Necesitamos experimentar la gratuidad del amor que acoge a los más pequeños, a los más frágiles, y los coloca en el centro de la vida para mostrar que así acogemos a Cristo mismo. Necesitamos construir la fraternidad (eclesial y social) desde esa centralidad de los pequeños, de los pobres, de los más vulnerables. Solo de esa manera experimentaremos de verdad el amor de Dios por cada uno de nosotros y nosotras, tal cual es: gratuito, incondicionado, sin límite.
Tenemos ante nosotros el reto de construir, con la gracia de Dios, una comunidad fraterna que trastoque las maneras de vivir que priman en nuestro mundo.