Llevamos los creyentes una doble vida: una que los presenta como sólidas y estables las cosas de la tierra, y como que hay que darles la primacía, siendo remoto e incierto cuanto se refiere a Dios y a sus cosas; y otra, que podemos llamar «labial», pues en ella no intervienen más que los labios, en la que nos complacemos –como la gente– en repetir las fórmulas más acreditadas por los santos, que a ellos les salían del corazón, pero que a nosotros no sabemos de dónde nos salen (Rovirosa, O.C. T.V, 524).
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