La espiritualidad del discípulo –el publicano- es la de quien porque reconoce su condición pecadora, acoge la necesidad de salvación y se abre a la confianza en la misericordia y el amor de Dios. Solo poniendo a Dios en el centro y fundamentando nuestra experiencia en la entrañable acogida de su amor en nuestra vida, solo siendo conscientes de la acción amorosamente transformadora de la Gracia en nuestra existencia, podemos encontrarnos con nuestra verdadera y real imagen filial y fraterna, y abrirnos a la construcción de la fraternidad acogedora que nos hace encontrarnos con el regalo de los hermanos y hermanas en nuestra vida.
30º Domingo TO