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Coorcopar: Décadas de lucha contra el paro en Torrelavega

13 agosto 2012 | Por

Coorcopar: Décadas de lucha contra el paro en Torrelavega

Antes de esta, hubo otras crisis. Y entonces, como ahora, había personas dispuestas a hacer algo por remediar los devastadores efectos del paro. La Coordinadora Contra el Paro (Coorcopar) de Torrelavega (Cantabria) nació en 1984 y desde entonces ha logrado crear 1.061 puestos de trabajo directa e indirectamente.

En la actualidad, da trabajo a 226 personas, la mayoría en el Servicio de Catering (donde trabajan 216 personas) que distribuye 3.800 comidas de lunes a viernes, principalmente a colegios de la zona. Pero también cuenta con la Escuela Infantil «Isla Verde», el Centro Ambiental «Amanecer», la Granja de los Pinos, el Centro de Interpretación «El Caserío» y un «Centro de Formación y Empleo». Además, desde 2009 funciona un «comedor económico», en la cafetería del Centro Ambiental Amanecer, en el que se sirven menús de calidad a cuatro euros y se realiza la entrega gratuita de comida a personas con falta de ingresos.

Al inicio de la década de los años 80, en plena reconversión industrial, el desempleo hacía estragos. Cuenta Miguel Ángel Fernández, uno de los fundadores de Coorcopar y sacerdote diocesano, que en el barrio obrero de La Inmobiliaria, «algunos veíamos cosas que nos entristecían, estábamos en lugares claves donde se pulsa el sentir de los ciudadanos, como la Parroquia de la Asunción, la asociación de vecinos, los movimientos juveniles…, al escuchar las carencías que nos contaban el paro era siempre la más grave».

El tejido social aún no había perdido su vigencia y la maquinaria comunitaria echó a andar: enuentros y asambleas, diágnósticos y proyectos…, se fueron sucediendo en medio de una enfrebecida actividad en respuesta a la angustia de tantos parados, a los que Miguel Ángel Fernández, denomina «ausentes forzados de este mundo». «La realidad de las personas con manos caídas nos dieron el impulso, en principio personal, más adelante, de un pequeño grupo para buscar salidas organizadas, dignas y viables a este gran problema» relata el que fuera miembro del movimiento Junior y de la JOC.

Generar empleo no parecía una opcion fácil, precisamente, pero «no queríamos echar balones fuera, sino llegar, humildemente, donde otros no lo hacían, ofreciendo desde el voluntariado nuestra cuota de compromiso y solidaridad», apunta Miguel Ángel Fernández. Además de los debates, buscaron otras experiencias de España y de Europa que les pudieran orientar, hablaron con asociaciones de parados, que les desaconsejaron «crear una asociación exclusivamente integrada por parados», porque, les decían, «está bien reunirse, dialogar, lamentarse, pero con eso no podremos vivir, seguiremos como estamos». De ahí que algunos prefirieran remangarse para mancharse con el barro de la realidad y construir puestos de trabajo.

Elegida la forma jurídica de ONG y apostando por generar actividades rentables pero sin ánimo de lucro, se fue conformando el proyecto inicial. Así fueron naciendo diversas empresas, algunas de inserción, variados servicios puntuales como la limpieza de playas y ríos y de gestión ambiental, un autoservicio… No siempre ha sido posible financiar con los recursos propios las lineas de trabajo y solidaridad abierta. Bastantes actividades no llegan a cubrir sus costes y ha sido necesario apelar a las instituciones públicas y empresas privadas para financiar proyectos concretos, a los que también se han sumado no pocas personas que han donado su dinero y su tiempo. Después de este recorrido, Miguel Ángel Fernández insiste en que «compaginar solidaridad y economía es muy difícil pero no imposible, nuestra experiencia nos dice que es posible y viable».

Por eso puede decir que «veintiocho años abriendo caminos de solidaridad han permitido muchos amaneceres, muchos compromisos liberadores con personas y familias desfavorecidas. Sabía que podíamos llegar lejos, nunca hemos estado solos, muchas personas e instituciones han colaborado en nuestro proyecto». La gestión de las entidades, señala este cura, supone «un servicio» que brota de la revisión de su vida, aunque matiza que las responsabilidades son compartidas por los órganos de gestión de Coorcopar.

Este cura que ha visto pasar a tres obispos por su diócesis, comenta de todos ellos que «me han escuchado, acompañado y facilitado mi presencia en el mundo obrero, con las personas con más caídas, con los desfavorecidos de mi entorno. También muchos sacerdotes y cristianos de base y comunidades parroquiales, como también otros ciudadanos, valoran el compromiso social con vecinos desfavorecidos a pie de calle. En su opinión, «la mayoría de los cristianos se sienten sensibles y responden ocasionalmente, hay también muchas personas que ven el problema del paro con ojos de turista». Sin embargo, subraya que los «militantes cristianos que viven el espíritu de Jesús de Nazaret son una minoría creíble en el decir y hacer, con la palabra y con los hechos», precisamente la existencia de personas comprometidas es condición indispensable para que proyectos de este tipo echen a andar, puntualiza.

Por supuesto, no todo ha sido un camino de rosas. Ha habido también diferencias de pareceres, decisiones polémicas y críticas internas y externas. Pero Miguel Ángel Fernández lo encaja con naturalidad: «en todo grupo humano y en momentos puntuales, surgen dificultades que con paciencia histórica y mucho diálogo acaban en acuerdos beneficiosos con todos». Es más, añade «sabemos que no todo lo que hacemos, o dejamos de hacer, satisface plenamente a todo el mundo». Si de algo se arrepiente es de «muchas circunstancias que afectaban a personas, que no supe o no pude afrontar y solucionar». Teniendo claro que Coorcopar «nació por necesidad», afirma que «los seis millones de parados gritan justicia y no nos dejan morir». Precisamente es de los que piensan que «ante situaciones como las que estamos viviendo, el lugar de la Iglesia es la primera fila».

El ideario del presidente de Coorcopar, que aprendió en el Junior y la JOC el método de revisión de vida y que fue obrero antes de ordenarse, podría resumirse en defender siempre «la importancia de la persona», en apostar por «el desarrollo humano», sin perder de vista nunca «la utopía» y considera que la Iglesia y los cristianos deberían embarcarse en proyectos que cuiden el medio ambiente, en actividades de utilidad social y que promuevan el ocio creativo. Su sueño pasa por que «a nadie le falte lo imprescindible para vivir dignamente como rostro viviente del Dios del Amor dentro de una sociedad homogénea con igualdad de oportunidades para todos y respeto a los límites ecológicos», si bien es consciente de que «una estructura nueva de sociedad solo será posible si contamos con hombres y mujeres nuevas capaces de respetar la dignidad y los derechos de todos».

«Algo podemos y debemos hacer todos. Todos somos responsables y solidarios. No podemos dejar solos a los que sufren esta tragedia», opina, por lo que invita a recorrer ese camino y a que cada uno asuma un compromiso, después de descubrir qué exigencias de vida me plantea hoy a mí, como hombre y como creyente, el problema del paro laboral. De ahí brota su llamamiento a «coger el cincel de la solidaridad, del Evangelio si eres creyente, y a “tallarse”, no a “tallar” a los demás, que es lo más fácil y frecuente».

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