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Jesús Páez: «Las cooperativas distribuyen mejor la riqueza e introducen la democracia en la empresa»

05 mayo 2011 | Por

Jesús Páez: «Las cooperativas distribuyen mejor la riqueza e introducen la democracia en la empresa»

Este antiguo militante de la JOC, acaba de jubilarse como rector de la cooperativa Claros, donde ha hecho de todo, aunque él prefiere que le recuerden como «motivador y aglutinador del grupo», después de haber vivido y compartido un proyecto «tan ilusionante», que le ha permitido comprobar que «una cooperativa puede ser tan efectiva como cualquier empresa de capital».

–¿Qué es Claros S.C.A. hoy en día?

–Claros es una empresa cooperativa andaluza de trabajo asociado de interés social que nació en abril de 2001, como resultado de la fusión de cinco pequeñas cooperativas preexistentes. La finalidad no es otra que crear, sostener, afianzar puestos de trabajo dignos, razonablemente remunerados y situados en la localidad en que se vive. En la actualidad sostiene unos tres mil empleos, no todos a jornada completa. La actividad se reparte entre el Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD), la mayor parte, y Centros de Día, Residencias y otros servicios. Su ámbito primordial es Andalucía, pero también está en la Comunidad Valenciana, Aragón y gestiona un Centro de Día en Madrid. Todo este trabajo ha supuesto, en el año 2010, una facturación de casi 46 millones de euros.

–¿Cómo ha podido mantenerse y crecer este proyecto cooperativo que arranca en 1986?

–En 1986 arrancó Linasur S.C.A. una de las cinco cooperativas que, finalmente, se fusionaron en abril de 2001. El proceso de fusión se inició, precisamente, como fruto de dos circunstancias: que estas cooperativas cada vez tenían un futuro más incierto y que yo, en aquel tiempo, estaba asesorando a todas ellas aunque por separado. Había, en general, convencimiento y disposición al esfuerzo y a aprender. Con esa base, lo que había que poner era sentido común, motivación, reglas de juego, formación y explicar mucho las cosas.

–¿Han sido muchos los conflictos y tensiones?

–A pesar de ser cinco cooperativas que ya tenían una trayectoria y estar lejanas unas de otras, se puede decir que no. Los ha habido, sobre todo, al principio. En todos los grupos, sus componentes necesitan aceptar a desconocidos, asumir criterios nuevos, pasar de cabeza de ratón a cola de león, etc. Que una misma persona sea trabajador y codueño de la empresa tiene su dificultad. No es tarea fácil ser iguales como socios en el plano societario y aceptar la dependencia funcional de otro socio en el plano empresa.

–Es un hecho que en principio los trabajadores no quieren convertirse en cooperativistas, ¿se ha dado este fenómeno en Claros?

–Sí, es un hecho. El ser socio de una cooperativa para la que trabajas «por cuenta ajena» es un derecho pero no es una obligación. A nadie se le puede obligar a ser socio. En Claros creemos ajustarnos a lo que, sobre esta cuestión, recoge la Ley de Sociedades Cooperativas de Andalucía, que obliga a cumplir una ratio determinada entre socios y trabajadores por cuenta ajena y también señala una serie de excepciones, como por ejemplo, no contar como trabajadoras por cuenta ajena las que la cooperativa asume por subrogación procedentes de la adjudicación de un contrato público. En esta actividad, como en algunas otras, este ámbito, las empresas son las que no son fijas. Ganan el concurso por un tiempo determinado, en general no más de cuatro años, y luego lo pierden.

La Ley de cooperativas de Andalucía también recoge que aquellos trabajadores contratados por la Cooperativa como consecuencia de contratos firmados con la Administración Pública tampoco computan. El estar cubiertos por estas excepciones que la Ley contempla no significa que Claros se sienta cómoda jugando el papel de empleadora de trabajadores por cuenta ajena aunque cumpla la normativa vigente. Se quiera o no, las excepciones que establece la ley abriendo como abren una vía legal al crecimiento de las cooperativas como empresas, no dejan de ser contradictorias con el fondo, la filosofía cooperativa, que busca preservar la ratio socios/trabajadores dentro de la cooperativa. No es fácil, como cooperativa, crecer, crear y sostener empleo y, al mismo tiempo, no convertirse en una megacooperativa con muchos «socios» y pocos cooperativistas. Pero en este sector, y de acuerdo a las circunstancias que vivimos, a día de hoy, parece necesario vivir con algunas contradicciones.

–Trabajar para la administración es un arma de doble filo, ¿cómo les ha ido?

–Claros, hasta ahora, al menos, trabaja para la Administración Pública, por vocación y decisión conscientemente adoptada. Claros nació apostando porque los servicios sociales y socio-sanitarios fueran públicos. Y por, lo que llamamos, una gestión mixta de los mismos. Claros decidió constituirse como cooperativa de interés social. Esto, entre otras, lleva aparejadas dos cosas: que no puede dedicarse a otra cosa que a la prestación o gestión de servicios sociales y socio-sanitarios y otra, ser una entidad «sin ánimo de lucro». Defendemos la cooperativa de interés social como el instrumento más idóneo. Aporta el rigor empresarial, no lucrarse de unos servicios de interés general y la versatilidad y posibilidades que le faltan a la Administración. La dificultad radica en que la Administración no apuesta por lo mismo que nosotros y en ella pesa demasiado conseguir el menor coste por el servicio.

–Para una cooperativa no debe ser fácil competir con las empresas de capital.

