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Alfonso, sin ingresos ni prestaciones. La lucha por recobrar la dignidad

21 mayo 2019 | Por

Alfonso, sin ingresos ni prestaciones. La lucha por recobrar la dignidad

Lola Contreras | Tiene 59 años de edad y una incapacidad reconocida del 40%. No tiene ingresos económicos, no trabaja desde hace 10 años. Lo único que le anima es conversar tranquilamente y sentirse útil, especialmente entre la gente de la «Olla comunitaria».

Ha vivido en distintas ciudades de nuestro país, no tiene una red de amigos estables, ni una relación cercana con sus familiares. Su madre murió siendo él pequeño. Ahora vive en Jaén, en una zona catalogada como vulnerable por la Junta de Andalucía, lo que en teoría implica que sus habitantes deben recibir mayor protección de las administraciones.

Su último empleo, apenas un mes trabajando en un plan municipal para que personas en exclusión social pudieran recibir el «jornal», fue hace 10 años. Estudió Formación Profesional de la rama del Metal y Mecánica y trabajó de jardinero, albañil, camarero, soldador, encuadernador, pintor, recepcionista…, siempre por poco tiempo, por temporadas, en la precariedad más absoluta.

Ha padecido enfisema pulmonar, cansancio crónico, tuberculosis, depresión crónica…, dolencias agravadas, quizás ocasionadas directamente por sus duras condiciones de vida. Le cuesta un mundo empezar el día y enfrentarse a la carrera de obstáculos continua en que se ha convertido su existencia.

En la actualidad, depende de las ayudas sociales. Pero no resulta fácil acceder a ellas, ni mucho menos mantenerlas. De hecho, ya no espera nada. Si por él fuera, no movería un papel más, pero las personas de su alrededor, le piden que no tire la tolla. Para corresponder agradecido por esa preocupación, más que otra cosa, sigue haciendo los trámites que le sugieren. La Renta Mínima de la Junta de Andalucía tarda de 8 a 10 meses, según el Defensor del Pueblo Andaluz, en concederse. La ayuda de emergencia social del Ayuntamiento, unos dos años.

En diciembre de 2017, dejó de cobrar el salario social, una prestación de la Junta para personas sin recursos económicos durante un tiempo prolongado de unos 400 euros al mes que duraba medio año, y que ha sido sustituida por la Renta Mínima puesta en marcha en enero del 2018. En abril de ese año, solicitó esta renta, con carácter de urgencia dada su enfermedad. Pero no se la han concedido al considerar que sus dolencias no son de gravedad, ni apremiantes.

Acompañado por el educador de los servicios sociales municipales y por las compañeras del proyecto de la «Olla», en el que es uno más junto a las treinta familias implicadas, solicitó en mayo del 2017 la declaración de incapacidad permanente. Tuvo que reunir la documentación, ir a los médicos para hacerse con los informes correspondientes…, para que al final la respuesta fuera negativa.

Pidió la revisión de su expediente, pero le fue otra vez denegada. Recurrió a la vía judicial, a través de una abogada de oficio, pero la jueza estimó, en febrero de este año, que no había agotado todos los tratamientos posibles para recuperar su salud. Su abogada opina que desde los recortes de los servicios sociales, cada vez cuesta más el reconocimiento de la incapacidad.

El pasado marzo, nada más aprobarse el nuevo subsidio para mayores de 52 años, lo solicitó, pero rechazaron su solicitud, esta vez, debido a que no tiene los 15 años de cotización necesarios. Sobrevive, gracias a personas que están cerca de él y le acompañan. La dueña que le alquila la vivienda no tiene prisa en cobrar el alquiler, le prepara comida para que ingiera algo caliente y hasta paga algunos productos en la tienda del barrio. El grupo de voluntarios de Cáritas pasa de vez en cuando por su casa para echar un rato con él y ver en qué pueden ayudarle. El educador social del barrio ha entablado una relación de amistad con él, le propone actividades para que esté ocupado y pueda ir tejiendo lazos y vínculos.

Alfonso es una persona culta, de conversación fácil, agradable y agradecido. Solo quiere una oportunidad. No le gusta hablar del futuro, aspira a tener algo que le permita vivir en paz y estar tranquilo. Le gusta leer, se preocupa por los demás, ayuda en lo que puede. En uno de los de los domicilios donde vivió, ayudaba a sus vecinos a hacer los deberes.

Ha llegado a la conclusión de que hay muchas personas y entidades que viven de los empobrecidos. Se siente impotente, olvidado por el Estado, no cree en la sociedad y le cuesta verse a sí mismo como persona. Esa sensación cambia cuando va a la «Olla», un proyecto comunitario a través de la elaboración de la comida por parte de las familias que viven en exclusión social se propicia el acompañamiento integral y el encuentro personal. Es lo que le hace salir de casa con un propósito, sentirse útil, poder colaborar y aportar.

Ha estado en reuniones de la Asociación de Barrios Ignorados de Andalucía, donde ha coincidido con personas con problemas parecidos y se ha viso como protagonista. Llegó a intervenir en un curso sobre rentas mínimas para trabajadores y trabajadoras sociales de la Universidad de Verano de Andalucía. Transmitió su visión desde el otro lado de la burocracia y se preguntó por la ausencia en este tipo de debates de las familias a las que se dirigen este tipo de prestaciones. Ese día experimentó de nuevo la dignidad.

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