
Con el nombre de León XIV, evocando a León XIII –padre de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI)–, el nuevo pontífice ha inaugurado su ministerio con palabras que iluminan el camino de la Iglesia y del mundo en este cambio de época. El Papa ha comenzado a señalar con claridad su proyecto pastoral universal: una Iglesia humilde y fraterna, una humanidad reconciliada desde la dignidad de cada persona, una paz construida desde la justicia y una nueva cultura del trabajo.
Desde su primer mensaje al Colegio Cardenalicio, ha reivindicado con fuerza la herencia de Francisco y el Concilio Vaticano II, haciendo suyas las claves de la sinodalidad, la conversión misionera, el cuidado de las personas descartadas y la defensa de «la dignidad humana, la justicia y el trabajo», en diálogo con el mundo.
En su homilía de inicio de pontificado, León XIV ofreció una imagen pastoral que atraviesa todos sus mensajes: no se trata de mandar, sino de servir; no de imponer, sino de amar. Frente al odio, los prejuicios y un sistema que margina a los pobres y explota la tierra, lanzó una exhortación contracultural: «¡Esta es la hora del amor!». Un amor que es también comprometerse como samaritanos colectivos, porque nadie se salva solo.
En su primer discurso ante el Cuerpo Diplomático, León XIV fijó las tres palabras que orientan su pontificado: paz, justicia social y verdad. Una paz que no es solo ausencia de guerra, sino conversión del corazón; una justicia que pasa por dignificar el trabajo, proteger a los más vulnerables y combatir las desigualdades estructurales; y una verdad que no se impone, sino que se comunica en términos de caridad, contra la distorsión, la manipulación y la cultura del grito.
Especial relevancia ha tenido su intervención ante la Fundación Centesimus Annus Pro Pontífice, el Papa mostró que la DSI es un camino vivo, «una reflexión seria, serena y rigurosa» al servicio de la humanidad. Llamó a superar las polarizaciones, a entrelazar ciencia y conciencia, y a reconstruir una gobernanza global basada en principios éticos. Y expresó una afirmación clarificadora: «Quien nace y crece lejos de los centros de poder no debe ser simplemente instruido en la DSI, sino reconocido como su continuador y actualizador: los testigos del compromiso social, los movimientos populares y las diversas organizaciones católicas de trabajadores son expresión de las periferias existenciales en las que resiste y siempre germina la esperanza. Os recomiendo dar la palabra a los pobres».
Estas palabras son un reconocimiento explícito del lugar teológico y eclesial que ocupan las periferias organizadas: las periferias en el centro de la acción pastoral. Y, además, nos alientan en nuestra vocación de ser Iglesia encarnada en el mundo del trabajo, comprometida con la dignidad de quienes luchan cada día por el sagrado derecho a tierra –que es también a barrios dignos–; a techo asequible y en condiciones; y a trabajo decente, para todos y en todo lugar.
El nombre León XIV no es, por tanto, un gesto que nos remita al pasado, sino un acto de continuidad creadora. Si León XIII respondió a la primera revolución industrial con la encíclica Rerum novarum, León XIV se presenta como guía para los tiempos nuevos: la era digital, la inteligencia artificial, la precarización del trabajo y el clamor de los pueblos migrantes. Su mensaje no pretende controlar ni adoctrinar, sino acercar, escuchar, discernir y construir.
Con León XIV comienza un nuevo capítulo en el que la Iglesia es llamada a ser «fermento de concordia», luz en medio de las policrisis, testigo de una esperanza concreta que nace del Evangelio. Para quienes caminamos con el mundo obrero y del trabajo, sus palabras nos comprometen a acompañar y visibilizar las situaciones sufrientes, construir esperanzados desde las periferias y avivar la Doctrina Social de la Iglesia en el conflicto real.
No es poco. Pero como él mismo ha dicho, «con la ayuda del Señor, lo traduciremos en oración y compromiso».
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