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Esperanza frente a “buen rollismo”

27 febrero 2017 | Por

Esperanza frente a “buen rollismo”

Ignacio Fernández de Torres | No creo que la esperanza sea tener buen rollo ante la vida, traiga lo que traiga; ni mirar al futuro con optimismo; ni pensar que, ante diversas opciones posibles, no ocurrirá la negativa; tampoco esperar que las cosas, al final, se arreglen.

Nos gusta a los modernos sentirnos dueños de todo, controlarlo todo, pensar que tenemos instrumentos que nos garantizan ser amos absolutos de nuestro propio destino. ¡Cómo nos duele reconocer que no somos autosuficientes! Hay una nutrida afición que sueña con tiempos futuros idílicos en los que la bondad, lo justo, lo bello, reinarán triunfantes sobre la tierra.

Perdónenme, pero las «Cartas a los Reyes Magos» solo las escribo para el 6 de enero. Todas las experiencias históricas de búsqueda de este glorioso futuro feliz han resultado calamitosas y dramáticamente inhumanas. Como dice J. I. González Faus, no olvidemos que el pecado original existe.

Me resulta imposible confiar las cosas a la probabilidad, a la casualidad o a ideologías que se olvidan del mayor y más contundente dato que se nos ofrece a la experiencia: la limitación del ser humano, su incapacidad constitutiva de realizarse en plenitud.

Como creyente experimento cada día, hondamente, la presencia misteriosa de Aquél que es todo en todos; y en mis diálogos, frecuentes, con no creyentes, recibo el mensaje que también no pocos de ellos asumen una dimensión misteriosa de la realidad y de la existencia, que no alcanzan a veces a reconocer explícitamente o a nombrar, pero que les hace vivir abiertos a la posibilidad de algo nuevo, no fruto de sus capacidades, compromisos o buenos pensamientos, sino consecuencia de ese misterio que les interroga y, en no pocas ocasiones, les descoloca, igual que a los que nos llamamos creyentes.

Aún a riesgo de parecerles iluso, irracional o infantil, soy de los que piensan y sienten que la esperanza nos remite a una experiencia que nos transciende, a aquél que hizo descalzarse a Moisés, caer a Pablo, o convertir a Zaqueo.
Siento que la esperanza es vivir en el tiempo de Dios, confiados en su Palabra. Que los más nobles de mis sueños, deseos y búsquedas, alcanzarán plenitud porque, a Dios gracias, en último término no dependen de mí, sino de Él.

Tengo esperanza porque creo en Jesucristo, porque descubro que Él tiene para mí unos planes y un futuro mucho mayores que los más grandes que yo pueda llegar a imaginar o desear. Que hay alguien que puede transcenderme, incorporarme a su infinitud, mostrarme la verdadera humanidad, aunque tenga que sufrir frecuentemente que sus planes no son mis planes y su tiempo no es mi tiempo.

Dicen que san Juan XXIII no era un hombre con esperanza, si no que vivía «en» la esperanza. Y es verdad, él se dejo transcender, poniéndose en las manos del Padre, dejando que Él le hiciera la vida.

Esa es la esperanza, saber que todo es y depende de Dios, aunque ahora toque vivir como si todo dependiera de mí, de nosotros.

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