“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán. Y esta es una de las verdades de nuestra vida. Si vivimos ciegos y sordos ante lo que nos rodea, terminamos por vivir en la insensibilidad, ante todo. Nada nos afecta. Podemos pasar de largo ante las personas y sus sufrimientos. Porque la mirada nos hace conscientes, y nos empuja a la responsabilidad fraterna… si miramos correctamente, si estamos situados donde debemos.
No es lo mismo mirar desde fuera, desde lejos, o desde arriba, que hacerlo desde dentro, desde la cercanía de la encarnación, desde abajo. “El mundo se ve más claro desde las periferias” recuerda el papa.
Necesitamos que la compasión de Dios nos salve.
30º Domingo TO