El caso más sublime de comprensión –como siempre– nos lo da Cristo encarnándose. Esconde su forma divina y viste la forma humana. Con la Encarnación, el Hijo de Dios comprendió al hombre… acomodándose a su manera de ser fue posible que el hombre escuchara a Dios y lo entendiera (Rovirosa, OC, T.V. 510).
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