
Nuestra vida militante transcurre, con el pasar de los años, en dirección a una cierta lejanía y acomodo, que nos hace algo más insensibles a la suerte de las personas empobrecidas, sin que nos demos cuenta. El cansancio, la fatiga, los compromisos una y otra vez empeñados sin, aparentemente, ver resultados, acaban por cansarnos y normalizar lo que no es normal.
Necesitamos volver a escuchar la tierna voz de Dios que nos dice bienaventurados cuando solo podemos sentirnos bien pagados por su amor, por el amor que nos llega en los pobres.
Acojo mis fatigas y cansancios, mis desalientos militantes, y los pongo, una vez más, ante la misericordia de Dios.
22º Domingo TO