La oración, por tanto, no es una martingala para convencer a Dios y hacerle ver que le conviene favorecernos, sino una técnica maravillosa para ponernos en estado de recepción. La oración no tiene como resultado el cambiar la mente de Dios, que es invariable, sino el disponer nuestra mente para que tienda a estar acorde con la mente de Dios. El ejercicio de la oración no tiene ninguna eficacia para convencer a Dios, pero es eficacísimo para convencernos a nosotros mismos (Rovirosa OC TV pág. 423).
17 Domingo TO_compressed
■ Accede a más oraciones aquí.























