En su encíclica sobre el trabajo humano, san Juan Pablo II decía que el primer fundamento del valor del trabajo es la persona, su sujeto. Todo en el trabajo debe estar al servicio de que la persona pueda realizar su ser y vocación. Por eso, todo en la economía debe estar al servicio de la persona y su trabajo. Sin embargo, se ha producido una gran alteración del orden justo y humano, y el trabajo (la persona trabajadora) ha sido sometido a la rentabilidad. Por eso san Juan Pablo II insistió tanto en la necesidad de empeñarnos por el trabajo digno y por recuperar la dignidad del trabajo. Desde esa perspectiva valoró enormemente el movimiento obrero como «reacción contra la degradación de la persona como sujeto del trabajo» (LE 8).
El 1º de Mayo, como expresión de esa histórica aspiración del movimiento obrero de afirmar a la persona en un trabajo con sentido humano y, para ello, realizado en condiciones justas y dignas, pone hoy ante nosotros la importancia decisiva de no resignarnos, de ser capaces de soñar y desear otra realidad en el mundo obrero y del trabajo, y de empeñarnos en construirla con nuestra vida y acción. Porque la degradación de la persona como sujeto del trabajo es hoy terrible.
Como denunciamos desde la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente en el manifiesto del 1º de Mayo, lo que se denomina «recuperación económica» se está construyendo mediante una mayor degradación del trabajo humano, situando a muchas personas y familias en una gran vulnerabilidad y exclusión social. Hay que sumar esfuerzos por un trabajo decente. Y ello pasa por cambiar de raíz la lógica inhumana que hoy nos domina. El trabajo digno y la dignidad del trabajo no son posibles si, como ocurre ahora, se consideran el trabajo y la vida de los trabajadores como derivados de la economía que deben adaptarse a las exigencias de la rentabilidad. Se trata, al contrario, de cuidar a la persona para hacer posible una economía al servicio de todos y de un trabajo digno y con sentido humano.
Desde esa misma perspectiva, nosotros ofrecemos, en torno a la celebración del Día de la HOAC, un conjunto de propuestas concretas para dar centralidad a lo humano, desde la implicación de todos y todas, en la vida cotidiana del mundo obrero y del trabajo. Porque las personas del mundo obrero y del trabajo hemos sido reducidas a instrumentos. Es el predominio de lo que Francisco llama una economía y una cultura del «descarte»: se desechan personas porque se ha expulsado a la persona del centro de la preocupación y decisiones de la vida económica, y en su lugar se ha puesto la «idolatría del dinero», la rentabilidad, y el bienestar individual entendido como acaparar bienes y dinero. Eso es lo que genera empobrecidos y un tipo de persona alejada de lo más propio de su humanidad, provocando una enorme devastación social y humana. Por eso, la lucha por el trabajo decente no puede limitarse solo a un proyecto reivindicativo de mejora de las condiciones de trabajo; precisa, además y de forma decisiva, de una reconstrucción del ser humano, del sentido de su existencia y del trabajo humano, de las relaciones sociales y humanas, de la moral y la ética necesarias para que el «bien ser» sustituya al «bien estar» como proyecto de realización humana, de la política, del sindicalismo, la economía y la empresa.
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