Es escandalosamente llamativo que frente a aspectos de la vida social y política que se plantean como si se acabara el mundo y que están todos los días y a todas horas en los medios de comunicación, otros, mucho más graves, se han normalizado como si no pasara nada y se tratan como si fueran un elemento más del paisaje. Es el caso de unas relaciones laborales marcadas por el desempleo, la precariedad, la pobreza y las desigualdades. Son las vidas de personas y familias trabajadoras las que están precarizadas, empobrecidas, descartadas. La normalización de esta inhumana realidad dice mucho del tipo de sociedad que hemos construido.

Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) muestran bien lo que hemos normalizado. En España hay 3,3 millones de trabajadoras y trabajadores desempleados (una tasa del 14,4%, que en las mujeres es del 16,3% y en los hombres del 12,9%, pero entre los jóvenes del 34%). De esos 3,3 millones de personas, 1.552.000 hace más de un año que están desempleados. Y de estos últimos, 1.089.000 lo están más de dos años. Es decir, el paro de larga duración se está convirtiendo en crónico, estructural. Más de un millón de hogares tienen a todos sus miembros activos en paro, y 1.144.000 personas (de 618.000 hogares) carecen de ingresos por salario, pensión o prestación.

El desempleo, con todas sus secuelas, es la situación más extrema de la precarización del empleo que precariza la vida de personas y familias. Pero la precarización es mucho mayor porque se extiende, también de forma crónica y estructural, en muchas otras formas de precariedad laboral a través de la temporalidad de los contratos, los contratos a tiempo parcial (en la mayoría de los casos contra la voluntad de los trabajadores), los autónomos dependientes o falsos autónomos, la devaluación salarial (el salario medio de los trabajadores de menores ingresos ha bajado y han aumentado las desigualdades salariales), las horas extras no pagadas, el deterioro de la salud y la seguridad en el trabajo… Hay 4,4 millones de trabajadores y trabajadoras con contrato temporal (una tasa de temporalidad del 27%) y 2,9 millones con contratos a tiempo parcial (un tasa del 16%). Los contratos indefinidos son cada vez menos estables y la rotación en la contratación temporal aumenta: ya hacen falta más de 5,6 contratos de media para trabajar todo el año.

Hay una feminización de la precariedad: las mujeres trabajadoras sufren más el desempleo, la temporalidad y la contratación a tiempo parcial. También los jóvenes sufren esa misma situación y con frecuencia se ven abocados a ser autónomos dependientes. Un importante número de trabajadores mayores están prácticamente descartados. Otros ya han desesperado de tener un empleo y desaparecen de las estadísticas. En los seis últimos años, por diversas razones, la población activa en España ha descendido en 500.000 personas.

Normalizar esto es normalizar la injusticia. Este modelo de sistema laboral es humanamente insostenible. Necesitamos urgentemente romper esa normalidad. Necesitamos trabajo digno para ser una sociedad decente. Quizá el día que acabemos con los ruidos que nos impiden escuchar, oír y entender, nos centraremos en lo que realmente importa: que no haya excluidos y descartados para que todas las personas puedan vivir de acuerdo a su sagrada dignidad. Con este modelo laboral no es posible.

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