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«Nos insultaban y nos gritaban: “más rápido, más rápido”»

19 febrero 2018 | Por

«Nos insultaban y nos gritaban: “más rápido, más rápido”»

Elena Moreno | Iryna es una mujer fuerte y luchadora que vino de Ucrania hace más de 15 años buscando una vida mejor. Como tantas trabajadoras del sector citrícola, cuando termina la temporada de la naranja (con suerte serán seis meses) ha de buscar otro empleo. Hace dos años entró a trabajar en una empresa de envasado de pollos, la peor experiencia laboral de su vida laboral.

¿Por qué aceptaste trabajar en esta empresa?

Yo trabajo en invierno, en la campaña de la naranja, como encajadora en un almacén, y mi marido hace tiempo que no encuentra trabajo. Por eso en verano siempre busco algo extra, porque tenemos que pagar la hipoteca y otros gastos de la casa.

¿Te informaron con anterioridad de las condiciones laborales?

En un primer momento me dio la impresión de ser una empresa seria. La entrevista fue muy bien, pero hubo una cosa que no me gustó demasiado y era que tenía que hacerme autónoma. Me explicaron amablemente que se trataba de una cooperativa en la que los trabajadores eran socios autónomos. No tenía que preocuparme de nada más, todos los meses descontarían de mi sueldo la parte del autónomo y ya está. Los autónomos no tienen derecho a paro ni a nada, y eso es lo que pasó cuando terminé. Iba a ganar de 1.100 a 1.500 euros al mes, lo que me sorprendió.

¿En qué consistía el trabajo?

Las piezas iban pasando a toda velocidad y tenías que cogerlas y colocarlas en la bandeja, ir metiéndolas en las cajas y apilar las cajas. Un trabajo físicamente muy duro y con mucho frío. Pero lo peor no era eso, sino el trato que recibíamos por parte de la encargada mayor y de los demás compañeros. La mitad eran de Marruecos y la otra mitad de Rumanía, y muy poquitos eran de España.

¿Cuáles eran las condiciones laborales?

No teníamos horario, solo turno de mañana y de tarde, así que cuando entrabas a trabajar cada día, nunca sabías a qué hora ibas a salir. Los primeros tres meses entraba a las siete de la mañana hasta las cinco o las seis de la tarde; algunos días llegamos a trabajar hasta 16 horas. Trabajábamos lo que se llama a destajo, a una velocidad insoportable. Y había mucha tensión entre los compañeros, sobre todo con los que acabábamos de entrar, porque nosotros cobrábamos más que ellos, ya que a los nuevos autónomos, los seis primeros meses, solo les descuentan 50 euros mientras que a ellos unos 250 euros al mes.

Nada más entrar te daban los estatutos de la empresa con las normas, lo que tenías que hacer y cómo, lo que estaba prohibido, etc. Pero nadie te explicaba nada y tenías que aprender por tu cuenta. También te entregan el uniforme, una especie de burka que tienes que aprender a ponerte y quitarte y con el que es muy difícil moverte para trabajar. Había estipuladas unas horas de paradas obligatorias por el frío, pero nunca se cumplían. El estrés era constante por la velocidad de las máquinas y el poco tiempo de descanso. Además, la encargada mayor no paraba de gritarnos «¡Más rápido, más rápido!» y nos insultaba.

¿Cómo te afectaron estas condiciones laborales a tu vida personal?

Llegué a ganar mucho dinero en seis meses, pero a costa de mi salud. Era un estrés continuo. A la hora de comer, lo único que pensaba era en cerrar los ojos y relajar el cuerpo. Para almorzar y merendar solo teníamos 10 minutos y nos teníamos que vestir y desvestir, comer rápido, ir al baño…, era imposible. Incluso tuve que programar mi cuerpo para ir al baño cuando hacíamos las paradas.

Llegaba todos los días a casa con mucha rabia y muy nerviosa, y lo pagaba con mi familia. En casa no me soportaba nadie. Llegué a adelgazar trece kilos en los 6 meses que estuve trabajando allí. No podía ni dormir por la noche, estaba muy nerviosa. Iba conduciendo hacia el trabajo ya enfadada y estresada, y a veces me daba miedo tener un accidente. Mi marido me pedía por favor que lo dejara. Él no trabajaba y yo había pedido excedencia en el almacén, no tenía paro ni nada. No podía dejarlo, no podía hacer eso a mi familia. Así que tenía que aguantar.

¿Qué era lo que te animaba a ir a trabajar todos los días en esas condiciones?

Estaba furiosa conmigo misma, por lo que me había hecho a mí misma, pero no podía dejarlo porque tenía que pagar hipoteca y si lo dejaba no podía cobrar nada, ni de allí ni del almacén. Así que aguanté los seis meses, hasta que empezó de nuevo la campaña del almacén. Me considero una mujer fuerte, no me importa el trabajo duro y me gusta estar con la gente. Pero la situación de estrés y mal ambiente continuo que allí se respiraba a todas horas no lo he visto en ningún otro sitio y es inaguantable para cualquier persona.

¿Pensaste en algún momento en denunciar esta situación?

Sí, pero no teníamos sindicatos ni nada. Hay mujeres que trabajan allí muchos años y que tienen enfermedades crónicas, problemas en los huesos por frío, alergias de piel, problemas psicológicos… Es muy duro. Sé que hace poco unos compañeros de UGT lo denunciaron, pero no sé qué influencias tendrán en esa empresa porque perdieron la demanda y ahora están igual o peor.

Y tú, ¿cómo estás ahora?

Ahora estoy mejor, muy contenta en el almacén. A mí me gusta lo que hago, me gusta la gente, el buen ambiente de trabajo. También nos cansamos, pero no nos insultan, nos respetamos. Eso es lo más importante. La vida es ya bastante dura para ir a trabajar y estar a disgusto, prefiero disfrutar también en el trabajo.

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