–Sobre todo si la cooperativa cumple con todas las obligaciones que las distintas normativas imponen a toda empresa. El margen de ganancia en este sector, hablo sobre todo, pero no sólo, del Servicio de Ayuda a Domicilio, es estrechísimo. Ahora la oferta económica, la cuantía por la que se licita al concurso, ha de ir sin IVA, por lo que las empresas con y sin ánimo de lucro se sitúan al mismo nivel. Luego está la tardanza en pagar la factura del servicio de bastantes Ayuntamientos. Algo ha mejorado pero sigue siendo un problema importante para las cooperativas de trabajo asociado pues, por lo general, no se dispone de mucho capital propio y siguen existiendo dificultades para obtener financiación de las entidades financieras.

–¿Corren buenos tiempos para el cooperativismo?

–Para los trabajadores, nunca han corrido buenos tiempos, menos ahora. Y, no hay que olvidarlo, las cooperativas de trabajo asociado no dejan de ser trabajadores que se organizan y se arriesgan a crear y sostener su propio puesto, al crear una empresa. Es posible que, con la que está cayendo, se diga que son «buenos tiempos», porque se incremente su número. Ahora, desde todas las instancias de la Administración, dentro de las «políticas activas de empleo» se multiplicarán las prédicas sobre las bondades de la fórmula cooperativa. Luego, si el ya empleado en su propia empresa puede cobrar el sueldo o no, ya no es su problema. Como se ha tenido que oír más de una vez, le dirán: «ustedes son empresarios, deben saber como resolver esos problemas».

Para el cooperativismo, entendido no ya como alternativa al capitalismo, sino como fórmula distinta de entender la empresa, no habrá buenos tiempos si el Estado no entiende que es un tipo de empresa complementaria y conveniente para una sociedad democrática sana. Que además de ser una empresa tan efectiva como la empresa de capital aporta importantes beneficios a la sociedad pues distribuye mejor la riqueza que crea, está enraizada en el territorio, introduce la democracia en la empresa, hace de universidad sin coste, etc.

–¿Cree que la propia administración, los sindicatos, los movimientos sociales apoyan como se merece el cooperativismo?

–He de decir rotundamente que no. La Administración, no este Gobierno o el otro, muy habitualmente hace un uso bastante bastardo del cooperativismo. Cuando más se acuerda del cooperativismo es cuando el desempleo azota a muchos más trabajadores. Cuando la tormenta amaina y bajan las aguas «si te vi, no me acuerdo».

Hay una percepción bastante generalizada todavía de que la Administración riega a las cooperativas con abundantes subvenciones. Pero ni muchas ni copiosas. Es el chocolate del loro. Debieran ser otras las medidas y los apoyos de Administración. Precisamente las subvenciones deberían ser, en todo caso, excepciones. Ya lo dice el refrán «lo dao, ni agradecío ni pagao». Sería mucho más efectivo y, desde luego, nada costoso al erario público, que la Administración hiciese «prestamos reembolsables» a bajo o nulo interés y plazo de amortización adecuado a las necesidades de la cooperativa. Ello supondría una ayuda que podría ser de cuantía más importante que la subvención con lo que la cooperativa resolvería mejor su necesidad y sería recuperada por la Administración para poder volver a prestarlo. He de decir que Claros nunca ha recibido ninguna subvención.

Empecé en el sindicalismo con 19 años. Era a comienzos de los 60 y se creaban, entonces, las Comisiones Obreras en Barcelona y en ello estuve. Unas veces más convencido y otras menos, me he sentido siempre sindicalista en CC.OO. Hasta que leí la intervención que efectuó un exsecretario general reciente, en representación del sindicato, en la comisión parlamentaria de la Ley de Dependencia, quien a la pregunta de una diputada sobre la idoneidad de las cooperativas como gestores de los servicios que recogía el borrador de la futura Ley, defendió la idoneidad de las empresas de capital, mejor y más convencido que si la hubiese hecho el mejor orador de la patronal.

Puede parecer una cuestión personal, tal vez la gota que hiciese rebosar el vaso, pero creo que es más serio que eso. Eso era la postura oficial del sindicato. Esa misma posición de defensa de las grandes empresas de capital, se la he escuchado a dos dirigentes provinciales del otro sindicato mayoritario. Hay más cosas, evidentemente, pero no hace falta añadir mucho más. Es una lástima y siento profunda pena de que esto sea así.

En cuanto a los movimientos, no entiendo que entidades de los movimientos sociales u ONGs, que han de ser fundamentalmente voz con los sin voz y reivindicación, se dediquen a hacer de empresas de servicios. Sé que no son todos pero son muchos. Me cuesta entender que arrinconen su rol de exigencia al Estado y dediquen su tiempo a reclamar ayudas, porque no pueden sostener los servicios que, «en sustitución del Estado, porque éste no llega», prestan como empresa sin serlo.

–¿Hacen falta nuevos modelos para el cooperativismo o siguen vigentes las intuiciones del pasado?

–José María Arizmendiarreta, el impulsor de la cooperativa Ulgor, germen de la actual Mondragón Corporación Cooperativa, entre otras muchas cosas, dejó dicho que «No puede haber cooperación sin cooperadores; y solo habrá cooperadores si se forman. Uno no nace cooperativista, se hace por la educación, y la práctica de las reglas de juego de la cooperación».

Creo que más que nuevos modelos, aunque siempre conviene adaptarse a los tiempos, habría que empezar por pasar de ser socio a ser cooperativista. Nadie nace cooperativista, es verdad, pero en una cooperativa y en cooperativismo hacen falta menos socios y más cooperativistas.

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