Tengamos en cuenta, en primer lugar, que el «ser» cristiano a la manera de Cristo y de los santos, no puede ser nunca la resultante exclusiva de un ambiente y de unas pasiones sociológicas que nos fuercen a serlo desde el nacimiento. No. el ser cristiano «de verdad» exige siempre una conversión, que tiene que hacer individualmente cada hombre que viene a este mundo. ¡Este sí que es un acto puramente personal e intransferible! ¡Como que es el acto supremo de la libertad! (Rovirosa, OC, T.I. 168).
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