El lugar idóneo de la experiencia de Dios es la praxis por la vida del pueblo necesitado y marginado; la justicia que humaniza al ser humano, la entrega a fondo perdido por el hermano, y la oración en la que experimentamos el amor de Dios y orientamos nuestro proyecto de vida hacia el Reino, hacia su voluntad. Acercarse, hoy y siempre, al dolor y al sufrimiento humano es acercarse al Dios de Jesús.
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