Juan Francisco Garrido Jiménez | Oír al presidente del gobierno afirmar «que se ha logrado salir de la crisis sin destruir el Estado del bienestar, sin tocar las pensiones y con menos parados que la legislatura anterior» (26 de octubre de 2015) nos lleva a preguntarnos qué papel juega la verdad en la acción política.

Ésta es un valor esencial que fundamenta la vida social cuando está referida a la verdad sobre el ser humano. A lo que éste es, a su vocación y a las necesidades que posee. La vida política está sustentada en la búsqueda de la verdad cuando las decisiones y acciones que se desarrollan van dirigidas a reconocer práctica y realmente la dignidad humana y, por tanto, los derechos inalienables que se desprenden de ella.

Desarrollar políticas encaminadas a hacer crecer la economía sobre las espaldas del mundo obrero y del trabajo –que es la mayor parte de la población–, empobreciéndolo, cosificando y precarizando el empleo o recortando derechos y ahondando las desigualdades sociales, es pervertir la verdad. Por más que los discursos que la intentan respaldar sean repetitivos y cuenten con el apoyo de los medios de comunicación.

Y es que la verdad como valor fundamental de la vida social está estrechamente unida a la justicia. Solo la defensa y promoción de la justicia puede poner la política al servicio del reconocimiento de la dignidad humana. Cuando las decisiones políticas sacrifican a las personas y las subordinan a los fines económicos entonces, lejos de responder a la verdad, lo hacen al interés particular y a la conveniencia de los grupos más poderosos. Cuando esto ocurre la vida social se construye sobre la mentira, que va unida inseparablemente a la injusticia.

Esta reflexión nos puede aportar un criterio de discernimiento sobre las políticas que se llevan a cabo en la construcción de la vida social. Son verdaderas y están al servicio de la verdad sobre el ser humano si se construyen desde la prioridad de establecer relaciones sociales, laborales, económicas… justas; desde la urgencia de hacer justicia para todas las personas, especialmente para las empobrecidas. La lucha prioritaria contra la pobreza se convierte en un criterio de verdad.

Un ejemplo de las «falsas verdades» políticas que se propagan como incuestionables es, como plantea el papa Francisco, que «…algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a los otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia» (EG, 54).

Otro ejemplo es afirmar que crear empleo, cualquier empleo, es el mejor camino para luchar contra la pobreza. La mentira va unida a la injustica que representa crear subempleos sin derechos, tan mal pagados y tan precarios que son, además de una reducción y mutilación del trabajo como principio de vida, un camino de empobrecimiento y deshumanización. Cuando se intenta hacer de la verdad un traje a medida, siempre crece la injusticia y pierden los mismos. Los pobres.