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El Dios de la Vida tiene la última palabra

15 abril 2019 | Por

El Dios de la Vida tiene  la última palabra

Aquilino Martínez | En la Semana Santa recordamos y actualizamos aquellos días en los que Jesús llevó a término el plan de Dios. Un plan, un proyecto, bueno para el ser humano. Y, sin embargo, acabó en una cruz, a las afueras de Jerusalén, desechado, descartado, eliminado. Jesús no hizo otra cosa sino ser fiel a ese proyecto de salvación, de vida, de dignidad para el ser humano.

Como preparación a la Pascua, el quinto domingo de Cuaresma nos regala una de las escenas más bellas de todo el Evangelio. Los fariseos y letrados acusan a una mujer de adulterio, y la colocan ante Jesús. Su reacción nos dice mucho de Él y de su proyecto de salvación y vida para la humanidad. Jesús no va contra la ley judía. Él mismo es judío, ama la Ley y la historia de su pueblo. Pero, sobre todo, quiere rescatar el proyecto original de Dios, el sueño de Dios para la humanidad. Ninguna ley puede mandar apedrear o matar a un ser humano, no sería compatible con el Dios de la Vida. Ninguna ley puede tampoco poner a la mujer en un segundo lugar.

Desde esta escena podemos entender perfectamente todo lo que vivimos en Semana Santa. La entrada de Jesús en Jerusalén, siendo acogido y aclamado por todo el pueblo, nos recuerda la necesidad de la gente, de ayer y de hoy, de tener motivos para la esperanza. Pero Él entra en una borrica. Su intención no es mandar, sino servir. Va a la ciudad, para comprometerse por ella, para devolverle la dignidad a las personas y, también, para tener una palabra crítica con el poder, justamente allí, en el centro del poder.

En la Última Cena, Jesús deja claro, con un gesto, a qué ha venido, y por dónde tiene que ir la vida de los discípulos. El lavatorio de pies resume toda una vida de servicio y marca un camino a recorrer. Cada Eucaristía está llamada a ser un encuentro de amistad con Jesús pero, también, un dejarnos servir por Él, para convertirnos nosotros en servidores en medio del mundo, especialmente, con los descartados de la sociedad.

El Viernes Santo siempre es una ocasión para crecer en la «sabiduría de la cruz». Después de dos mil años, los cristianos aún no somos capaces de descubrir todo lo que significa la cruz, y lo que implica para nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento y militancia. En Jesús crucificado están todos los crucificados de nuestro mundo, y desde la cruz les lanza y nos lanza una palabra de esperanza: el Amor verdadero es el que salva.

La Pascua siempre nos recuerda que la última palabra no la tiene el odio, la injusticia y la maldad. La última palabra es de Dios, y es una palabra de Vida. Aquella mañana, el discípulo amado, al entrar en el sepulcro abierto, «vio y creyó». No estaba el cuerpo de Jesús, no se sabía nada de Él, y allí solo estaban las vendas en el suelo y el sudario. Y, sin embargo, es suficiente para que vea y crea. Dios siempre nos ofrece signos de vida, «vendas», para levantar el ánimo, y volver a creer en Él y en su proyecto. Nosotros mismos estamos llamados a ser un signo que ayude a los demás a creer y sumarse a ese proyecto.

Esa fe en Dios y su proyecto necesita convertirse, no solo en un estilo de vida personal, sino también comunitario. Como escuchamos el segundo domingo de Pascua, en el libro de Hechos. No es de extrañar que, «día tras día», se fuera agregando gente nueva a la comunidad. La vida nueva de Jesús, traducida a un modo de vivir y de comprometerse con el mundo, siempre atrae. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

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