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Christian Felber sobre «Economía del Bien Común»: «Necesitamos reglas que recompensen nuestras virtudes y no nuestros vicios»

04 junio 2012 | Por

Christian Felber sobre «Economía del Bien Común»: «Necesitamos reglas que recompensen nuestras virtudes y no nuestros vicios»

Christian Felber es miembro fundador de ATTAC en Austria (Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Ayuda a los Ciudadanos), filólogo y profesor de Economía en la Universidad de Viena, propone un nuevo modelo económico que supere el capitalismo y el comunismo, para promover el bienestar de la sociedad. La editorial Deusto acaba de publicar su libro «La Economía del Bien Común».

–¿Qué es la Economía del Bien Común?

–Es un modelo alternativo al actual capitalismo globalizado que crea malestar en todas las sociedades donde funciona. El éxito ahora se mide según los beneficios y la capacidad de competir de las empresas. El respeto a la dignidad no conduce al éxito, sino al revés. Una empresa puede discriminar a las mujeres y utilizar trabajo infantil y a la vez ser exitosa. Uno se puede hacer millonario talando árboles de forma rápida y económica, aunque eso suponga que se destruye la naturaleza. Una empresa puede crecer mucho aunque deje a sus empleados sin trabajo o una multinacional se puede hacer cada vez más grande aunque restrinja la libertad. Mi propuesta es crear un sistema que llegue a los corazones, que ponga de acuerdo los valores humanos que en todas partes y en todos los lugares los seres humanos defendemos con el funcionamiento de la economía.

–¿Cómo nace este modelo alternativo?, ¿cuál fue el proceso hasta llegar a su definición y clarificación?

–Tenemos un orden legal bien proclamado que se inspira más o menos en la Declaración de los Derechos Humanos, pero que luego permite que nuestro comportamiento económico se guíe por lo contrario de lo que queremos defender. Esas reglas legales se basan en el afán de lucro, la maximización de los beneficios y la competencia, la capacidad para crecer ilimitadamente a costa del otro. No responden a la naturaleza humana, sino que son una construcción artificial, una decisión política y como tal se puede cambiar. Hay estudios globales que establecen que lo que nos hace felices y nos motiva son las relaciones exitosas basadas en valores como honestidad, confianza, empatía, cooperación, solidaridad y compartir. Éstos son valores empíricos, no ideológicos, compartidos y experimentados por todos. La idea es promover el florecimiento de esos valores y, por tanto, las relaciones interpersonales, en todos los campos, también el económico, de modo que todos podamos identificarnos con ellos, compartirlos y que nos sirvan de guía y nos orienten como sociedad. Se trataría de dotarnos de reglas políticas y culturales que recompensen nuestras virtudes y no nuestros vicios. Seguiría existiendo la libertad de ser egoísta, pero ya no obtendría recompensa.

En octubre de 2010, en Viena, presenté mi libro «Nuevos Valores para la Economía» en un acto al que acudieron unos 60 empresarios y empresarias de Austria además de otras personas. Muchos me comentaron que había puesto en un libro lo que ellos llevaban mucho tiempo dentro y no habían podido aclarar con palabras y apostaron por poner este modelo alternativo en marcha, por construir un sistema en positivo. En Alemania y el Norte de Italia, la propuesta también ha tenido buena acogida. Hay también otros empresarios en Egipto, en Honduras, en México, en España dispuestos a ensayar esta idea.

–¿Sobre qué valores y principios se asientan tu modelo?

–Cuanto más humana sea una empresa, más éxito tendrá. Según su contribución al Bien Común y al desarrollo de la Cooperación tendrá más ventajas legales y, como consecuencia, más éxito. En la agenda de trabajo del gobierno alemán, la palabra competencia se menciona 20 veces más que el concepto de dignidad humana. Se ha convertido en el valor máximo. Sin embargo, la Declaración Universal de Derechos Humanos se basa en el valor incondicional e innegociable de todos los seres humanos solo por el hecho de serlo: la dignidad humana. Eso supone que todos tenemos los mismos derechos. Es el fundamento de nuestras democracias y también de un mercado verdaderamente «libre». El sistema actual ha confundido los medios con los fines, por influjo del pensamiento económico dominante, que en realidad no tiene más de 250 años. La economía en su origen trataba de encontrar los mejores caminos para satisfacer las necesidades humanas, pero con el tiempo este objetivo principal ha quedado desplazado por lo que no son sino medios para alcanzarlo, como son el beneficio monetario y el crecimiento del PIB.

La cooperación significa que la meta es compartida, mientras que la competencia supone que el éxito de uno excluye al del otro. Contra lo que nos han contado, la cooperación nos motiva más, porque permite que nuestras relaciones florezcan. Con la competencia, en realidad «contra-petencia» –búsqueda contra el otro–, el valor más fuerte es el miedo a perder o incluso desaparecer. Es lo que provoca automáticamente más miedo, estrés, acoso, inseguridad. Si sabemos hoy todo esto, vale la pena ensayar otro sistema.

–¿Ves alguna relación en la Doctrina Social de la Iglesia o en diversas iniciativas de la tradición cristiana con la Economía del Bien Común?

–El Bien Común es un concepto acuñado por Tomás de Aquino en el siglo XIII y toda la Doctrina Social de la Iglesia se refiere a él.

