús practicaron.
Y una vez más, el Dios de Jesús sigue dispuesto a recordarnos que es posible otro mundo, otro tipo de relaciones: la fraternidad.
Pero la tozudez segunda, es que su resiliencia requiere de la complicidad del ser humano y cuenta con una mujer, María, que no parecía tener el perfil para hacer realidad su proyecto, una mujer adolescente, escondida entre el anonimato de su religión, el anonimato de su género, el anonimato de su pueblo, el anonimato de su raza… y dijo SÍ, y la Palabra, resiliente también, se hizo carne y todo un Dios volvió a desatar su pasión por la humanidad con su sueño: Entonces harán de sus espadas arados, / de sus lanzas podaderas… (Is 2, 4).
Y en María, nosotros y nosotras, aceptamos la complicidad con la que Dios nos lanza el guiño y la resiliencia, ya no es un acto de voluntad personal, es su Espíritu que obra en cada uno, en cada una, en el nosotros y nosotras. Y nuestra resiliencia nace de la comunión: formamos parte de la danza Trinitaria en el Hijo (Col 1, 18; 1Cor 12, 27) y la promesa: «Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20).
La resiliencia en Dios es toda una danza en una Trinidad en la que el Hijo nos ha implicado y los pasos de este baile los marca un Espíritu que grita en nosotras y nosotros ¡PAZ! Si Dios es resiliente, yo no puedo dejar de serlo. Hoy, «más que nunca», la paz requiere urgencia, rebeldía, audacia y paciencia, o sea, resiliencia.

























