La Santísima Virgen ocupa un lugar especialísimo, que destaca desorbitadamente sobre todos los demás Santos de Dios. Para mí, personalmente, el gran soporte para mi miserable vida de cristiano es el mirar a Jesús en la Cruz, que también me mira; y el escuchar a la Virgen María, de pie junto a la Cruz, que me dice siempre lo mismo: -Para que tú pudieses ser hijo mío di la vida a este Hijo de mis entrañas que ahora ofrezco al Padre. Y tú, ¿no querrás ser mi hijo, viendo lo que por ti hago y las ansias que tengo de que me aceptes por Madre? ¿Qué más pude hacer para merecer tu amor? (Rovirosa, OC, T.I. 400)
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