–En tu propuesta, el balance financiero se supedita a la contribución al bien común… ¿Cómo se miden ambos criterios? ¿Como sería esa relación entre uno y otro?

–El sistema actual ha confundido medios y fines. Esta es una crítica radical al modelo actual. El PIB no mide lo que realmente tiene valor. La propuesta del movimiento de la economía del bien común es sustituir estos indicadores por un balance social o incluso universal. Hemos definido 20 factores de calidad y bienestar humano para ver el impacto de las microempresas en la comunidad. Esto es el balance del Bien Común, inspirado en las 20 preguntas más ardientes que la sociedad hace a las empresas. Por ejemplo, ¿lo que se produce tiene sentido, supone una solución social?; ¿qué calidad tienen los puestos de trabajo?; ¿qué nivel de igualdad se da entre todos los miembros de la empresa?; ¿cuál es el impacto ecológico?; ¿cómo se reparten las ganancias?; ¿cómo se toman las decisiones?… Es nuestra propuesta, pero podemos cambiar los factores, suprimir o añadir otros. Vamos a debatirlos y decidirlos en asambleas por cuanta más gente mejor, confiemos y aprovechemos la sabiduría colectiva, a través de un verdadero proceso democrático. Pongamos la actividad real de la economía al servicio de los valores compartidos. En realidad, no existen constituciones económicas. Sin embargo, por primera vez en la historia podemos definir entre todos las reglas y las libertades del sistema económico.

El Balance del Bien Común consiste en asignar a cada factor que creamos que es importante una puntuación de entre 30 y 90 puntos. Cada empresa puede obtener entre 0 y 1.000 puntos. Esa información, el «resultado del balance del bien común», puede reflejarse en el código de barras de cada producto para que de verdad exista información transparente y simétrica que nos permita decidir con libertad qué consumimos. Ahora los productos ecológicos y justos son más caros. A través de este mecanismo podemos incentivar a las empresas con mejor balance social a través de una rebaja de impuestos, de preferencia en la adjudicación pública y el respaldo de una masa crítica de consumidores para conseguir mejores precios. En definitiva, lo que importa es impulsar procesos democráticos sobre cómo organizar y desarrollar la Economía del Bien Común, según nuestra sabiduría colectiva. Lo importante es que algún día el balance sea obligatorio.

–El beneficio financiero, por tanto, sería tan solo un medio y no un fin en sí mismo, como ocurre ahora… ¿Sería realmente operativo para las empresas? ¿Cómo vencer esa supremacía que actualmente se concede tanto a la obtención del beneficio económico?

–Este modelo es innovador y conservador a la vez. Por un lado sigue admitiendo, aunque con las limitaciones y controles que colectivamente decidamos, la propiedad privada, la moneda y el mercado: es el talante conservador que permite que muchos se apunten y hagan este próximo paso juntos. Por otra parte, es innovador: el balance económico pasaría a ser un simple medio y habría que prohibir las inversiones financieras especulativas, la absorción de empresas, las donaciones a los partidos políticos, los ingresos a cambio simplemente de los títulos de propiedad… De este modo acabaríamos con la coerción que supone tener que crecer continuamente para tragarse mutuamente, como si fuéramos caníbales, y más personas estarían dispuestas a crear empresas. Es una esperanza realista.

–¿Qué acogida está teniendo tu propuesta? ¿A quién está interesando? ¿En qué ámbitos sociales está teniendo mejor acogida?

–De momento contamos con 2.000 personas que apoyan este modelo, 600 empresas que están aplicando ya el balance de la Economía del Bien Común y otras 300 que han expresado su deseo de aplicarlo en el futuro. Hay desde una pequeña empresa de moda textil hasta un banco en Munich, en realidad una cooperativa de crédito con 300.000 socios, pasando por una empresa egipcia de productos fito-farmacéuticos que ya están funcionando así o una imprenta “pyme” en las cercanías de Viena. En España el grupo de apoyo puso en marcha la página web hace cuatro meses y lleva un número significativo de adhesiones. Es una idea que atrae a gente de diferentes características, que es la condición para que se cree el necesario movimiento económico y político capaz de introducir estos cambios en las leyes. La estrategia es crear un campo de energía muy fuerte alrededor de miles de empresas que empiezan a implementar el balance del bien común de forma voluntaria y consumidores que se acostumbran a buscar el balance en cada producto: habrá un punto álgido después del cual será difícil no tener balance; y a la vez, organizar convenciones comunales democráticas para preparar el cambio necesario en la Constitución. Cuando sea vinculante el balance, las empresas más responsables, ecológicas y democráticas permanecerán porque sus productos serán más baratos que aquellos de las empresas irresponsables, egoístas e injustas.

– ¿Qué está ocurriendo en aquellas empresas que han querido implementar este modelo?

–Varias cosas. Primero, experimentan sentido, algunos empresarios dicen: «Por fin sé por qué soy empresario». Segundo, aprenden juntos y crean sinergias entre ellas. Empezamos a montar una plataforma de ayuda mutua. Tercero, aumentan sus conocimientos acerca de la totalidad de áreas posibles de responsabilidad: la conciencia se expande. Cuarto, atraen a consumidores sensibilizados y también a mano de obra responsable. Muchos, además, se sienten como «pioneros del cambio», o sea, desempeñan un papel fundamentalmente político aparte de su función económica.

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