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Pilar Díaz Peñalver, defensora del Apostolado Seglar

07 diciembre 2010 | Por

Pilar Díaz Peñalver, defensora del Apostolado Seglar

HOAC-Ciudad Real. En la actualidad, con 85 años e importantes limitaciones físicas, que le obligan a ser atendida por una trabajadora inmigrante interna, Pilar sigue acudiendo, cuando puede, a retiros y jornadas, lee las publicaciones de Acción Católica y mantiene relación con militantes de la HOAC. Fue directora del Instituto «Juan de Ávila» en Ciudad Real donde se estableció en 1979 y, tras su jubilación, fue Delegada diocesana de Apostolado Seglar.

¿Porqué eligió Ciudad Real para vivir?

–Por razones de trabajo. Al no haber ninguna vacante en Madrid, elegí Ciudad Real por la cercanía. Pensaba volver a Madrid en el primer concurso de traslados, pero mi madre, que vivía conmigo, enfermó y necesitaba toda mi atención. Me integré en un equipo de HOAC y en mi parroquia. Mi madre murió en el 89 y para entonces yo «era» ya de esta tierra que tan bien me había acogido.

Fue la primera mujer delegada de Apostolado Seglar en la diócesis de Ciudad Real…

–Me llegó la jubilación en 1990 y fue entonces cuando mi obispo, don Rafael, con quien yo había trabajado en la Acción Católica Nacional (esa era la denominación de entonces) en Madrid, me ofreció la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar. Acepté, bastante asustada pero con ilusión. Sólo puse una condición: que don Rafael consultara con los movimientos y asociaciones que integraban la Delegación, no porque fuese preceptivo, sino porque no me iba a ser fácil trabajar sin una aceptación básica de los movimientos. La experiencia fue para mí sumamente positiva. Hubo luces y sombras, aciertos y errores, alguna que otra resistencia y muchas colaboraciones. Conservo de entonces algunas entrañables amistades. Y le doy gracias a Dios por el apoyo y la entrañable amistad de don Rafael. Cuando terminé mi trabajo en la Delegación me escribió una carta, que conservo y que no sé cómo agradecerle. En ella me decía, entre otras cosas, «han sido años de consolidación sencilla, pero eficaz; un resurgir esperanzado del compromiso de los seglares en nuestra diócesis». Le doy gracias al Señor y a los compañeros de trabajo por haber dado una oportunidad para seguir en el «tajo» al llegar la jubilación.

En la diócesis de Madrid ya perteneció a la Acción Católica, incluso tuvo responsabilidades relevantes, ¿cuáles?

–Estaba en la Acción Católica desde los 15 años. En aquella época era frecuente «apuntarse», estaba en el ambiente. Pero yo creo que lo tomé muy en serio desde el principio porque descubrí –asombrada– que tenía una misión activa en la Iglesia y que eso comprometía mi vida entera, la vida ordinaria y sencilla de una chica seglar. Doy gracias al Señor por ello y no tanto por los «cargos» o responsabilidades relevantes que vinieron después. En la diócesis de Madrid fui Presidenta del Consejo Diocesano de las Jóvenes de Acción Católica. Pasaron los años y me incorporé a las Mujeres y trabajé en el Consejo Diocesano, concretamente en el llamado Movimiento Urbano, un movimiento que llevaba ya unos años intentando una evolución lenta pero muy interesante hacia posturas menos inmovilistas de las frecuentes en la Iglesia de aquella época. Artífice de esta evolución fue, junto con un grupo reducido de mujeres, Tomás Malagón con su «Semana Impacto». Se iban sembrando inquietudes e incorporando la metodología activa –ver, juzgar y actuar– que ya se vivía en los movimientos especializados, en grupos de mujeres de las distintas diócesis que, por lo general, vivían un cristianismo aburguesado y que recibieron con entusiasmo los nuevos planteamientos. Y ahí me sorprendió la famosa «crisis de la Acción Católica».

¿Cuáles fueron las razones de esa crisis y qué soluciones se proponían?

–Desde mi experiencia, influyeron por una parte los cambios que se iban produciendo en la vida social y política del país. Y por otra, la evolución que se iba vislumbrando en la vida eclesial, muy en relación con la anterior. Estábamos en los años del Concilio con muchos obispos aferrados todavía al nacionalcatolicismo. Pero al mismo tiempo había ya unos cuantos obispos claramente conciliares: Torija, Yanes, Iniesta…, y sobre todo, Tarancón, a quien tanto debe la Iglesia española. Entre los signos más interesantes del momento está la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, con cierta participación de seglares, yo entre ellos. Allí se dijeron cosas que más o menos estaban en el ambiente, pero no tan explícitas en ese ámbito. Posiciones valientes y tensión de fondo y de forma. Recuerdo también cómo en los grupos de Acción Católica se vivían ciertas intuiciones sobre el papel activo de los seglares y su compromiso en la transformación del mundo que después se vieron confirmadas y explicitadas en los decretos y constituciones del Concilio. Es una riqueza no suficientemente valorada en la Iglesia española.

En los Movimientos especializados se vivía la necesidad de denunciar la falta de libertades y las situaciones de injusticia. No era tarea fácil y daba lugar a fuertes tensiones con las autoridades civiles –muchos militantes fueron a la cárcel– y con una parte muy influyente de la Jerarquía de la Iglesia y muchos militantes se «quemaron» en la lucha. Había también signos de esperanza. Pero el conflicto estaba servido y saltó la chispa: dimisiones en masa de consiliarios y dirigentes. Yo viví esta situación al principio desde el Movimiento Urbano de la diócesis de Madrid. En el plano nacional, los movimientos quedaros desmantelados y fue entonces cuando los obispos me llamaron para intentar relanzar la Acción Católica desde el movimiento de Mujeres. Algo así como salvar algo del naufragio…, pero, ¿qué era lo que se pretendía salvar? Se corría el riesgo de volver a posturas inmovilistas y ahí no estaba yo. Pensaba que no se trataba de una vuelta al pasado, sino de intentar relanzar la Acción Católica con todas las conquistas conseguidas con tanto esfuerzo. Lo pase mal. Consulté, recé y, prácticamente en solitario, acepté.

¿Cuáles fueron sus prioridades como dirigente de la renovada Acción Católica?

–Lo primero fue contactar con las diócesis dispuestas y presentar un proyecto de renovación orientado a profundizar en el compromiso de las militantes en el mundo, ya que ellas estaban más sensibilizadas hacia el trabajo intraeclesial. No fue fácil, pero se iba caminando. Al poco tiempo me llamo el Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar para pedirme que me hiciera cargo de la presidencia de la Junta Nacional de Acción Católica, un organismo que semejante al actual Secretariado General de la Federación de Movimientos. Ya por entonces cesados como consiliarlo y presidente Guerra Campos y Antonio Fuertes, y siendo obispo consiliario de la Acción Católica don Rafael Torija. Esto me animó a aceptar porque el trabajo con don Rafael era una gracia de Dios. Pero lo teníamos difícil. Intentamos, desde la pobreza de medios, un acercamiento a todos los movimientos, pero la cosa no era fácil; había heridas del pasado y hasta concepciones distintas de Iglesia y de la Acción Católica. En esta tarea me ayudó mucho el que era entonces Consiliario Nacional de la HOAC, Antonio Martín, que sigue siendo un gran amigo. Él consiguió un primer acercamiento entre la HOAC y la Junta Nacional. Logramos reunir a bastantes movimientos en unas sesiones interminables y con pocos resultados, con unos encuentros que eran más bien «encontronazos»… Había signos de esperanza y algunas realidades positivas. Se inició un proceso, que culminó después de terminar mi mandato, en la transformación de la Junta como organismo centralizador en una Coordinadora de Movimientos, lo que facilitó el trabajo y la relación cordial entre los movimientos.

Han pasado más de cuarenta años. ¿Qué valoración hace de este tiempo?

–En estos años, y de modo progresivo percibo una involución descorazonadora en nuestra Iglesia. Y me pregunto si el mensaje evangélico es, de suyo, atrayente. ¿Por qué la gente corriente no encuentra respuesta a sus problemas cotidianos en la Iglesia de Jesús? Hay numerosos documentos de la Iglesia oficial, pero con frecuencia no conectan con la gente de la calle, ni siquiera en el lenguaje. Hay en ellos demasiada preocupación por «conservar» y poca audacia para «avanzar». La gente busca caminos para ayudar pero echo de menos aquel entusiasmo de los primeros años del Concilio y del postconcilio. Seguramente parte de la situación puede explicarse por la época postmoderna que nos ha tocado vivir; pero yo sigo preguntándome por la postura de la Iglesia oficial ante esas realidades. En la sociedad, me obsesiona la despreocupación de los jóvenes y el «pasotismo» de los adultos ante la política. Seguramente es una manifestación más del neocapitalismo que nos lleva a buscar «mis» intereses y conveniencias despreciando en la práctica a los que lo pasan mal.

¿Y cómo ve hoy a la Acción Católica y los movimientos especializados?

–Llevo varios años sin estar integrada en ninguno, por mi situación personal. Pero me siento militante y sigo bastante de cerca la evolución de algunos de ellos. No sé si, por lo general, en las parroquias preparan y ayudan a los militantes para su compromiso en el mundo. Aquí hay un fallo, porque entiendo que la comunidad eclesial tiene mucho que hacer para ello.

¿Cuál es hoy su relación con la HOAC y sus militantes?

–No soy propiamente militante de HOAC por mis limitaciones físicas, pero tengo una estupenda relación con el movimiento y con muchos de sus militantes.

Siempre ha sido una persona de enorme vitalidad y energía. En esta etapa su vida, ¿cuáles son hoy sus mayores anhelos?

–Doy muchas gracias a Dios porque me conserva la mente bien y esto me permite tener más tiempo para rezar, leer y conectarme con otras realidades más lejanas a través de Internet. Pero también siento el peso de la soledad, que no consigo transformar en «soledad sonora». ¿Anhelos? Tratar de vivir aquello de que «cuando eras niño, cuando seas viejo, otro te ceñirá», procurar la aceptación gozosa de mi realidad. Ser testigo en la sencillez de mi vida actual. Sentirme Iglesia, aunque me resulte difícil, por mis circunstancias, vivir la comunidad eclesial. Buscar el mayor contacto posible con la HOAC para seguir enganchada a la Acción Católica como en mi juventud y en toda mi vida. Y, en general, seguir soñando la utopía del Reino.

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